Pedro y Mónica, dos hermanos de espíritu inquieto, tenían una habitación llena de coloridos juguetes: carros, muñecas, bloques de construcción y muchos más.
Cada tarde, después de sus tareas, corrían a su cuarto dispuestos a sumergirse en un mundo de fantasía.
Sin embargo, había un pequeño problema. Aunque tenían muchos juguetes, siempre parecían querer el mismo al mismo tiempo. “¡Es mío!”, gritaría Mónica. “¡No, lo vi primero!”, respondería Pedro. Sus discusiones a menudo se convertían en un caos, llevando a su madre a intervenir.
Un día, después de una discusión particularmente fuerte por un tren azul, su madre tuvo una idea. “Mañana, les llevaré a un lugar especial”, dijo con una sonrisa misteriosa.
A la mañana siguiente, la familia se dirigió a un parque local. Pero no era un parque común y corriente. Era el “Parque de los Juguetes Compartidos”. En este lugar, los niños podían jugar con cualquier juguete, pero había una regla: no podían jugar solos, siempre tenían que compartir.
Mónica encontró una muñeca que le gustaba y corrió hacia ella. Justo cuando estaba a punto de cogerla, otra niña la tomó. Sin embargo, en lugar de irse con la muñeca, la niña le sonrió a Mónica y le dijo: “¿Quieres jugar conmigo?”
Pedro, por otro lado, encontró un set de bloques. Justo cuando empezaba a construir, un niño se le acercó y le preguntó si podían construir una torre juntos. Pedro dudó por un momento pero finalmente aceptó.
Durante todo el día, los hermanos jugaron con diferentes niños, compartiendo juguetes y risas. Descubrieron la alegría de trabajar juntos y la magia que surgía al combinar sus imaginaciones.
Al regresar a casa, Pedro y Mónica recordaron su experiencia. “Fue divertido compartir y hacer amigos”, dijo Mónica pensativamente. Pedro asintió, “Sí, y nuestros juguetes en casa pueden ser el doble de divertidos si jugamos juntos”.
Desde ese día, la habitación de juegos nunca volvió a ser la misma. Estaba llena de risas, historias compartidas y, lo más importante, dos hermanos que habían aprendido el valor de compartir.
Conclusión:
Compartir no solo significa dividir nuestros bienes con otros. Es también una forma de multiplicar la felicidad, la diversión y la amistad. Pedro y Mónica descubrieron que, al abrir sus corazones y juguetes a los demás, ganaban más de lo que daban.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.