Había una vez, en una casita acogedora al borde del bosque, vivía una familia muy especial. Esta familia estaba compuesta por papá Javier, mamá Laura, y sus dos hijos, Tomás y Ana. Cada noche, antes de dormir, tenían una rutina muy especial: leían un cuento juntos.
Era una noche tranquila y la luna brillaba suavemente a través de la ventana del dormitorio. Tomás y Ana ya estaban en sus camas, esperando ansiosamente el cuento de esa noche. Mamá Laura había preparado un delicioso té de manzanilla y papá Javier estaba acomodando las almohadas para que todos estuvieran cómodos.
—¿Qué cuento leeremos hoy, papá? —preguntó Ana, abrazando su osito de peluche favorito.
—Hoy tengo una historia muy especial sobre una familia que vivía en un bosque, muy parecido al nuestro —respondió papá Javier, sonriendo.
Tomás, con los ojos brillando de emoción, se acurrucó bajo su manta, listo para escuchar. Mamá Laura se sentó al borde de la cama de Ana y comenzó a leer:
—Había una vez, en un bosque lleno de árboles altos y frondosos, una familia de conejos. El papá conejo, la mamá coneja y sus dos conejitos, Tico y Tica, vivían felices en su madriguera. Cada noche, después de un largo día de juegos y aventuras, se reunían para contar historias antes de dormir.
Ana interrumpió suavemente:
—¡Me gustan los conejitos! ¿Y qué hacían durante el día?
Mamá Laura continuó:
—Durante el día, Tico y Tica jugaban entre las flores, recolectaban zanahorias y corrían con sus amigos del bosque. Papá conejo les enseñaba a ser rápidos y a saltar alto, mientras mamá coneja les mostraba cómo encontrar los mejores lugares para descansar.
Tomás sonrió, imaginando a los conejitos corriendo por el bosque. Papá Javier agregó:
—Una noche, mientras se preparaban para dormir, papá conejo dijo: «Mañana tendremos una gran sorpresa. Vamos a visitar el claro mágico del bosque.»
—¡Claro mágico! —exclamó Ana, sus ojos brillando de curiosidad.
—Sí, el claro mágico —continuó mamá Laura—. Era un lugar especial donde las estrellas parecían estar más cerca y todo brillaba con una luz suave y mágica. Tico y Tica estaban muy emocionados y se durmieron rápidamente, soñando con la aventura del día siguiente.
Tomás, sintiendo la misma emoción que los conejitos, se abrazó a su almohada.
—A la mañana siguiente —prosiguió papá Javier—, la familia de conejos se levantó temprano y se dirigió al claro mágico. El camino estaba lleno de flores de todos los colores y el aire olía a fresas frescas. Cuando llegaron, Tico y Tica quedaron maravillados. El claro era aún más hermoso de lo que habían imaginado. Las estrellas parecían danzar sobre ellos y había un pequeño estanque que reflejaba el cielo como un espejo.
Ana suspiró, deseando poder ver ese claro mágico algún día. Mamá Laura siguió con la historia:
—Pasaron el día explorando el claro, jugando y disfrutando del tiempo juntos. Al caer la noche, se sentaron alrededor del estanque y papá conejo les contó la historia de cómo el claro se volvió mágico. «Hace muchos años», dijo, «este claro era un lugar común. Pero una noche, una estrella cayó del cielo y decidió quedarse aquí para siempre, llenando el lugar con su magia.»
Tomás y Ana escuchaban con atención, imaginando la estrella brillando en el claro. Papá Javier concluyó la historia:
—Cuando la luna estaba alta en el cielo, la familia de conejos decidió regresar a casa. Tico y Tica estaban cansados pero felices. Al llegar a su madriguera, se acurrucaron en sus camas y mamá coneja les dijo: «Recuerden, no importa dónde estemos, siempre y cuando estemos juntos, cada lugar puede ser mágico.»
Ana sonrió y dijo:
—Me encanta esa historia, papá. Es tan bonita.
Tomás, ya medio dormido, murmuró:
—Sí, es una historia mágica. Gracias, mamá y papá.
Mamá Laura apagó suavemente la lámpara, dejando solo la luz suave de la luna iluminando el cuarto. Papá Javier les dio un beso de buenas noches a cada uno y les dijo:
—Dulces sueños, pequeños. Recuerden que los amamos mucho.
Esa noche, Tomás y Ana soñaron con claros mágicos, estrellas danzantes y conejitos felices. Sabían que, al igual que en la historia, mientras estuvieran juntos, cualquier lugar podría ser mágico.
Y así, la familia se quedó dormida, sabiendo que cada noche traería una nueva y maravillosa historia para compartir.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.