Había una vez en un colorido pueblo un lugar mágico donde vivían personajes de diferentes formas y tamaños. En este peculiar mundo, existían dos amigos muy especiales: Damian, un personaje triangular con ángulos afilados y una personalidad brillante; y John, un personaje redondo, suave y amigable. Aunque eran diferentes en apariencia, su amistad era muy fuerte y especial.
Un día, mientras exploraban un hermoso prado lleno de flores y mariposas, Damian dijo: “¡Vamos a la cima de la colina! Desde allí podremos ver todo el pueblo”. John, siempre dispuesto a seguir a su amigo, asintió con entusiasmo. “¡Sí! Será una gran aventura”.
Los dos amigos comenzaron a subir la colina, disfrutando del paisaje. Pero a medida que avanzaban, Damian comenzó a quejarse de que su forma triangular le dificultaba avanzar por el camino lleno de piedras y baches. “¡Este camino es difícil para mí! Mis esquinas son incómodas”, dijo, mientras se esforzaba por mantenerse en equilibrio.
John, al escuchar a su amigo, se detuvo y le dijo: “No te preocupes, amigo. Yo puedo ayudarte. ¿Qué tal si empujas con un poco de fuerza y yo te guío?” Damian sonrió, agradecido. “Eres el mejor, John. Siempre encuentras la manera de ayudarme”.
Mientras continuaban, Damian empezó a darse cuenta de que aunque su forma era diferente, eso no le impedía disfrutar de la aventura. “Tal vez mis esquinas no sean tan malas después de todo”, pensó, mientras John lo guiaba con suavidad.
Finalmente, llegaron a la cima de la colina. “¡Mira! ¡Es increíble!”, exclamó John. Desde allí, podían ver todo el pueblo, con sus casas de colores y el río que serpenteaba a través del paisaje. Ambos amigos se sentaron a disfrutar de la vista.
Pero de repente, un viento fuerte comenzó a soplar. Damian, por su forma triangular, empezó a tambalearse. “¡Ayuda! ¡No puedo mantener el equilibrio!”, gritó. John, preocupado, corrió hacia él. “¡Agárrate de mí, Damian!”, dijo, intentando estabilizar a su amigo.
Damian hizo lo que pudo, y mientras John lo sostenía, sintió que su forma no era una desventaja, sino que podía usarla para equilibrarse. “¡Eso es! ¡Sólo mantén tus ángulos bien ajustados!”, gritó John, riendo al mismo tiempo. Y así lo hicieron, con risas y mucha complicidad.
Después de unos minutos, el viento se calmó y los amigos se sintieron aliviados. “Gracias, John. No sé qué haría sin ti”, dijo Damian, sonriendo con gratitud. “A veces, las formas diferentes pueden ser útiles”.
Con el corazón ligero y lleno de alegría, decidieron regresar a casa. En el camino, Damian comenzó a notar otras formas a su alrededor. “Mira esa flor, John. Es redonda, como tú. Y esos árboles son altos y delgados, como un cilindro”, observó. “Cada forma tiene su belleza”.
“Así es”, respondió John. “Y cada uno de nosotros, sin importar cómo lucimos, tiene algo especial que aportar. Nuestra amistad es lo más importante”.
Cuando llegaron al pueblo, notaron que sus amigos estaban organizando una feria en la plaza central. “¡Vamos a participar!”, dijo John emocionado. “Podríamos ayudar con los juegos”.
Al unirse a sus amigos, se dieron cuenta de que había un juego de equilibrio, donde los participantes debían caminar sobre una barra sin caerse. “¡Yo puedo hacerlo!”, dijo Damian, sintiéndose confiado. “Mis ángulos son perfectos para esto”. Sin embargo, a medida que intentaba, se resbaló y cayó al suelo. Todos rieron, incluido él. “¡Esto es más difícil de lo que pensé!”, admitió, riendo con los demás.
“¡Ahora es mi turno!”, dijo John, acercándose a la barra. Con su forma redonda, parecía más estable. Caminó con gracia y logró cruzar sin problemas. “¡Lo logré!”, exclamó con alegría. “¡Eres un experto en equilibrio!”, bromeó Damian.
Sin embargo, cuando John intentó ayudar a Damian nuevamente, se dio cuenta de que, a veces, la forma de su amigo también tenía sus ventajas. “Vamos, amigo. Quizás si intentas un enfoque diferente, lo logres esta vez”, dijo. “¡Sí! ¿Y si intento balancearme de lado, como un triángulo en equilibrio?”, preguntó Damian.
A medida que el día avanzaba, ambos amigos decidieron cambiar sus roles en los juegos. “Yo quiero intentar un juego donde se lanza una pelota”, dijo Damian. “Yo también quiero intentar algo nuevo”, dijo John. Así, mientras se turnaban, se ayudaban mutuamente y reían a carcajadas.
Después de un día lleno de diversión y risas, se dieron cuenta de que la verdadera lección no era sobre las formas que tenían, sino sobre cómo podían ayudarse el uno al otro. La diversidad era una fortaleza que podían utilizar en su beneficio.
Al final del día, se sentaron juntos en un banco en la plaza. “¿Sabes, John?”, dijo Damian. “Me he dado cuenta de que cada forma tiene su propia belleza y utilidad. Y juntos, somos imparables”.
“Exactamente”, respondió John. “Cada vez que aprendemos algo nuevo, crecemos juntos. Y eso es lo que importa. Lo importante es apoyarnos mutuamente y disfrutar de cada aventura”.
Así, con el corazón lleno de alegría, decidieron hacer un pacto. “Prometamos nunca dejar que nuestras diferencias nos separen. Siempre estaremos aquí el uno para el otro”, dijo Damian. “¡Prometido!”, exclamó John, y se dieron un fuerte abrazo.
Desde aquel día, Damian y John se convirtieron en los mejores amigos del pueblo. A través de su amistad, demostraron que no importaba cómo lucían, sino el valor que llevaban en sus corazones. Aprendieron a disfrutar de cada momento, a reírse de los desafíos y a encontrar formas creativas de apoyarse mutuamente.
Y así, vivieron muchas más aventuras, mostrando a todos que las diferencias son lo que hace que la amistad sea única y hermosa. En cada juego, en cada risa y en cada desafío, encontraron el verdadero significado de ser amigos.
Con el tiempo, Damian y John se convirtieron en un ejemplo en su comunidad, inspirando a otros a abrazar sus diferencias y celebrar la amistad. Y cada vez que se miraban, recordaban que, en su singularidad, había una fuerza inquebrantable que los unía.
Y así, con sus corazones llenos de gratitud y alegría, continuaron escribiendo su historia de amistad, mostrando al mundo que las diferencias son lo que hacen que la vida sea emocionante y valiosa.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.