Eny y su Amiga Especial

En un lugar muy especial, donde el aire siempre era fresco y una suave neblina cubría el bosque, vivía una niña llamada Eny. Ella era una niña muy alegre, siempre tenía una sonrisa en su rostro y le encantaba correr, saltar y jugar. A Eny le gustaban muchas cosas, pero lo que más le gustaba en el mundo eran los helados y pasar tiempo con su mamá, Ruth.

Ruth era una mujer muy dulce y amorosa. Ella y Eny eran más que madre e hija, eran las mejores amigas. Siempre estaban juntas, compartiendo risas y aventuras. A Eny le encantaba cuando Ruth le contaba historias sobre las hadas que vivían en el bosque o sobre los conejos que saltaban entre los árboles. Ruth siempre sabía cómo hacer que cada día fuera especial.

Un día, Ruth y Eny decidieron ir a dar un paseo por el bosque. El bosque era un lugar mágico, lleno de árboles altos y flores de colores brillantes. Mientras caminaban, la neblina envolvía todo, haciendo que el bosque pareciera un lugar de ensueño. Eny, como siempre, llevaba en la mano un delicioso helado de fresa, su favorito.

—Mamá, ¿crees que hoy veremos algún hada? —preguntó Eny con entusiasmo, mientras lamía su helado.

Ruth sonrió y le respondió:

—No lo sé, mi amor, pero en este bosque todo es posible. Las hadas son tímidas, pero les encanta jugar. Si tenemos suerte, tal vez alguna nos deje un rastro de polvo de estrellas.

A Eny le encantaba escuchar a su mamá hablar sobre las hadas. Ella siempre creía en esas historias, porque para ella, su mamá era la persona más sabia del mundo. Mientras caminaban de la mano, Eny sentía que no había nada más hermoso que estar en el bosque con su mejor amiga.

El sol brillaba entre las hojas de los árboles, creando pequeños rayos de luz que iluminaban el camino. Eny saltaba sobre las piedras y se reía cuando los pájaros cantaban desde las ramas. Ruth la observaba con una sonrisa, disfrutando de ver a su hija tan feliz. Para Ruth, esos momentos eran los más preciosos, porque sabía que su amor por Eny crecía con cada risa y cada paso que daban juntas.

Después de un rato, llegaron a un claro en el bosque donde solían descansar. El lugar estaba rodeado de flores silvestres, y en el centro había una gran roca donde Eny siempre se sentaba a terminar su helado. Ruth se sentó a su lado y miró a su hija con cariño.

—Eny, ¿sabes algo? —dijo Ruth suavemente—. Eres una niña muy especial. Me haces muy feliz todos los días, y me encanta compartir estos momentos contigo.

Eny sonrió y se inclinó para darle un abrazo a su mamá.

—Yo también te quiero mucho, mamá —respondió Eny con una voz suave—. Eres la mejor mamá y la mejor amiga del mundo.

Ruth se sintió emocionada al escuchar esas palabras. Sabía que el amor que compartían era único y que siempre estarían ahí la una para la otra.

De repente, Eny vio algo brillante en el suelo. Se levantó rápidamente y corrió hacia lo que parecía un pequeño montón de polvo de estrellas.

—¡Mamá, mira! ¡Creo que es polvo de estrellas! —exclamó Eny, recogiendo un poco del brillante polvo en su mano.

Ruth se acercó y miró con asombro el polvo brillante que Eny sostenía. Sabía que su hija tenía una gran imaginación, pero también sabía que en ese bosque, la magia siempre estaba presente.