Un día soleado y brillante, cuatro grandes amigos decidieron que era el momento perfecto para una aventura. Coré, Alejandra, Mundi y Eva vivían cerca de un hermoso monte lleno de árboles altos, flores de muchos colores y caminos que parecían hechos para explorar. A todos les encantaba estar al aire libre, correr, saltar y descubrir nuevos lugares. Así que, sin pensarlo mucho, decidieron que harían una gran caminata por el monte.
Coré, que siempre era el más curioso, fue el primero en proponer la idea.
—¿Qué les parece si vamos a caminar por el monte? —dijo con una gran sonrisa—. ¡Seguro que encontramos cosas increíbles!
Alejandra, que adoraba las plantas y los animales, aplaudió emocionada.
—¡Sí! ¡Quiero ver flores nuevas y quizás encontremos alguna ardilla! —respondió.
Mundi, siempre listo para la aventura con su pequeña mochila, también estuvo de acuerdo.
—Voy a llevar mi lupa para ver las cosas pequeñas de cerca —dijo con orgullo.
Eva, la más tranquila pero siempre atenta a los detalles, sonrió mientras recogía una flor de camino al monte.
—Será divertido —añadió, ya imaginando lo que podrían descubrir.
Los cuatro amigos comenzaron su caminata por el sendero del monte. El sol brillaba a través de las hojas de los árboles, creando pequeños rayos de luz que parecían guiar su camino. El aire olía a hierba fresca y flores silvestres, y el sonido de los pájaros acompañaba cada paso que daban.
—¡Miren! —exclamó Coré, señalando hacia adelante—. ¡Un árbol gigante!
Frente a ellos se alzaba un enorme roble, con ramas que se extendían hacia el cielo. Sus hojas formaban una sombra fresca donde decidieron hacer una pequeña pausa. Alejandra se acercó al árbol y notó algo especial.
—¡Este árbol tiene una pequeña casita para pájaros! —dijo emocionada—. Tal vez alguien vive aquí.
Mundi sacó su lupa y se puso a examinar las pequeñas ramas.
—Creo que vi un nido de hormigas —dijo—. Están trabajando mucho.
Mientras tanto, Eva recogió una flor color violeta que crecía cerca del roble. Era tan bonita que decidió guardarla en su bolsillo para tener un recuerdo de su aventura.
Después de descansar un poco bajo el gran árbol, los amigos siguieron su camino. A medida que avanzaban, comenzaron a escuchar un suave murmullo.
—¿Qué es ese sonido? —preguntó Eva, un poco intrigada.
—¡Es agua! —dijo Coré, corriendo hacia adelante—. ¡Vamos a descubrir de dónde viene!
Siguieron el sonido hasta que llegaron a un pequeño arroyo que serpenteaba entre las rocas. El agua era clara y fresca, y parecía invitar a los amigos a refrescarse un poco.
—¡Miren cómo corre el agua! —dijo Alejandra, mientras metía sus manos en el arroyo—. Es como si el agua estuviera cantando.
Mundi, siempre con su lupa en mano, se inclinó para observar mejor.
—Hay peces pequeñitos aquí —dijo con asombro—. Parecen estar jugando entre las rocas.
Los cuatro amigos pasaron un buen rato jugando cerca del arroyo, chapoteando un poco y disfrutando del sonido relajante del agua. Cada rincón del monte les ofrecía algo nuevo y especial, y lo mejor de todo era que lo estaban descubriendo juntos.
Después de explorar el arroyo, continuaron su caminata, siempre atentos a los pequeños detalles que el monte les regalaba. Encontraron setas de colores, vieron mariposas volando de flor en flor, y hasta escucharon el lejano canto de un cuco escondido entre los árboles.
—Este es el mejor día de todos —dijo Coré, sonriendo de oreja a oreja—. ¡Me encanta explorar con ustedes!
—A mí también —respondió Eva—. Cada vez que caminamos juntos, encuentro algo nuevo que no había visto antes.
Finalmente, cuando el sol comenzó a ponerse y el cielo se tiñó de tonos naranjas y rosas, los amigos decidieron que era hora de regresar a casa. Estaban cansados, pero muy felices por todo lo que habían visto y aprendido.
—¿Volvemos mañana? —preguntó Mundi, siempre listo para una nueva aventura.
—¡Por supuesto! —dijo Alejandra—. El monte tiene muchos más secretos que descubrir.
Con esa promesa, los cuatro amigos caminaron de regreso a casa, sabiendo que su amistad era lo que hacía cada aventura especial.
Y así, cada día que podían, volvían al monte para seguir explorando, riendo y descubriendo el maravilloso mundo que los rodeaba.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.