Cuentos de Valores

El Viaje del Futuro

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En un rincón olvidado del parque de la ciudad, entre árboles centenarios y el susurro de las hojas, se ocultaba una estructura que pocos habían notado. Era una máquina del tiempo, intrincada y cubierta de engranajes y luces parpadeantes, que parecía sacada de un cuento de ciencia ficción. María, una niña de ojos grandes y cabello largo, siempre había soñado con aventuras más allá de su pequeño mundo. Alberto, su amigo inseparable, compartía su curiosidad insaciable.

Un día soleado, mientras exploraban el parque en busca de mariposas y secretos, María tropezó con la máquina. «¡Mira, Alberto! ¿Podrá ser esto lo que pienso que es?» exclamó, su voz temblorosa por la emoción.

Alberto, con una mezcla de escepticismo y asombro, examinó el dispositivo. «Parece… ¿Una máquina del tiempo?» Sus palabras se perdieron en el aire cargado de una posibilidad mágica.

Sin pensarlo dos veces, María tocó la consola central de la máquina. Las luces se intensificaron, zumbidos y clics llenaron el aire. «¡Vamos a ver el futuro, Alberto! Quiero saber cómo será todo… la naturaleza, las ciudades, ¡todo!»

Alberto, aunque algo nervioso, no pudo resistir la aventura que su amiga proponía. «Está bien, pero ¡juntos!» afirmó, extendiendo su mano hacia ella.

Los dos amigos ingresaron a la máquina, que cerró sus puertas con un suave silbido. Un panel frente a ellos mostraba botones de distintos colores y pantallas con números y símbolos desconocidos. María, con una confianza que solo los niños poseen, presionó un botón marcado con el símbolo de un rayo.

De repente, la máquina se sacudió violentamente. Luces estroboscópicas bailaban alrededor, y el tiempo parecía doblarse sobre sí mismo. Alberto apretó la mano de María, sus ojos reflejando la mezcla de miedo y emoción. «¡Esto es increíble!» gritó María sobre el rugido de la máquina.

Cuando la turbulencia cesó, la puerta se abrió a un mundo desconocido. Los árboles eran de colores brillantes, con hojas que cambiaban de tono con el viento. Edificios altísimos, construidos con materiales que desafiaban la gravedad, tocaban las nubes. Vehículos aéreos zumbaban en el cielo claro, y personas de todas partes se movían con dispositivos que flotaban a su lado.

María y Alberto salieron de la máquina, sus ojos no daban abasto con las maravillas que les rodeaban. «¡Mira eso, Alberto! ¿Es ese un robot paseando un perro?» señaló María, riendo ante la escena.

Exploraron el futuro, maravillándose con cada descubrimiento. Parques con juegos que levitaban, escuelas donde los niños aprendían de hologramas, y ríos limpios donde los peces brillaban como estrellas. Todo era un testimonio de un futuro que había aprendido a vivir en armonía con la naturaleza.

Sin embargo, no todo era perfecto. En su caminar, notaron zonas donde la tecnología había sido usada para controlar y limitar. Cámaras en cada esquina, robots vigilantes que no permitían demasiada libertad. María miró a Alberto, su frente fruncida en preocupación. «No todo es como esperábamos, ¿verdad?»

Alberto asintió, pensativo. «Tienes razón. Es increíble, pero también un poco… aterrador. Quizás podemos aprender de esto. Saber lo bueno y lo malo para ayudar a construir un mejor futuro.»

Después de horas de exploración, decidieron que era hora de regresar. Con un nuevo sentido de responsabilidad y asombro, volvieron a la máquina del tiempo y ajustaron los controles para regresar a su tiempo.

El viaje de regreso fue menos tumultuoso, y al salir de la máquina, el parque nunca les había parecido tan familiar y reconfortante. María tomó la mano de Alberto, una sonrisa iluminando su rostro. «Podemos hacer la diferencia, ¿sabes? En nuestro tiempo, en nuestro lugar.»

Alberto asintió, inspirado por las palabras de su amiga y las imágenes del futuro. «Sí, podemos. Vamos a empezar ahora, cuidando nuestro mundo, aprendiendo y enseñando.»

Con esa promesa, María y Alberto se alejaron de la máquina del tiempo, decididos a hacer de su presente un lugar donde el futuro brillante que habían visto podría algún día, realmente, convertirse en realidad.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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