En un país muy lejano, donde el cielo era un lienzo y las nubes el arte, vivía un pintor de nubes llamado Plub. A sus 30 años, Plub tenía una responsabilidad muy especial: pintar las nubes que sus vecinos necesitaban. Algunas veces pintaba nubes grises y pesadas, listas para regar los campos de trigo con su lluvia. Otras veces, sus pinceles daban vida a nubes blancas y esponjosas, perfectas para que los niños del pueblo imaginaran figuras y animales en ellas.
Plub vivía en una pequeña cabaña al pie de una colina, rodeado de botes de pintura y pinceles de todos los tamaños. Su cabello moreno siempre estaba revuelto, marcado por las gotas de pintura que danzaban con el viento cada vez que trabajaba. A pesar de su sencillo modo de vida, Plub era feliz, pues sabía que su trabajo llenaba de alegría y esperanza los corazones de su comunidad.
Un día, mientras el sol se levantaba bañando el cielo de un suave dorado, Plub se preparó para su tarea más importante: una gran nube que debía flotar sobre el pueblo durante el festival anual. Con su cesto de pinturas al hombro, subió la colina y comenzó su trabajo. Sin embargo, algo inesperado ocurrió: justo cuando empezaba a pintar, descubrió que su bote de pintura gris estaba vacío. Buscó entre sus suministros, pero no encontró ni una gota más.
El pánico inicial dio paso a una idea audaz. Mirando el cielo, aún tocado por los colores del amanecer, Plub tuvo una visión. ¿Y si, en lugar de nubes grises, pintaba nubes de colores? Nubes rosas como los pétalos de las flores, azules como el mar tranquilo, amarillas como el sol brillante y verdes como los campos de hierba.
Con una mezcla de miedo y emoción, Plub comenzó a pintar. Al principio, con timidez, pero luego con más confianza, sus pinceles dieron vida a las nubes de colores más vibrantes que el pueblo jamás había visto. Al terminar, Plub observó su obra desde la colina, esperando la reacción de sus vecinos.
Para su sorpresa, no tuvo que esperar mucho. Uno a uno, los habitantes del pueblo comenzaron a salir de sus casas, mirando hacia arriba con asombro. Los niños corrían y saltaban, señalando emocionados las nubes de colores. Los adultos, aunque al principio estaban confundidos, no pudieron evitar sonreír ante tal espectáculo.
La noticia de las nubes de colores se esparció rápidamente, y pronto, vecinos de lugares cercanos vinieron a ver el maravilloso cielo. Plub, desde su colina, observaba todo, sintiendo cómo su corazón se llenaba de una calidez desconocida.
Al día siguiente, algo aún más sorprendente sucedió. Plub comenzó a recibir visitas de personas de todo el pueblo, pidiéndole más nubes de colores. Querían nubes rosas para celebrar el nacimiento de un bebé, nubes azules para días de descanso y reflexión, nubes amarillas para alegrar los corazones en días tristes y nubes verdes para marcar el comienzo de la primavera.
Plub trabajó más duro que nunca, pintando nubes para cada ocasión. Con cada nube que pintaba, sentía cómo su miedo inicial se transformaba en orgullo y satisfacción. Había innovado sin querer, y su innovación había traído alegría y color a la vida de su comunidad.
Las nubes de colores de Plub se convirtieron en una tradición en el pueblo, una señal de esperanza y felicidad. Los niños crecieron con historias del valiente pintor de nubes que se atrevió a cambiar el cielo, y los adultos recordaban el día en que el cielo se llenó de colores como el inicio de una nueva era de creatividad y unión en el pueblo.
Plub, por su parte, nunca olvidó la lección que aprendió ese día. A veces, lo inesperado puede ser el inicio de algo maravilloso. Con cada pincelada, recordaba que la innovación y la valentía pueden transformar el mundo de maneras que nunca imaginamos.
Y así, entre nubes de colores y corazones llenos de alegría, Plub continuó su trabajo, sabiendo que su legado sería recordado por generaciones. El cielo ya no era solo azul; era un lienzo de sueños, esperanzas y, sobre todo, de colores infinitos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.