Había una vez, en un tiempo muy antiguo, antes de que existieran las estrellas, los árboles, y los animales, un ser lleno de luz y amor llamado Hashem. Él era el creador del universo, y su corazón rebosaba de ideas y sueños sobre un mundo maravilloso. Con su bondad y sabiduría, decidió que era hora de dar vida a la creación.
Un día, Hashem miró hacia la nada, y con su poderosa voz dijo: “¡Hágase la luz!” En un instante, una luz brillante apareció, iluminando todo a su alrededor. Era una luz cálida y suave que llenaba el espacio vacío, y con ella llegó la claridad. Hashem sonrió al ver su primera creación: la luz.
“Ahora, quiero que haya un cielo y una tierra”, continuó Hashem. Con un movimiento de su mano, separó la luz de la oscuridad y creó el cielo azul y la tierra firme. La tierra era un lugar lleno de promesas, donde pronto florecerían maravillas.
“Pero la tierra necesita vida”, pensó Hashem. “Así que traeré plantas y animales”. Con cada palabra que pronunciaba, flores de todos los colores, árboles altos y frondosos, y ríos de aguas cristalinas comenzaron a aparecer en la tierra. Hashem se llenó de alegría al ver cómo su creación cobraba vida. El aroma de las flores se esparció por todas partes, y los colores brillantes llenaron el paisaje.
Luego, Hashem decidió que la tierra necesitaba habitantes. Así que formó a los animales: los suaves conejitos que saltaban felices, los pájaros que cantaban dulces melodías en los árboles, y los grandes leones que rugían con fuerza. Cada criatura tenía su propio lugar en la naturaleza, y Hashem se sintió satisfecho con su obra.
Mientras observaba a los animales jugar y explorar, Hashem sintió que faltaba algo. “Quiero crear seres que puedan pensar, sentir y cuidar de la creación”, pensó. Así fue como creó a los seres humanos. Con gran amor, formó a un hombre y una mujer. Les dio la capacidad de aprender, amar y cuidar el mundo que había creado.
“Ustedes serán los guardianes de esta hermosa creación”, les dijo Hashem. “Cuiden de los animales, las plantas y todo lo que les rodea. Sean amables y generosos, y siempre recuerden que todo lo que crean debe estar lleno de amor”.
Los primeros seres humanos miraron a su alrededor con asombro. La belleza del mundo era impresionante. Se sintieron agradecidos por la vida que Hashem les había otorgado. “¡Gracias, Hashem! Haremos todo lo posible por cuidar de este lugar”, prometieron juntos.
Mientras tanto, en el mundo recién creado, los animales comenzaron a aprender sobre la amistad y la colaboración. Había un pequeño conejo llamado Tico y un pájaro llamado Pipo que se hicieron grandes amigos. Pasaban los días explorando el bosque, ayudándose mutuamente a encontrar comida y jugando en los campos de flores.
Un día, Tico y Pipo decidieron organizar una gran fiesta en el bosque para celebrar su amistad. Invitaron a todos los animales: las tortugas, los zorros, las ardillas y los ciervos. Todos estaban emocionados por la idea de la fiesta y comenzaron a prepararse.
“¿Qué tal si hacemos una gran comida?” sugirió Tico. “Podemos recolectar frutas y nueces”.
“Y yo puedo volar alto para buscar las mejores frutas en los árboles”, añadió Pipo, moviendo sus alas con entusiasmo.
Así, juntos, comenzaron a trabajar. Mientras tanto, Hashem observaba desde las nubes, sonriendo al ver cómo los animales colaboraban y se ayudaban mutuamente. Se sintió orgulloso de su creación.
La fiesta se llevó a cabo en un claro del bosque, decorado con flores y hojas verdes. Había música, risas y mucha comida. Todos los animales estaban felices, disfrutando de su amistad y del hermoso día.
Sin embargo, en medio de la fiesta, se escuchó un ruido fuerte. Un grupo de animales, liderados por un astuto zorro llamado Rocco, apareció de repente. Rocco había escuchado sobre la fiesta y quería robar la comida.
“¡Hola, amigos! ¿Puedo unirme a su fiesta? Me encanta la comida que huelen”, dijo Rocco con una sonrisa que no parecía sincera.
Tico y Pipo miraron a Rocco con desconfianza. Sabían que el zorro a menudo causaba problemas. “Lo sentimos, Rocco, pero hemos trabajado muy duro para preparar esta fiesta”, dijo Tico con un poco de temor.
“¡Oh, vamos! No sean tontos. Solo quiero un poco de comida”, insistió Rocco, acercándose al banquete.
Los animales comenzaron a murmurar entre ellos, asustados. Pero entonces, Pipo tuvo una idea. “Rocco, ¿por qué no te quedas y disfrutas de la fiesta con nosotros? Hay suficiente para todos”.
Rocco se detuvo y pensó por un momento. “¿De verdad?” preguntó, sorprendido por la oferta. “¿No me van a echar?”
“Por supuesto que no. La amistad significa compartir”, respondió Pipo, extendiendo su ala hacia el zorro.
Al ver la amabilidad de Pipo, Rocco sonrió. “Está bien, me quedaré”, dijo, pero no sin antes murmurar: “Sin embargo, si no hay suficiente comida, ¡no duden que tendré que actuar!”.
Los animales continuaron disfrutando de la fiesta, y poco a poco, Rocco se integró. Comió de la comida y comenzó a reír con los demás. A medida que avanzaba la fiesta, el zorro se dio cuenta de que no necesitaba ser astuto ni engañoso para divertirse. La alegría de la amistad lo envolvía.
Mientras tanto, Hashem observaba desde las nubes, sonriendo al ver cómo la bondad y la amistad superaban la desconfianza. “Eso es, mis criaturas. El amor y la amistad siempre triunfan sobre el miedo y la codicia”, pensó.
Con el tiempo, la fiesta se convirtió en una celebración de unión y alegría. Rocco se sintió aceptado y, al final de la noche, se acercó a Tico y Pipo. “Gracias por invitarme. He aprendido que compartir y ser amable es mucho más divertido que ser astuto”.
Los amigos sonrieron y lo abrazaron, felices de haber creado una nueva amistad. Hashem sonrió, satisfecho con su creación. La luz de la luna brillaba sobre el bosque, iluminando el camino hacia un futuro lleno de esperanza.
Conclusión:
A partir de aquel día, los animales del bosque aprendieron que la amistad, la bondad y el compartir eran los verdaderos tesoros de la vida. Hashem miró con orgullo desde el cielo, sabiendo que su creación era un lugar donde la amistad florecía y donde todos podían vivir en armonía. Los lazos que se habían formado se volvieron más fuertes con el tiempo, y el bosque se llenó de risas, aventuras y, sobre todo, amor.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.