En un pequeño pueblo rodeado de montañas y vastos campos de flores, vivían Ernesto y Dasha, dos niños que habían encontrado en el otro una amistad y un cariño que muchos no llegaban a entender. Ernesto, con su cabello castaño y rizado, y Dasha, con su larga cabellera rubia, compartían un vínculo especial que florecía con cada día que pasaban juntos.
Desde muy pequeños, Ernesto y Dasha se habían prometido ser los mejores amigos para siempre. Jugaban desde el amanecer hasta el atardecer, exploraban cada rincón del pueblo y soñaban despiertos bajo el cielo azul. Para ellos, no había mayor felicidad que la compañía del otro.
A medida que crecían, este lazo se fortalecía, y a los ojos de Ernesto, Dasha no era solo su mejor amiga, sino también la persona más maravillosa del mundo. Sin embargo, algunos de sus compañeros de escuela no veían su relación de la misma manera. «¡Son solo niños!», decían entre risas y burlas. «¡No saben nada sobre el amor!»
Pero Ernesto y Dasha no permitían que esas palabras empañaran su alegría. Sabían que lo que compartían era real y puro, algo más allá de la comprensión de quienes los rodeaban.
Un día, mientras paseaban por el bosque cerca del río que cruzaba el pueblo, encontraron un viejo puente colgante cubierto de enredaderas y flores silvestres. Era un lugar mágico, casi olvidado por el tiempo, y decidieron que sería su secreto, su refugio donde nadie podría juzgarlos.
Bajo ese puente, entre risas y secretos, Ernesto tomó una pequeña piedra lisa del río y, con un trozo de carbón que había encontrado, dibujó un corazón y dentro las iniciales «E» y «D». «Para que todos sepan que este es nuestro lugar,» dijo con una sonrisa.
Los años pasaron y el puente se convirtió en testigo de su creciente cariño. Cada visita añadía una historia nueva a su colección: el primer poema que Dasha escribió para Ernesto, el día que Ernesto defendió a Dasha de un perro callejero, las tardes de verano en las que prometieron viajar juntos por el mundo.
Sin embargo, como todas las historias, la suya también enfrentó pruebas. Un verano, cuando ambos tenían once años, un grupo de niños mayores del pueblo decidió que era momento de acabar con lo que ellos llamaban «un juego de niños». Una tarde, mientras Ernesto y Dasha estaban en el puente, los chicos aparecieron y comenzaron a burlarse de ellos, diciéndoles que el amor verdadero no existía para gente como ellos, que solo eran ilusiones infantiles.
Dasha, con lágrimas en los ojos, miró a Ernesto, buscando consuelo. Ernesto, sintiendo una mezcla de tristeza y enojo, tomó la mano de Dasha y se enfrentó a los matones. «No importa lo que digan,» les dijo con firmeza, «nuestro cariño es real, y no hay palabras que puedan cambiar eso.»
Inspirados por su valentía, los otros niños se retiraron, murmurando entre sí. Ese día, Ernesto y Dasha comprendieron que, aunque el camino a seguir podría estar lleno de desafíos, su amistad y amor eran más fuertes que cualquier adversidad.
Con el tiempo, el pueblo comenzó a ver en Ernesto y Dasha un ejemplo de lealtad y respeto. Aprendieron que el amor verdadero no se mide por la edad, sino por la profundidad del compromiso y la sinceridad del corazón.
Y así, mientras crecían, cada momento compartido en el puente reforzaba su promesa de estar siempre el uno para el otro, recordándoles que, en un mundo a veces frío y cínico, un corazón sincero es el tesoro más valioso que uno puede tener.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.