Había una vez una niña llamada Amalia que vivía en una casita colorida al final de la calle Arcoíris. Amalia tenía el cabello rizado y los ojos brillantes como estrellas. Le encantaba jugar con sus juguetes y leer cuentos en su habitación, que estaba llena de libros y muñecos. Pero lo que más le gustaba era su osito de peluche, a quien llamaba Teddy.
Un día, mientras jugaba con Teddy, Amalia sintió algo extraño en su pecho. Se sintió muy feliz porque había encontrado su muñeca favorita que estaba perdida, pero al mismo tiempo, se sintió triste porque su mejor amiga se había mudado a otra ciudad. No sabía qué hacer con esas emociones que parecían bailar dentro de ella.
Amalia decidió pedirle ayuda a su mamá. “Mamá, mamá”, dijo Amalia mientras corría hacia la cocina donde su mamá preparaba una deliciosa tarta de manzana, “¿por qué me siento feliz y triste al mismo tiempo?” Su mamá sonrió y la levantó en sus brazos. “Amalia, eso es porque las emociones son como los colores del arcoíris. A veces, podemos sentir más de un color al mismo tiempo”, le explicó su mamá.
“Vamos a hacer un juego”, continuó su mamá. “Vamos a dibujar tus emociones. Trae tus crayones y un papel grande”. Amalia corrió a su habitación y trajo sus crayones favoritos. Juntas, comenzaron a dibujar.
Primero, dibujaron una gran carita sonriente de color amarillo. “Esta es la felicidad”, dijo su mamá. “¿Cuándo te sientes feliz, Amalia?” Amalia pensó por un momento y luego respondió, “Me siento feliz cuando juego con Teddy y cuando como helado de chocolate”. Su mamá añadió un helado y a Teddy al dibujo.
Luego, dibujaron una carita triste de color azul. “Esta es la tristeza”, dijo su mamá. “¿Cuándo te sientes triste, Amalia?” Amalia respondió, “Me siento triste cuando extraño a mi amiga y cuando pierdo mis juguetes”. Dibujaron una muñeca perdida y una lágrima junto a la carita triste.
Después, dibujaron una carita enojada de color rojo. “Esta es la ira”, explicó su mamá. “¿Cuándo te sientes enojada, Amalia?” Amalia respondió, “Me enojo cuando no encuentro mi libro favorito y cuando mi hermano me quita mis juguetes”. Dibujaron un libro perdido y a su hermano tomando un juguete.
Siguieron dibujando más emociones: una carita asustada de color morado para el miedo, una carita sorprendida de color naranja para la sorpresa, y una carita relajada de color verde para la calma. Mientras dibujaban, Amalia comenzó a entender mejor sus emociones.
Un día, Amalia tuvo una gran discusión con su amigo Leo en el parque. Leo había tomado su pelota sin pedir permiso, y Amalia se sintió muy enojada. Cruzó los brazos y frunció el ceño. En ese momento, recordó lo que había aprendido con su mamá. “Leo”, dijo con voz firme pero amable, “me siento enojada porque tomaste mi pelota sin preguntar. Por favor, devuélvemela”.
Leo se sintió un poco avergonzado, pero entendió que había hecho mal. “Lo siento, Amalia. No quería hacerte enojar”, dijo mientras le devolvía la pelota. Amalia sonrió y ambos siguieron jugando juntos, aprendiendo a respetar los sentimientos del otro.
Otro día, Amalia estaba en casa cuando escuchó un fuerte ruido que la asustó mucho. Corrió a buscar a su mamá y le dijo, “Mamá, me siento asustada porque escuché un ruido fuerte”. Su mamá la abrazó y le dijo, “Es normal sentir miedo a veces, Amalia. Vamos a ver juntas qué fue ese ruido”.
Descubrieron que el ruido había sido una ventana que se cerró de golpe por el viento. Amalia se sintió aliviada y comprendió que enfrentar sus miedos con alguien de confianza la hacía sentir más segura.
Poco a poco, Amalia aprendió a reconocer y manejar sus emociones. Entendió que está bien sentir cosas diferentes y que hablar sobre sus sentimientos la ayudaba a sentirse mejor. También aprendió a escuchar a los demás y a ser comprensiva con sus emociones.
Un día, en la escuela, la maestra de Amalia les pidió que hicieran un dibujo sobre sus sentimientos. Amalia se sintió muy feliz porque sabía exactamente qué hacer. Dibujó un gran arcoíris con caritas de diferentes colores, cada una representando una emoción. Alrededor del arcoíris, dibujó a sus amigos y a su familia, mostrando cómo cada persona puede tener muchas emociones diferentes.
Cuando terminó, la maestra la felicitó y le pidió que explicara su dibujo a la clase. Amalia se levantó con confianza y dijo, “Todos tenemos emociones diferentes, como los colores del arcoíris. A veces, podemos sentir muchas cosas al mismo tiempo, y eso está bien. Lo importante es hablar sobre cómo nos sentimos y tratar de entendernos unos a otros”.
Sus compañeros aplaudieron y algunos incluso comenzaron a hablar sobre sus propias emociones. Amalia se sintió muy orgullosa de haber compartido lo que había aprendido. Desde ese día, su clase se volvió más abierta y comprensiva, y todos comenzaron a hablar más sobre sus sentimientos.
Con el tiempo, Amalia siguió practicando lo que había aprendido. Sabía que no siempre sería fácil, pero con el apoyo de su familia y amigos, se sentía capaz de enfrentar cualquier emoción que viniera.
Y así, en la pequeña calle Arcoíris, Amalia creció siendo una niña feliz, que sabía manejar sus emociones y ayudar a los demás a hacer lo mismo. Cada vez que se sentía abrumada, recordaba el dibujo del arcoíris y se tomaba un momento para identificar sus sentimientos y hablar sobre ellos.
El osito Teddy siempre estaba a su lado, siendo un recordatorio constante de los momentos felices y una compañía reconfortante en los momentos difíciles. Amalia sabía que, al igual que los colores del arcoíris, cada emoción tenía su lugar y que todas juntas hacían de su vida algo hermoso y completo.
Y así, Amalia vivió feliz, comprendiendo que cada emoción es importante y que hablar sobre ellas es la clave para una vida llena de amor, comprensión y amistad.
Fin
Cuentos cortos que te pueden gustar
El Valor de Superarse cada Día
Álvaro y el Sueño del Gol
La Dirección del Cambio
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.