Cuentos de Amistad

Felipe y sus Aventuras de Amistad

Lectura para 2 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Había una vez un niño llamado Felipe. Felipe era un niño alegre y siempre estaba dispuesto a vivir nuevas aventuras. Vivía en una casita rodeada de un gran campo verde, donde el cielo era siempre azul y el sol brillaba con fuerza. Pero lo mejor de todo era que Felipe no estaba solo en sus aventuras, siempre tenía la compañía de sus increíbles amigos: un caballo rápido y fuerte llamado Trueno, un dinosaurio simpático llamado Dino, y un lobo travieso, pero no tan feroz, llamado Lobo Feroz.

Cada mañana, Felipe se levantaba temprano, se cepillaba los dientes como le había enseñado su mamá Kenia, y después de desayunar lo que preparaba su papá Santiago, salía al campo a jugar con sus amigos. Siempre había algo nuevo que descubrir, y Felipe estaba emocionado por saber qué les esperaba cada día.

Un día, Felipe decidió que sería una buena idea ir a explorar el bosque que estaba cerca de su casa. «Vamos, Trueno, ¡vamos a ver qué encontramos!», dijo Felipe mientras se subía a su caballo. Trueno relinchó feliz y empezó a correr por el campo. A su lado, Dino caminaba con sus grandes patas, moviendo su cola con entusiasmo. Y, claro, no podía faltar Lobo Feroz, que aunque siempre hacía travesuras, era un gran amigo de Felipe.

Mientras corrían por el bosque, Dino, que era muy observador, se detuvo de repente. «Felipe, mira, ¡hay huellas en el suelo! Parecen de algo grande», dijo Dino, señalando con una de sus pequeñas patas.

Felipe bajó de Trueno para mirar más de cerca. «¡Tienes razón, Dino! ¿Qué crees que pueda ser?»

Lobo Feroz, siempre lleno de energía, empezó a olfatear alrededor. «Yo puedo averiguarlo, ¡seguimos las huellas y lo descubrimos!»

Así que los cuatro amigos siguieron las huellas. Cada vez los llevaban más adentro del bosque, y aunque parecía un poco misterioso, Felipe confiaba en que, con sus amigos a su lado, no había nada que temer.

Después de un rato caminando, llegaron a un claro en el bosque, y allí, bajo un árbol gigante, estaba su primo Bruno. Bruno era un niño muy simpático, con el que a Felipe le encantaba jugar. «¡Bruno!», gritó Felipe emocionado. «¿Qué haces aquí?»

«¡Hola, Felipe!», respondió Bruno con una gran sonrisa. «Estaba buscando algo interesante y seguí estas huellas, pero no sé de qué son. ¿Quieren ayudarme a descubrirlo?»

«¡Claro que sí!», exclamó Felipe. «Con Trueno, Dino y Lobo Feroz, podemos encontrar cualquier cosa.»

Juntos, los dos primos y los animales siguieron las misteriosas huellas. Mientras avanzaban, Felipe y Bruno hablaban de todas las cosas que harían después de la aventura: construir una casa en el árbol, correr carreras con Trueno y hasta hacer una competencia de saltos con Dino. El día parecía perfecto, y los cuatro amigos estaban llenos de energía.

Después de caminar un poco más, las huellas los llevaron hasta una cueva oscura. «¡Oh, no! ¡Una cueva!», dijo Lobo Feroz, fingiendo estar asustado. Pero Felipe sabía que a Lobo Feroz le encantaba hacerse el valiente.

«Vamos a entrar con cuidado», sugirió Felipe, encendiendo una pequeña linterna que siempre llevaba en sus aventuras.

Dentro de la cueva, todo estaba muy oscuro, pero pronto vieron algo brillante. Al acercarse, descubrieron que las huellas pertenecían a… ¡una tortuga gigante! Pero esta no era una tortuga común, era una tortuga muy especial. Su caparazón estaba cubierto de piedras preciosas que brillaban con la luz de la linterna.

«¡Wow! ¡Es la Tortuga Brillante!», dijo Bruno sorprendido. «He escuchado historias sobre ella. Dicen que cuida el bosque y protege a los animales.»

La Tortuga Brillante los miró con una sonrisa tranquila. «Gracias por seguir mis huellas», dijo con una voz suave. «He estado un poco sola últimamente, y me alegra ver que hay niños como ustedes que cuidan del bosque y juegan con tanta alegría.»

Felipe y sus amigos estaban encantados. «¡Nos encantaría ser tus amigos también!», dijo Felipe.

«Sí, y puedes venir a jugar con nosotros siempre que quieras», añadió Bruno.

La Tortuga Brillante sonrió aún más. «Sería un honor. Pero antes de que se vayan, tengo un regalo para ustedes por haber sido tan valientes y buenos amigos.» Y con un movimiento de su pata, la Tortuga Brillante hizo que una luz suave envolviera a todos. De repente, Felipe, Bruno y sus amigos sintieron una calidez en su corazón. Sabían que, con ese regalo, siempre estarían protegidos en sus aventuras.

«Ahora, cada vez que me necesiten, solo tienen que llamarme, y vendré a ayudarles», dijo la Tortuga Brillante antes de despedirse.

Felipe, Bruno, Trueno, Dino y Lobo Feroz se despidieron de la tortuga y regresaron felices a casa. Sabían que esa sería solo una de las muchas aventuras que vivirían juntos. Después de todo, con amigos tan especiales, siempre habría algo nuevo por descubrir.

Esa noche, Felipe se fue a la cama temprano, como siempre le recordaba su mamá Kenia. Se cepilló los dientes, cenó toda su comida y se acurrucó en su cama, pensando en todas las aventuras que tendría al día siguiente. Soñó con el bosque, con su caballo Trueno, con su amigo Dino y hasta con el travieso Lobo Feroz. Y en su sueño, la Tortuga Brillante estaba ahí, cuidándolos a todos mientras vivían nuevas y emocionantes aventuras.

Y así, cada día, Felipe, su primo Bruno y sus amigos animales vivían muchas más aventuras, siempre cuidando el bosque, siendo buenos amigos y, sobre todo, aprendiendo el valor de la amistad y la diversión.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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