En una casita llena de risas y colores, vivían tres hermanos: Itany, Daniel, y el pequeño Mateo. Itany, la mayor, siempre había sido la hermana responsable, con su cabello oscuro y una mirada dulce y amable. Daniel, aunque más joven que Itany, era muy curioso y siempre buscaba nuevas cosas que aprender y descubrir. Finalmente, estaba Mateo, con solo seis años, quien tenía una energía infinita y una sonrisa tan grande que iluminaba toda la casa. Mateo era un niño especial; su mundo estaba lleno de detalles y emociones intensas, siempre iba de un lado a otro, y tenía una afición particular: adoraba tomar fotografías y abrazar a sus hermanos.
Pero había algo que parecía separarlo un poco de Itany y Daniel. Mateo era diferente. Tenía autismo, lo que significaba que a veces veía el mundo de una forma que solo él entendía, llena de movimientos, sonidos, y detalles que los demás no siempre percibían. Cuando Mateo estaba emocionado, movía sus manitas arriba y abajo, y si veía algo que le gustaba, como la sonrisa de sus hermanos o una luz bonita en la ventana, sacaba su cámara y quería capturar el momento. A Mateo le encantaba recordar esos momentos con sus fotos.
Sin embargo, sus hermanos no siempre entendían su entusiasmo. Cada vez que Mateo intentaba acercarse a Itany para abrazarla, ella suspiraba y le decía:
—¡Ay, Mateo! No estés molestando, tengo cosas más importantes que hacer.
Y Daniel, al ver a su hermanito acercándose con la cámara en mano, se apartaba y respondía con desdén:
—No, Mateo, ¡déjame en paz! Nadie quiere ser fotografiado por un niño.
Mateo, con su inocencia y amor, no comprendía por qué sus hermanos lo rechazaban. Cada vez que intentaba estar cerca de ellos, sentía una punzada de tristeza. No quería molestarlos; él solo quería compartir su alegría y cariño. Así que cada vez que recibía una respuesta fría, Mateo bajaba su cámara y se alejaba en silencio, sintiéndose solo en medio de su propia familia.
Su mamá, siempre observadora, notaba el dolor en los ojos de Mateo. Un día, después de ver cómo Itany y Daniel rechazaban una vez más los abrazos de Mateo, decidió tener una conversación con ellos.
—Chicos, ¿por qué no tienen más paciencia con Mateo? Él muestra su amor y su cariño a través de los abrazos y las fotografías. —dijo mamá, intentando hacerles entender lo importante que era para Mateo acercarse a ellos.
Pero Itany y Daniel no quisieron escuchar. Ambos se fueron molestos, pensando que su mamá no entendía lo difícil que era lidiar con un hermano tan insistente.
Viendo que las palabras no habían sido suficientes, mamá decidió tomar una decisión que cambiaría para siempre la relación entre los tres hermanos.
Esa misma tarde, mamá organizó una actividad especial: propuso un juego familiar. Los tres hermanos, aunque sorprendidos, aceptaron participar. A Itany y Daniel no les entusiasmaba mucho la idea, pero sabían que si mamá estaba insistiendo, sería algo importante.
—Hoy jugaremos a “El fotógrafo escondido” —anunció mamá con una sonrisa—. El objetivo del juego es sencillo: debemos encontrar momentos especiales en la casa y capturarlos en una fotografía. Todos tendrán una cámara desechable, y cada uno deberá tomar al menos cinco fotos de cosas o personas que les parezcan especiales.
Itany frunció el ceño. Tomar fotos no era lo suyo, y menos fotos de “momentos especiales” en casa. Daniel, por su parte, pensó que sería fácil; él siempre encontraba cosas interesantes. Pero Mateo… ¡Mateo estaba feliz! Finalmente, todos en la familia iban a jugar a lo que él más disfrutaba: capturar momentos únicos.
Cada uno tomó su cámara y salió a explorar la casa. Mateo no podía dejar de sonreír mientras tomaba fotos de las cosas que le encantaban: la luz entrando por la ventana, la cara de Itany cuando estaba concentrada, o el gesto curioso de Daniel al observar un libro en el rincón de la sala. Para él, cada fotografía era una forma de guardar un pedacito de amor.
Itany y Daniel, al principio, no sabían qué fotografiar. Observaban la casa, sus habitaciones, los muebles, pero no encontraban nada especial. Pero luego, al ver cómo Mateo tomaba fotos con tanto entusiasmo, algo en ellos comenzó a cambiar. Vieron cómo su hermano menor encontraba belleza en los detalles más simples, y cómo cada fotografía era para él un pequeño tesoro.
Daniel, intrigado, empezó a prestar más atención a las cosas pequeñas. Capturó el reflejo de la lámpara en la mesa, el detalle de las flores en el jardín, e incluso el rostro de su hermana mientras miraba una foto antigua de ellos. Por primera vez, comenzó a ver el mundo con la misma curiosidad que tenía Mateo.
Itany, quien siempre había visto a su hermano menor como una molestia, se encontró sacando fotos de él mientras se movía alegremente de un lugar a otro. En ese momento, se dio cuenta de algo: Mateo no era diferente porque fuera molesto o extraño; Mateo era especial porque veía el mundo con una pureza que ellos habían olvidado.
Cuando terminaron el juego, mamá reunió a todos para que revisaran las fotos. Cada uno mostró sus imágenes, y al ver las de Mateo, Itany y Daniel sintieron un nudo en el corazón. Sus fotos mostraban el amor que Mateo tenía por su familia, su alegría en cada detalle, y lo mucho que disfrutaba simplemente estando cerca de ellos.
Esa noche, sin decir una palabra, Itany se acercó a Mateo y le dio un abrazo. Daniel también se unió, y los tres hermanos se quedaron así, en silencio, compartiendo un momento que ninguno de ellos olvidaría.
Fue entonces cuando comprendieron que el cariño de Mateo no era algo de lo que debían alejarse, sino algo que debían valorar y cuidar. Desde ese día, la casa se llenó de fotos, abrazos y, sobre todo, del amor incondicional que solo Mateo podía enseñarles.
Cuentos cortos que te pueden gustar
La Gimnasia Rítmica que Une a una Familia de Sueños y Pasión
El Amor por las Verduras
Pulmi y su Visita al Doctor
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.