Había una vez una familia que vivía en una pequeña y acogedora casa en el campo. La mamá de la familia era enfermera y se llamaba Mama. Tenía el pelo corto y castaño y siempre llevaba su uniforme blanco de enfermera. Trabajaba en el hospital y pasaba muchas horas cuidando a los pacientes.
Mama tenía dos hijas encantadoras. Lara, la menor, tenía solo 3 años. Era una niña muy linda, con el cabello rubio y corto, y siempre vestía un vestido verde que le encantaba. Lara era delgada y muy alegre, y tenía un amor especial por las verduras. Le encantaba comer zanahorias, brócoli, espinacas y, sobre todo, palta.
La otra hija se llamaba Romina y tenía 9 años. Romina era una niña con el cabello largo y castaño, y solía vestir una camiseta rosa y jeans. Aunque era muy dulce y cariñosa, no le gustaban nada las verduras. Cada vez que era la hora del almuerzo, Romina renegaba y se demoraba mucho en comer, dejando siempre las verduras en su plato.
Cada día, Mama preparaba comidas saludables y llenas de color para sus hijas, con la esperanza de que Romina aprendiera a comer verduras como Lara. Sin embargo, Romina siempre encontraba alguna excusa para evitar comerlas.
Un día, después de una larga jornada en el hospital, Mama llegó a casa muy cansada. Sabía que debía preparar el almuerzo para sus hijas, pero también necesitaba descansar. Decidió preparar una ensalada grande con las verduras favoritas de Lara, esperando que, esta vez, Romina las probara.
Cuando la comida estuvo lista, Mama llamó a sus hijas a la mesa. Lara llegó corriendo con una gran sonrisa en su rostro, emocionada por comer su almuerzo. Romina, en cambio, llegó lentamente y con una expresión de desagrado.
—¡Mamá, me encanta la ensalada! —dijo Lara mientras tomaba una gran porción de zanahorias y brócoli.
Romina, por otro lado, miró su plato con desdén y empujó las verduras a un lado.
—No quiero comer esto, mamá. No me gustan las verduras —dijo Romina cruzando los brazos.
Mama suspiró y trató de convencer a Romina de que las verduras eran importantes para su salud.
—Romina, las verduras te darán energía y te ayudarán a crecer fuerte y sana. Además, son muy deliciosas. ¿Por qué no pruebas un poco?
Romina sacudió la cabeza y se negó a probarlas. Lara, que observaba todo, decidió tomar cartas en el asunto. Aunque era pequeña, Lara tenía un gran corazón y quería ayudar a su hermana a descubrir lo ricas que eran las verduras.
—Romina, ¿quieres jugar a algo divertido? —preguntó Lara con una sonrisa traviesa.
Romina miró a su hermana con curiosidad y asintió.
—¿A qué quieres jugar, Lara?
—Vamos a hacer figuras con las verduras. Mira, yo haré una carita feliz con las zanahorias y el brócoli. Tú puedes hacer lo mismo y luego nos las comemos juntas.
Romina dudó por un momento, pero al ver la emoción de Lara, decidió intentarlo. Juntas, empezaron a hacer figuras divertidas con las verduras. Lara hizo una carita sonriente con rodajas de pepino y zanahoria, y Romina hizo una flor con tomates y espinacas.
—¡Mira, mamá! —dijo Romina mostrando su creación—. ¡Hice una flor!
Mama sonrió al ver a sus hijas jugando y disfrutando de las verduras. Poco a poco, Romina empezó a probar las verduras que había usado para hacer sus figuras. Para su sorpresa, descubrió que no eran tan malas como pensaba. De hecho, algunas incluso le gustaron.
—Mmm… esto no está tan mal, Lara —dijo Romina mientras mordía una zanahoria.
—¡Te lo dije, Romi! —respondió Lara con una gran sonrisa—. Las verduras son deliciosas y divertidas de comer.
A partir de ese día, Romina empezó a comer más verduras en sus comidas. Aunque al principio solo probaba un poco, con el tiempo llegó a disfrutarlas tanto como Lara. Mama estaba muy contenta de ver a sus hijas comiendo saludablemente y disfrutando de la comida.
Un fin de semana, Mama decidió llevar a Lara y Romina al mercado de agricultores para comprar verduras frescas. El mercado estaba lleno de colores y olores deliciosos. Había puestos con zanahorias frescas, lechugas crujientes y tomates rojos como rubíes.
—Niñas, vamos a elegir nuestras verduras favoritas para hacer una gran ensalada esta noche —dijo Mama.
Lara y Romina estaban emocionadas y ayudaron a elegir las verduras. Romina incluso sugirió probar algunas nuevas, como el pepino y la calabaza. Mama las miraba con orgullo mientras llenaban sus cestas con productos frescos.
Cuando llegaron a casa, se pusieron manos a la obra para preparar la cena. Lara y Romina lavaron y cortaron las verduras, mientras Mama preparaba una deliciosa vinagreta. Trabajaron juntas en la cocina, riendo y disfrutando del tiempo en familia.
Esa noche, se sentaron a la mesa y disfrutaron de una ensalada colorida y nutritiva. Mama miró a sus hijas con amor y dijo:
—Estoy muy orgullosa de ustedes. Han aprendido a comer saludable y a disfrutar de las verduras. Esto me hace muy feliz.
Romina sonrió y tomó la mano de su mamá.
—Gracias, mamá. Y gracias, Lara, por enseñarme a disfrutar de las verduras. Ahora entiendo lo importantes que son para nuestra salud.
Lara asintió con entusiasmo.
—¡Sí, Romi! Las verduras nos hacen fuertes y nos dan mucha energía para jugar y aprender.
A partir de ese día, Lara y Romina siguieron explorando nuevos sabores y recetas saludables. Descubrieron que había muchas maneras creativas de disfrutar las verduras. Hicieron batidos de colores, ensaladas de formas divertidas y hasta galletas con trocitos de zanahoria y calabaza.
Un día, mientras jugaban en el jardín, Romina tuvo una idea.
—Lara, ¿qué te parece si hacemos un pequeño huerto? Así podremos cultivar nuestras propias verduras y frutas.
Lara saltó de alegría.
—¡Sí, Romi! Sería genial tener nuestro propio huerto.
Mama las ayudó a preparar el terreno y a plantar semillas de zanahorias, lechugas, tomates y fresas. Las niñas cuidaron del huerto todos los días, regando las plantas y quitando las malas hierbas.
Con el tiempo, las semillas empezaron a crecer y pronto tuvieron su primera cosecha. Estaban emocionadas de ver los frutos de su trabajo. Mama preparó una gran ensalada con las verduras frescas del huerto y las niñas se sintieron muy orgullosas de haber cultivado su propia comida.
—Esto sabe aún mejor porque lo hemos cultivado nosotras mismas —dijo Romina, disfrutando de la ensalada.
Lara asintió, saboreando una zanahoria crujiente.
—Sí, Romi. Cultivar nuestras verduras es muy divertido y nos enseña mucho.
Mama las miró con cariño.
—Han aprendido una lección muy valiosa, niñas. Comer sano es importante y cultivar nuestros propios alimentos nos ayuda a valorar más lo que comemos.
Las niñas siguieron cuidando de su huerto y explorando nuevas recetas saludables con Mama. Descubrieron que cocinar juntas era una actividad divertida y que les permitía pasar tiempo en familia.
A lo largo del año, Lara y Romina participaron en un concurso de cocina en la escuela. Decidieron preparar una ensalada creativa con verduras de su huerto y una limonada fresca con hierbas aromáticas.
El día del concurso, las niñas presentaron su plato con orgullo. Los jueces quedaron impresionados por la creatividad y el sabor de la ensalada y la limonada. Romina y Lara ganaron el primer premio y fueron felicitadas por todos sus compañeros.
—¡Lo hicimos, Lara! —dijo Romina, abrazando a su hermana—. Ganamos gracias a nuestras verduras saludables.
Lara sonrió feliz.
—¡Sí, Romi! Y lo mejor de todo es que hemos aprendido a comer sano y a disfrutar de la comida.
Mama Maira las abrazó a ambas.
—Estoy muy orgullosa de ustedes, mis pequeñas chefs. Han demostrado que con amor y dedicación, se pueden lograr grandes cosas.
Desde entonces, Lara y Romina siguieron compartiendo su amor por la comida saludable con sus amigos y familiares. Organizaban cenas y pícnics donde todos podían disfrutar de sus creaciones culinarias.
Un verano, decidieron organizar un festival de alimentos saludables en su comunidad. Invitaron a todos los vecinos a participar y a traer sus platos favoritos hechos con verduras y frutas frescas. Fue un éxito rotundo. Había puestos con ensaladas, batidos, sopas y postres saludables.
Lara y Romina dieron una pequeña charla sobre la importancia de comer sano y cómo habían aprendido a disfrutar de las verduras y frutas. Los asistentes aplaudieron y muchos se sintieron inspirados a seguir su ejemplo.
—Hemos logrado algo maravilloso, Lara —dijo Romina, mirando la alegre multitud.
—Sí, Romi. Hemos compartido nuestro amor por la comida saludable con todos —respondió Lara.
Mama Maira las miró con orgullo.
—Han hecho un trabajo increíble, niñas. Estoy segura de que seguirán inspirando a muchos más a comer sano y a cuidar de su salud.
Lara y Romina sonrieron, sabiendo que habían aprendido una valiosa lección y que su amistad y amor por la comida saludable las había unido aún más. Así, en la pequeña casa rodeada de flores y mariposas, vivieron felices, siempre explorando nuevos sabores y compartiendo la alegría de comer sano con todos a su alrededor. Y así, la importancia de una alimentación saludable y el valor del trabajo en equipo quedaron grabados en sus corazones para siempre.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.