En un pequeño pueblo, había una escuela donde los niños aprendían y jugaban juntos. Entre ellos, había cuatro amigos muy especiales: Delia, una niña dulce con dos coletas y una gran sonrisa; Roger, un chico serio que prefería jugar solo; Yolanda, una niña traviesa con una risa contagiosa; e Ivette, la amiga leal de Delia, siempre lista para divertirse.
Delia era conocida por su amabilidad. Le encantaba compartir su material escolar con los demás. Un día, mientras estaban en clase, la maestra les pidió que sacaran sus cuadernos y lápices para una actividad. Delia, entusiasmada, sacó sus cosas, que eran nuevas y brillantes. Pero, justo cuando estaba a punto de empezar, Yolanda se acercó.
—Oye, Delia, ¿puedo usar tu lápiz? El mío se rompió —pidió Yolanda, con su sonrisa traviesa.
Delia, sin pensarlo, le dio su lápiz.
—¡Claro, Yolanda! Tómalo —respondió, feliz de ayudar.
Mientras Delia se concentraba en la actividad, no se dio cuenta de que Yolanda, aprovechando su nobleza, había cambiado su material escolar por cosas viejas y dañadas que había traído de casa. Cuando Delia miró su escritorio, vio que su lápiz ya no estaba.
—¿Dónde está mi lápiz? —preguntó Delia, mirando alrededor confundida.
Yolanda solo se rió suavemente y dijo:
—Quizás se perdió. ¡No te preocupes! Usaremos uno de los que tengo.
Delia, sin darse cuenta de lo que había pasado, se sintió un poco decepcionada, pero decidió no pensar más en ello.
Ese día, al salir de la escuela, Delia se acercó a Roger, quien estaba sentado en un banco, aislado. Delia siempre había querido ser amiga de Roger, pero él nunca parecía interesado en jugar con ella.
—Hola, Roger. ¿Quieres jugar a la pelota? —preguntó Delia, con una sonrisa.
Roger frunció el ceño.
—No, gracias. No me gusta jugar con chicas —respondió, alejándose un poco.
Delia se sintió triste por su respuesta. No entendía por qué Roger era tan frío con ella. A pesar de su decepción, decidió ir a jugar con Ivette, que siempre estaba dispuesta a divertirse. Las dos amigas corrieron hacia el campo de juegos, donde había un montón de risas y diversión.
Mientras tanto, Yolanda, al ver a Roger solo, se acercó a él.
—¿Por qué no juegas con nosotros? Delia es muy tonta —dijo Yolanda, tratando de hacer que Roger se uniera a su lado.
Roger asintió, sintiéndose más cómodo con Yolanda. Sin embargo, no sabía que Yolanda solo estaba buscando aprovecharse de su amistad con Delia.
Después de un tiempo, mientras jugaban, Ivette notó que Delia no estaba tan feliz como de costumbre.
—¿Qué te pasa, Delia? —preguntó Ivette, preocupada.
—Nada —respondió Delia, intentando sonreír—. Solo… no entiendo por qué Roger no quiere ser mi amigo.
Ivette frunció el ceño.
—No deberías preocuparte por eso. Hay otros niños que sí quieren jugar contigo.
Delia asintió, sintiéndose un poco mejor. Sin embargo, lo que no sabía era que Yolanda continuaba aprovechándose de su bondad, intercambiando más materiales y riéndose a sus espaldas.
Al día siguiente, durante el recreo, Delia se dio cuenta de que muchos de sus útiles escolares estaban desapareciendo. Fue a buscar a Yolanda, que estaba jugando con sus amigos.
—Oye, Yolanda, ¿has visto mis cosas? —preguntó, un poco preocupada.
—No, ¿por qué? —respondió Yolanda, con una risa que sonaba un poco forzada—. Tal vez deberías cuidarlas mejor.
Delia sintió que algo no estaba bien, pero no podía probar nada. Al volver a la clase, se sentó junto a Ivette y le contó lo que estaba pasando.
—Creo que Yolanda está aprovechándose de mí —dijo Delia—. Cada vez que le presto algo, desaparece.
Ivette la miró con preocupación.
—Tal vez deberías hablar con mamá sobre esto. A veces, los adultos pueden ayudar a resolver problemas que parecen difíciles —sugirió.
Al llegar a casa, Delia decidió contarle a su mamá lo que había sucedido. Su madre, siempre atenta y comprensiva, escuchó con atención.
—Delia, es muy importante que aprendas a diferenciar entre amigos y compañeros de clase —le dijo su mamá, abrazándola—. No todas las personas que parecen ser amigas tienen buenas intenciones. Debes cuidar tu bondad y aprender a protegerte.
Delia asintió, comprendiendo que su madre tenía razón. Al día siguiente, decidió que no prestaría más cosas a Yolanda. En su lugar, se enfocaría en jugar con Ivette, quien siempre le había mostrado cariño y apoyo.
Durante la clase, mientras Yolanda intentaba acercarse, Delia se mantuvo firme.
—Lo siento, Yolanda, pero no puedo prestarte nada hoy —dijo, con una sonrisa, pero sin dejarse influenciar.
Yolanda se sorprendió por la respuesta de Delia.
—¿Por qué no? ¿No somos amigas? —preguntó, intentando parecer inocente.
—Amigas se cuidan, y yo no me siento cuidada cuando me cambias mis cosas —respondió Delia, sintiéndose fuerte.
Después de esa conversación, Delia se sintió liberada. No tenía que permitir que nadie se aprovechara de su bondad. A partir de ese día, comenzó a disfrutar más de su amistad con Ivette, y también decidió ser más amable con Roger, sin intentar forzar una relación.
Durante el recreo, al jugar con Ivette, Delia vio a Roger solo en un rincón. Esta vez, no sintió miedo ni tristeza. Se acercó con una sonrisa.
—Hola, Roger. ¿Quieres jugar a la pelota con nosotros? —preguntó.
Roger miró a Delia, sorprendido por su actitud.
—Eh, tal vez… —respondió, un poco titubeante.
Con el tiempo, Delia, Ivette y Roger comenzaron a jugar juntos. Roger empezó a ver que Delia no era mala persona, sino que simplemente quería ser su amiga. Aunque no se conocían mucho, las risas y la diversión comenzaron a florecer.
Mientras tanto, Yolanda, al ver que sus intentos de manipular a Delia no funcionaban, se alejó, buscando nuevos amigos que pudiera influenciar. Pero Delia no se preocupaba por eso. Había aprendido que la verdadera amistad no se trata de aprovecharse de los demás, sino de apoyarse mutuamente y compartir buenos momentos.
Al final del año escolar, Delia, Roger, Ivette y otros amigos habían formado un gran grupo. Se reían, jugaban y compartían experiencias juntos. Delia se dio cuenta de que, aunque había enfrentado desafíos, había aprendido lecciones importantes sobre la amistad.
Y así, Delia descubrió que no todas las personas eran sus amigas, pero las que realmente lo eran valían la pena. En su corazón, guardó un cariño especial por Ivette y un nuevo entendimiento con Roger. Sabía que la amistad auténtica se construye sobre la confianza y el respeto, y nunca dejaría que nadie se aprovechara de su bondad nuevamente.
Y así, cada día en la escuela se llenaba de risas y alegrías, mientras Delia seguía aprendiendo sobre la vida y la amistad.
Fin
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.