Había una vez en una pequeña casa muy acogedora, dos hermanas que se querían mucho pero que a veces se peleaban demasiado. Marta, la mayor, tenía 7 años, y María, la menor, tenía 5. Vivían con su mamá, Estrella, una mujer bondadosa que siempre intentaba que en casa hubiera paz y alegría. Sin embargo, las dos hermanas a veces olvidaban lo mucho que se querían.
Un día, como cualquier otro, Marta y María estaban jugando en la sala. Tenían una torre de bloques de colores y cada una quería construir algo diferente. Marta quería hacer un castillo alto y fuerte, mientras que María prefería hacer una pequeña casa para sus muñecas. Pero, en lugar de ponerse de acuerdo, empezaron a discutir.
—¡No, María! —dijo Marta, con los brazos cruzados—. ¡La torre tiene que ser más alta! ¡Mira, casi lo logramos!
—¡No, no! —respondió María, molesta—. ¡Yo quiero una casita pequeña para mis muñecas!
La discusión se hizo más grande y, antes de que se dieran cuenta, ambas hermanas tiraron los bloques al suelo y se miraron con el ceño fruncido. Estrella, su mamá, escuchó los gritos desde la cocina y vino rápidamente a ver qué estaba sucediendo.
—¿Qué pasa, niñas? —preguntó Estrella, con su voz suave pero preocupada.
—¡Marta no me deja hacer lo que yo quiero! —dijo María, cruzando los brazos.
—¡María no escucha y siempre arruina lo que hacemos! —respondió Marta, igual de molesta.
Estrella suspiró y las miró con amor.
—Mis niñas, en una familia siempre tenemos que aprender a escuchar y compartir. Si se pelean, no podrán divertirse juntas. ¿Qué les parece si intentan trabajar en equipo y construyen algo que les guste a las dos?
Pero ese día, ninguna de las dos hermanas quería escuchar. Ambas estaban muy molestas y no querían compartir. Así que, en lugar de jugar juntas, cada una se fue a un rincón de la casa. Marta se sentó en su habitación con los brazos cruzados, mientras que María se quedó en la sala, mirando los bloques desparramados.
El día continuó, pero la casa ya no parecía tan feliz como de costumbre. Estrella intentó hablar con cada una de las niñas, pero ambas seguían enfadadas.
—Las quiero mucho a las dos —les decía Estrella—, pero cuando se pelean, la casa se siente triste.
Sin embargo, esa noche sucedió algo que lo cambió todo. Justo antes de dormir, Estrella decidió contarles una historia. Sabía que una buena historia podría ayudarlas a entender la importancia de la reconciliación.
—Niñas —dijo Estrella mientras se sentaban en la cama—, les voy a contar una historia mágica.
Marta y María, aunque seguían un poco molestas, no podían resistirse a escuchar una historia de mamá. Así que, con los ojos atentos, esperaron a que comenzara.
—Había una vez —empezó Estrella—, en un reino lejano, dos hermanas que se querían mucho, pero que también discutían a veces. Una noche, después de una gran pelea, algo mágico sucedió. Mientras dormían, un hada apareció en sus sueños. Esta hada les mostró lo que pasaba cuando las personas se peleaban y no se perdonaban.
Marta y María escuchaban con atención.
—El hada les enseñó un mundo donde las flores no crecían, los colores del cielo se apagaban, y todo estaba en silencio. Las personas que vivían en ese mundo no se hablaban porque habían olvidado cómo perdonar. Era un lugar triste, sin risas ni abrazos.
María frunció el ceño.
—¡Qué triste, mamá! —exclamó.
Estrella asintió.
—Sí, era muy triste. Pero el hada les dijo que había una solución. Si las hermanas aprendían a perdonarse y a recordar lo mucho que se querían, podrían traer de vuelta las flores, los colores y las risas. Y entonces, las hermanas se miraron y, con una sonrisa, decidieron hacer las paces. Se dieron un gran abrazo y, en ese mismo instante, el mundo volvió a llenarse de vida. Las flores florecieron, el sol brilló, y todos empezaron a reír de nuevo. Porque el perdón, mis niñas, tiene el poder de hacer que todo vuelva a ser hermoso.
Cuando Estrella terminó la historia, miró a Marta y María, que ahora parecían estar pensando profundamente en lo que habían escuchado. Sabían que, al igual que las hermanas del cuento, ellas también podían hacer que su mundo fuera más feliz si aprendían a perdonarse.
Marta fue la primera en hablar.
—María, lo siento por gritarte antes. De verdad quería hacer esa torre, pero no fue justo no escucharte.
María, con sus ojos grandes y brillantes, sonrió.
—Yo también lo siento, Marta. Quería mi casita, pero podemos hacer algo juntas, ¿verdad?
Ambas se miraron y, sin pensarlo dos veces, se dieron un abrazo fuerte, como si en ese instante todos los malos sentimientos desaparecieran. Estrella, viendo el abrazo entre sus dos hijas, sonrió con orgullo y alivio.
A la mañana siguiente, Marta y María se levantaron temprano y decidieron trabajar juntas en la torre y la casita de bloques. Pero esta vez, no fue solo una torre ni solo una casita. Juntas, construyeron una ciudad entera con un castillo para Marta y una casita para las muñecas de María. Trabajaron en equipo, riendo y disfrutando, mientras su mamá las observaba desde la puerta con una gran sonrisa.
Desde ese día, Marta y María recordaron la historia del hada y las hermanas que se reconciliaron. Cada vez que empezaban a discutir, una de ellas recordaba que el perdón podía hacer que todo volviera a ser hermoso. Y, aunque a veces todavía se peleaban, siempre encontraban el camino de regreso al abrazo y a la sonrisa.
Conclusión:
Marta, María y su mamá aprendieron que, aunque en una familia puede haber momentos de desacuerdo, el amor y el perdón siempre son más fuertes. Con paciencia y amor, las hermanas descubrieron que trabajar juntas y perdonarse las hacía más felices y unía a su familia aún más.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.