Había una vez en un pequeño pueblo, una niña de cinco años llamada Sofía. Sofía era una niña alegre y curiosa, siempre dispuesta a aprender cosas nuevas. Tenía un cabello castaño claro que brillaba bajo el sol y una sonrisa que iluminaba su rostro.
Un día, mientras jugaba en el jardín de su casa, su mamá la llamó para desayunar. Sofía corrió hacia la mesa y empezó a comer sin decir nada. Su mamá, con una sonrisa, le dijo: «Sofía, ¿qué decimos antes de empezar a comer?». Sofía, pensativa, respondió: «¿Buen provecho?». Su mamá asintió, pero añadió: «También es importante decir ‘gracias’ por la comida que tenemos».
Ese día, Sofía aprendió algo nuevo: la importancia de decir «gracias». Su mamá le explicó que esas palabras son una forma de mostrar aprecio y amor por las cosas que recibimos y por las personas que nos ayudan.
Más tarde, Sofía fue al parque con su papá. Al llegar, su papá le dijo: «Recuerda saludar a las personas con un ‘buenos días'». Sofía, recordando lo que su mamá le había enseñado, empezó a saludar a todos los que encontraba en el parque. Para su sorpresa, las personas respondían con grandes sonrisas y saludos amables.
Sofía se dio cuenta de que esas pequeñas palabras tenían un poder mágico. «Gracias» y «buenos días» eran como llaves que abrían corazones y dibujaban sonrisas. Empezó a usarlas en la escuela, con sus amigos y en casa. Cada vez que lo hacía, sentía una calidez especial en su corazón.
Un día, en la escuela, Sofía vio a un niño nuevo que parecía tímido y solo. Se acercó a él y le dijo con una sonrisa: «Hola, soy Sofía. ¿Cómo te llamas?». El niño, sorprendido por su amabilidad, respondió: «Me llamo Lucas». Sofía entonces le dijo: «Buenos días, Lucas, ¿quieres jugar conmigo?». Lucas sonrió y asintió. Ese día, Sofía hizo un nuevo amigo simplemente siendo amable y usando sus palabras mágicas.
Con el tiempo, Sofía se hizo conocida en su escuela y en el vecindario por ser una niña educada y amable. Todos apreciaban su manera de ser y la forma en que siempre tenía una palabra amable para los demás.
Sofía aprendió que decir «gracias» no solo era una forma de ser educada, sino también una manera de reconocer y valorar lo que otros hacen por nosotros. Y que decir «buenos días» era una forma de compartir alegría y amistad con los demás.
A medida que Sofía crecía, seguía practicando el uso de sus palabras mágicas en todas partes. Entendió que la amabilidad y la gratitud no son solo palabras, sino actos que pueden cambiar el mundo a nuestro alrededor, haciendo de él un lugar más feliz y amable.
Al final, Sofía se convirtió en un ejemplo para todos, demostrando que las pequeñas acciones y palabras pueden tener un gran impacto en la vida de los demás. Y así, con cada «gracias» y cada «buenos días», Sofía ayudaba a crear un mundo lleno de sonrisas y corazones contentos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.