Había una vez una niña llamada Anita que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y flores coloridas. Anita era una niña muy especial. A veces, le costaba aprender cosas nuevas y recordar lo que había aprendido, pero siempre tenía una gran sonrisa en su rostro y un corazón lleno de amor.
Anita tenía un profesor en la escuela que se llamaba Don Manuel. Él era un hombre muy amable y paciente, que siempre encontraba formas de hacer que las clases fueran divertidas y fáciles de entender. A pesar de que Anita a veces se frustraba porque no podía hacer las cosas tan rápido como sus compañeros, Don Manuel siempre le decía que todos tienen sus propias habilidades y que lo importante es intentarlo con todo el corazón.
Un día, después de la escuela, Anita estaba caminando de regreso a casa cuando vio algo brillante entre los arbustos. Se acercó con curiosidad y, para su sorpresa, encontró a un pequeño hada atrapada en una telaraña. El hada tenía alas brillantes como el arcoíris y una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor, aunque ahora estaba preocupada por no poder moverse.
—¡Oh, no! —exclamó Anita—. ¡Estás atrapada! Déjame ayudarte.
Con mucho cuidado, Anita desenredó la telaraña y liberó al hada. El hada, agradecida, voló en círculos alrededor de Anita antes de posarse suavemente en su hombro.
—¡Gracias, dulce niña! —dijo el hada con una voz que sonaba como un pequeño tintineo de campanas—. Me has salvado, y por eso te concederé un deseo. Pero antes, debo decirte algo importante.
Anita la escuchó con atención, sus ojos grandes y llenos de curiosidad.
—A veces, las personas piensan que solo porque algo es difícil de hacer, no son lo suficientemente buenas —continuó el hada—. Pero eso no es verdad. Todos tenemos algo especial dentro de nosotros, algo que nos hace únicos. Tú, Anita, tienes un corazón muy grande y lleno de amor, y eso es un gran poder.
Anita sonrió, pero también frunció un poco el ceño.
—A veces me siento triste porque no puedo hacer las cosas tan rápido como los demás —admitió—. Me gustaría ser tan buena como mis amigos en la escuela.
El hada acarició suavemente la mejilla de Anita y dijo:
—No necesitas ser como los demás, Anita. Lo que te hace especial no es lo rápido que aprendes, sino cómo ayudas a los demás con tu bondad y cariño. Eso es algo que muchas personas no pueden hacer tan bien como tú.
Anita sintió que su corazón se llenaba de calidez al escuchar esas palabras. Nunca antes había pensado que su bondad fuera tan importante.
—Ahora, querida Anita, ¿qué es lo que más deseas? —preguntó el hada, flotando frente a ella con sus alas brillando aún más.
Anita lo pensó por un momento. Podría haber pedido ser la niña más rápida en aprender, o ser la más fuerte, pero en su lugar, miró al hada y dijo:
—Deseo poder compartir mi bondad con todos mis amigos para que también puedan sentirse felices y queridos.
El hada sonrió aún más y agitó su varita mágica. Una luz suave envolvió a Anita, llenándola de una sensación de paz y felicidad.
—Tu deseo es muy especial, Anita —dijo el hada—. A partir de ahora, cuando toques a alguien con cariño, ellos sentirán tu bondad y su día se llenará de alegría. No todos los deseos son tan generosos como el tuyo, y eso demuestra lo grande que es tu corazón.
Anita estaba muy emocionada de compartir su nuevo don con los demás. Al día siguiente, cuando llegó a la escuela, decidió probar su poder. Su amiga Clara estaba triste porque había perdido su juguete favorito. Anita le dio un abrazo, y en ese momento, Clara sonrió y dijo que se sentía mucho mejor.
Durante las semanas siguientes, Anita continuó usando su don para alegrar a todos a su alrededor. Incluso cuando no se sentía segura de algo en clase, recordaba las palabras del hada y se concentraba en lo que podía hacer mejor: ser amable y cariñosa.
Don Manuel también notó el cambio en Anita. Aunque ella seguía teniendo dificultades para aprender algunas cosas, siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás y a compartir su bondad. Un día, después de clase, Don Manuel se acercó a Anita y le dijo:
—Estoy muy orgulloso de ti, Anita. Eres una niña muy especial, no solo por lo que has aprendido, sino por cómo haces sentir a los demás. Nunca olvides que la bondad es uno de los regalos más grandes que puedes dar.
Anita sonrió, sabiendo que había encontrado su verdadero poder. No era la niña más rápida o la más fuerte, pero era la más bondadosa, y eso era lo que realmente importaba.
Y así, Anita siguió viviendo su vida con alegría, sabiendo que, aunque todos somos diferentes, todos tenemos algo especial dentro de nosotros. Su deseo había sido concedido, pero más importante aún, había aprendido que la bondad es un poder que puede cambiar el mundo.
Desde aquel día, cada vez que se sentía insegura o triste, Anita recordaba al hada mágica y la lección que le había enseñado: lo que más importa no es ser el mejor en todo, sino ser lo mejor para los demás.
Y así, Anita vivió feliz, sabiendo que su corazón grande y lleno de amor era el regalo más valioso de todos.
Fin del cuento.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.