Había una vez una niña llamada Inés, quien llevaba el espíritu de la aventura en su corazón. Inés amaba viajar y descubrir lugares nuevos. Su mapa estaba lleno de rutas y destinos, pero lo que más deseaba era compartir esas aventuras con sus amigos.
Un día soleado, Inés invitó a su tío Edu a un viaje muy especial. Tío Edu era un hombre sabio y siempre contaba historias fascinantes de los mares y océanos que había navegado. Decidieron visitar la costa de Portugal, donde las olas bailan con el viento y las gaviotas cantan melodías de mar. Durante el viaje, Tío Edu enseñó a Inés cómo pescar y juntos descubrieron una pequeña playa escondida, llena de conchas de colores que guardaban ecos del océano.
La siguiente aventura fue con Alba, su amiga de risa fácil y ojos curiosos. Eligieron las montañas de Suiza, donde las cumbres tocan el cielo y los lagos reflejan las nubes pasajeras. Inés y Alba pasaron días recorriendo senderos floridos y aprendiendo de las plantas y animales que vivían en aquellas alturas. Una tarde, mientras descansaban junto a un lago cristalino, un águila majestuosa sobrevoló sobre ellas, dejándoles un recuerdo imborrable de libertad.
Luego vino el turno de Daniela, la más valiente y entusiasta de todos. Juntas volaron a las selvas de Brasil, explorando la densa vegetación y escuchando las historias que solo los árboles milenarios saben contar. Una noche, bajo la luna llena, encontraron una pequeña cueva donde los sonidos de la selva se amplificaban, creando una orquesta natural que les recordó lo mágico que es el mundo natural.
Después de estos viajes, Inés sintió que algo aún faltaba. Quería un viaje que reuniera a todos sus seres queridos en una sola aventura. Así que planificó el viaje más ambicioso de todos: irían a una isla recién descubierta en medio del océano Pacífico, a la que llamarían «La Isla de los Sueños Compartidos».
Cuando llegaron, el paisaje era más hermoso de lo que cualquiera de ellos había imaginado. La isla estaba llena de árboles frutales, flores exóticas que parecían danzar con el viento, y pequeños animales curiosos que no temían a los visitantes. Inés, Tío Edu, Alba y Daniela pasaron días explorando cada rincón de la isla, descubriendo cascadas ocultas y playas de arena suave que brillaba bajo el sol.
Una tarde, mientras descansaban bajo la sombra de un gran árbol de mango, Inés propuso un juego: cada uno debía contar qué era lo que más le había gustado del viaje. Tío Edu habló de la paz que sentía al navegar hacia la isla, Alba describió la alegría de ver flores que no crecían en ningún otro lugar, y Daniela relató la emoción de encontrar huellas de animales desconocidos en la arena.
Inés sonrió, escuchando cada historia, y se dio cuenta de que el verdadero tesoro de sus viajes no eran los lugares en sí, sino los momentos compartidos con sus amigos y familiares. Decidieron que, cada año, volverían a «La Isla de los Sueños Compartidos» para celebrar la amistad y las nuevas aventuras que les esperaban.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.