Cuentos de Amistad

Lorenzo y sus Amigos en la Plaza

Lectura para 4 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos, un niño llamado Lorenzo. Lorenzo era un niño muy alegre y siempre estaba sonriendo. Tenía el cabello rizado y castaño, y sus ojos brillaban con curiosidad. Lorenzo vivía en una casa pintoresca con su mamá y su papá, y cada día esperaba con ansias la hora de jugar en la plaza con sus amigos.

La plaza del pueblo era un lugar mágico para Lorenzo. Estaba llena de colores y tenía todo lo que un niño podría desear: columpios, toboganes, y un gran árbol en el centro que daba una sombra refrescante en los días soleados. Cada tarde, después de la escuela, Lorenzo y sus amigos se reunían en la plaza para jugar y pasar el tiempo juntos.

Un día, Lorenzo se levantó muy temprano porque estaba muy emocionado. Era el primer día de vacaciones de verano y sabía que la plaza estaría llena de niños listos para jugar. Después de desayunar rápidamente, Lorenzo tomó su pelota favorita y corrió hacia la plaza. Al llegar, vio a sus amigos ya esperando: estaba Carla, una niña con trenzas y una gran sonrisa; Juan, que siempre llevaba su gorra azul; y María, que tenía un lazo rojo en el cabello y amaba cantar.

—¡Lorenzo! —gritaron sus amigos al verlo llegar—. ¡Vamos a jugar!

Lorenzo se unió a ellos y comenzaron a jugar al escondite. Carla se escondió detrás del gran árbol, mientras Juan y María corrieron hacia los columpios para ocultarse. Lorenzo comenzó a buscar a sus amigos, riendo mientras los encontraba uno por uno. Después de varios juegos de escondite, decidieron jugar con la pelota.

—¡Vamos a hacer equipos! —dijo Juan, emocionado—. Lorenzo, tú y yo contra Carla y María.

Los niños comenzaron a jugar y la plaza se llenó de risas y gritos de alegría. Lorenzo corrió tras la pelota, pasando a sus amigos con habilidad y anotando goles imaginarios. Después de un rato, todos estaban cansados y se sentaron bajo la sombra del gran árbol para descansar.

—¿Saben qué? —dijo Carla, limpiándose el sudor de la frente—. Deberíamos hacer un pícnic aquí mañana.

—¡Sí! —respondieron todos al unísono.

Al día siguiente, Lorenzo se despertó aún más emocionado que el día anterior. Su mamá le ayudó a preparar una canasta con bocadillos, frutas y jugos. Con la canasta en mano, Lorenzo se dirigió a la plaza, donde sus amigos ya estaban esperándolo con sus propias canastas.

—¡Miren cuánta comida trajimos! —dijo María, mostrando una cesta llena de emparedados y galletas.

—Esto será el mejor pícnic de todos —dijo Juan, colocando una manta en el suelo bajo el gran árbol.

Los amigos se sentaron alrededor de la manta y comenzaron a compartir la comida. Reían y contaban historias mientras disfrutaban del festín. Lorenzo estaba muy feliz de estar con sus amigos y sintió que ese momento era realmente especial. Después de comer, decidieron construir una casita en el árbol. Con la ayuda de algunas tablas y cuerdas que encontraron, comenzaron a trabajar juntos.

—¡Cuidado con las ramas! —advirtió Lorenzo mientras subía con cuidado.

—¡Este lugar será nuestro refugio secreto! —dijo Carla emocionada.

Pasaron el resto del día construyendo y decorando la casita en el árbol. Colocaron una pequeña bandera hecha con una tela vieja y llenaron el lugar con cojines y juguetes. Cuando terminaron, se sentaron dentro y miraron su obra con orgullo.

—Hicimos un gran trabajo —dijo Juan, dándole una palmada en la espalda a Lorenzo.

—Sí, este será nuestro lugar especial para siempre —añadió María, abrazando a sus amigos.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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