Rebe era una niña que, desde muy pequeña, había sido rodeada de amor y cuidado por su familia. Sus padres, temerosos de que algo malo pudiera pasarle, siempre habían estado a su lado, resolviendo cualquier pequeño problema que pudiera surgir en su vida. Así, Rebe creció en un ambiente donde todo estaba resuelto, donde no tenía que preocuparse por nada más que ser feliz. Sin embargo, este exceso de protección tenía sus consecuencias, algo que su familia no notó hasta que Rebe comenzó a mostrar dificultades para relacionarse con los demás.
En su hogar, Rebe se sentía segura y cómoda. Su madre siempre estaba ahí para ayudarla a vestirse, su padre le explicaba cada pequeña duda, y su abuela la acompañaba en todo momento. Pero cuando llegó el momento de ir a la escuela, Rebe se enfrentó a una realidad que no conocía: tenía que interactuar con otros niños, resolver problemas por sí misma y, lo que más le costaba, hablar en público. La escuela, un lugar que debería ser emocionante y lleno de nuevas experiencias, se convirtió en un reto que Rebe no sabía cómo enfrentar.
Los primeros días en la escuela fueron difíciles para Rebe. Se sentía abrumada por la cantidad de niños que corrían y gritaban por los pasillos. Las clases, que requerían participación y trabajo en equipo, la intimidaban. Prefería quedarse en silencio, esperando que nadie la notara, temerosa de decir algo incorrecto o hacer el ridículo. Mientras sus compañeros se hacían amigos rápidamente, Rebe se sentía cada vez más aislada.
La familia de Rebe pronto se dio cuenta de que algo no estaba bien. La niña que en casa era alegre y parlanchina, en la escuela parecía retraída y triste. Preocupados, decidieron hablar con ella para entender qué estaba ocurriendo. Con mucho cariño, le preguntaron cómo se sentía y por qué no quería ir a la escuela. Al principio, Rebe no sabía cómo explicar lo que sentía, pero finalmente, entre lágrimas, confesó que se sentía sola, que no sabía cómo hacer amigos y que tenía miedo de equivocarse.
Fue entonces cuando su familia comprendió que, en su afán de protegerla, habían hecho que Rebe dependiera completamente de ellos. Decidieron que era hora de cambiar la forma en que la estaban criando. No querían dejar de amarla ni de cuidarla, pero sabían que tenían que enseñarle a ser independiente, a enfrentarse al mundo por sí misma y a descubrir sus propias capacidades.
El cambio no fue fácil ni rápido. Al principio, Rebe se resistió a la idea de tener que hacer cosas por su cuenta. Estaba acostumbrada a que le solucionaran todo, y la idea de tener que tomar decisiones por sí misma la aterraba. Sin embargo, con mucha paciencia y amor, su familia comenzó a guiarla en este nuevo camino.
Una de las primeras cosas que hicieron fue enseñarle a resolver problemas cotidianos. Por ejemplo, si Rebe no encontraba un libro para la escuela, en lugar de buscarlo por ella, su madre le sugirió que pensara dónde lo había dejado la última vez. Si tenía un problema con un compañero de clase, su padre la animaba a pensar en cómo podría resolverlo hablando con él, en lugar de intervenir directamente.
Al principio, estas tareas parecían montañas imposibles de escalar para Rebe. Pero poco a poco, empezó a darse cuenta de que era capaz de hacer más de lo que creía. Un día, sorprendió a todos cuando logró resolver un problema de matemáticas que le había costado mucho trabajo sin la ayuda de nadie. Esa pequeña victoria le dio la confianza que necesitaba para seguir intentándolo.
En la escuela, Rebe también comenzó a cambiar. Aunque seguía siendo tímida, decidió hacer un esfuerzo por hablar con otros niños. Fue difícil al principio, pero un día, se acercó a una compañera que estaba sola en el patio y le preguntó si quería jugar con ella. Para su sorpresa, la niña aceptó, y pronto descubrieron que tenían muchas cosas en común. Fue el comienzo de una amistad que le dio a Rebe la seguridad que tanto necesitaba.
El tiempo pasó, y Rebe siguió creciendo, tanto física como emocionalmente. Aprendió que cometer errores era parte del aprendizaje y que no debía temerle a equivocarse. Cada desafío que enfrentaba era una oportunidad para conocerse mejor, para descubrir nuevas habilidades y para aprender a confiar en sí misma. Su familia, que la apoyaba en todo momento, se alegraba de verla florecer, de ver cómo la niña insegura y temerosa se convertía en una joven audaz y capaz.
Uno de los momentos más importantes en la vida de Rebe llegó cuando, ya en la adolescencia, decidió que quería aprender a tocar un instrumento musical. Aunque la idea le emocionaba, también la asustaba. Sabía que no sería fácil, que tendría que practicar mucho y que al principio no lo haría bien. Pero, recordando todo lo que había aprendido sobre superar desafíos, se inscribió en clases de piano.
Las primeras lecciones fueron complicadas. Sus dedos parecían torpes sobre las teclas, y la música que salía del piano no se parecía en nada a las melodías que tenía en su cabeza. Hubo momentos en que pensó en rendirse, en que dudó de su capacidad para aprender algo nuevo. Pero cada vez que sentía que no podía más, recordaba todas las pequeñas victorias que había logrado en el pasado, y eso le daba la fuerza para seguir adelante.
Con el tiempo, Rebe no solo aprendió a tocar el piano, sino que se convirtió en una pianista talentosa. Su esfuerzo y perseverancia la llevaron a dar conciertos en su escuela y, más tarde, en pequeños eventos locales. Cada vez que se sentaba frente al piano, recordaba lo lejos que había llegado desde aquellos días en que tenía miedo de hablar en público o de tomar decisiones por sí misma.
Al terminar la escuela secundaria, Rebe decidió que era hora de dar un paso aún más grande: independizarse. Aunque la idea de vivir sola le daba miedo, sabía que era un paso necesario para seguir creciendo. Con el apoyo de su familia, encontró un pequeño apartamento cerca de la universidad donde estudiaría música. Los primeros días en su nuevo hogar fueron solitarios, pero Rebe estaba decidida a demostrar que podía valerse por sí misma.
Cuentos cortos que te pueden gustar
La Fuerza de la Justicia
El Arcoíris de la Responsabilidad: La Búsqueda de las Tres Llaves
Pablito, Ana y Nicolás: El Poder de los Sentimientos
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.