Había una vez, en la hermosa ciudad de Barcelona, dos niños llamados Yeiren y Nikolay. Aunque venían de mundos muy diferentes, sus caminos se cruzaron en una pequeña escuela que pronto se convertiría en el escenario de una historia llena de valores y aprendizajes.
Yeiren era un niño de diez años que había llegado a Barcelona desde un país de América Latina. Su familia había decidido emigrar en busca de mejores oportunidades laborales. A pesar de estar emocionado por la nueva aventura, Yeiren extrañaba su hogar y a sus amigos. Por otro lado, Nikolay, un niño de la misma edad, había llegado desde Ucrania, obligado a emigrar debido a un conflicto bélico en su país. La situación de Nikolay era mucho más difícil, y aunque estaba a salvo en Barcelona, las cicatrices de la guerra eran evidentes en su mirada.
El primer día de clases, la maestra Sonia los recibió con una cálida sonrisa. Sonia era una profesora dedicada, siempre preocupada por el bienestar de sus alumnos. Cuando vio a Yeiren y Nikolay, se esforzó por hacerlos sentir bienvenidos en su nuevo entorno.
—¡Buenos días, Yeiren y Nikolay! —dijo Sonia—. Bienvenidos a nuestra clase. Estoy segura de que haréis muchos amigos aquí.
Los compañeros de clase, Carles y Joan, se acercaron curiosos para conocer a los nuevos niños. Carles, con su actitud amistosa, fue el primero en hablar.
—¡Hola! Soy Carles. ¿Quieres jugar conmigo durante el recreo?
Joan, siempre dispuesto a hacer nuevos amigos, también se unió a la conversación.
—¡Sí! Vamos a divertirnos mucho juntos.
Durante las primeras semanas, todo parecía ir bien. Yeiren y Nikolay comenzaron a adaptarse a su nueva vida en Barcelona, haciendo nuevos amigos y aprendiendo muchas cosas nuevas. Sin embargo, con el paso del tiempo, Yeiren empezó a notar algo que lo inquietaba. Aunque Sonia era amable con ambos, parecía mostrar una preferencia especial por Nikolay.
En el aula, Sonia a menudo le daba a Nikolay más atención y lo elogiaba con más frecuencia. Cuando Nikolay tenía dificultades, Sonia se mostraba particularmente comprensiva, lo cual contrastaba con la forma en que trataba a Yeiren.
Un día, durante una clase de matemáticas, Yeiren levantó la mano para pedir ayuda con un problema difícil. Sonia se acercó, pero su atención pronto se desvió hacia Nikolay, quien también necesitaba ayuda.
—Lo siento, Yeiren. Ayudaré a Nikolay primero, ¿de acuerdo? —dijo Sonia, sonriendo con simpatía.
Yeiren asintió, pero no pudo evitar sentirse desalentado. Se preguntó por qué Sonia siempre parecía priorizar a Nikolay. La situación continuó así durante varios meses, y Yeiren comenzó a cambiar su actitud hacia la profesora Sonia. Se volvió más reservado y menos participativo en clase, sintiendo que no importaba tanto como Nikolay.
Un día, después de la escuela, Yeiren decidió hablar con sus padres sobre lo que sentía. Durante la cena, tomó valor y expresó sus sentimientos.
—Mamá, papá, quiero contarles algo —dijo Yeiren, con la voz temblorosa—. Siento que en la escuela la maestra Sonia prefiere a Nikolay sobre mí. Siempre lo ayuda primero y le presta más atención.
Sus padres, preocupados por lo que escuchaban, lo escucharon con atención. La madre de Yeiren lo miró con ternura y respondió.
—Mi querido Yeiren, entiendo cómo te sientes. A veces, las personas muestran favoritismos sin darse cuenta. Pero también debes considerar que la situación de Nikolay es muy difícil. Ha tenido que dejar su país debido a la guerra, y eso puede afectar mucho a una persona.
El padre de Yeiren asintió y añadió.
—Lo importante es que no te desanimes, hijo. Debes seguir esforzándote y dando lo mejor de ti. Demuestra a la maestra y a tus compañeros lo valioso que eres. Y recuerda, siempre puedes hablar con la maestra Sonia sobre cómo te sientes.
Al día siguiente, Yeiren decidió seguir el consejo de sus padres y hablar con Sonia después de clase. Con el corazón latiendo rápido, se acercó a ella y le dijo.
—Señorita Sonia, ¿puedo hablar con usted un momento?
—Claro, Yeiren. ¿Qué sucede? —respondió Sonia, notando la seriedad en el rostro de Yeiren.
—Quería decirle que a veces me siento un poco ignorado en clase. Sé que Nikolay ha pasado por cosas muy difíciles, pero me gustaría recibir un poco más de atención también.
Sonia escuchó atentamente y se dio cuenta de que, sin quererlo, había estado mostrando favoritismo. Acarició el hombro de Yeiren y respondió con sinceridad.
—Oh, Yeiren, siento mucho que te hayas sentido así. Tienes razón, he estado preocupada por Nikolay debido a su situación, pero no quise hacerte sentir menos importante. Prometo que a partir de ahora seré más justa y equilibrada con todos ustedes.
Yeiren sonrió, sintiéndose aliviado. Desde ese día, Sonia se esforzó por tratar a todos sus alumnos con igualdad, prestando atención a las necesidades de cada uno. Yeiren empezó a participar más en clase y su relación con Sonia mejoró considerablemente.
Con el tiempo, Yeiren y Nikolay se hicieron grandes amigos. Descubrieron que, a pesar de sus diferentes orígenes, tenían mucho en común. Jugaban juntos, hacían sus tareas y compartían historias sobre sus países de origen. Carles y Joan también se unieron al grupo, y los cuatro niños se volvieron inseparables.
Durante una actividad escolar, los niños tuvieron que preparar una presentación sobre sus culturas. Yeiren habló con orgullo sobre su país de América Latina, mostrando fotos y objetos tradicionales. Nikolay compartió la rica historia y las tradiciones de Ucrania, emocionando a sus compañeros con su entusiasmo.
La presentación fue un éxito y todos aprendieron mucho sobre la diversidad cultural. Sonia estaba orgullosa de sus alumnos y de cómo habían crecido y aprendido a valorar sus diferencias.
Al final del curso, Sonia organizó una pequeña fiesta para celebrar el esfuerzo y los logros de todos. Mientras los niños disfrutaban de la fiesta, Sonia se acercó a Yeiren y Nikolay.
—Estoy muy orgullosa de ustedes —dijo Sonia con una sonrisa—. Han demostrado que, a pesar de las dificultades, pueden ser amigos y apoyarse mutuamente. Han aprendido una valiosa lección sobre la igualdad y la empatía.
Yeiren y Nikolay se miraron y sonrieron, sabiendo que habían crecido mucho durante el año. A pesar de los desafíos, habían encontrado una verdadera amistad y aprendido a valorar a cada persona por lo que es.
Los padres de Yeiren también se sintieron orgullosos de su hijo. Aunque la vida en un nuevo país no siempre fue fácil, habían encontrado una comunidad que los acogía con los brazos abiertos. Comprendieron que, a pesar de las diferencias, lo más importante era la bondad y el respeto hacia los demás.
Así, la historia de Yeiren, Nikolay, Sonia, Carles y Joan se convirtió en un ejemplo de cómo la diversidad puede enriquecer nuestras vidas. En su pequeña escuela en Barcelona, aprendieron que el verdadero valor reside en aceptar y valorar a todos, sin importar de dónde vengan.
Y así, en una ciudad llena de vida y color, los amigos siguieron creciendo juntos, compartiendo risas y aventuras, siempre recordando la lección más importante de todas: la amistad y el respeto son los valores que nos unen.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.