Había una vez una niña llamada Yui. Él vivía en una casa muy bonita, rodeada de árboles y flores, pero a pesar de tener una familia que la quería mucho, a veces se sentía sola. Su mamá estaba siempre ocupada con el trabajo y las tareas de la casa, y aunque Yui tenía amigos en la escuela, ninguno estaba cerca cuando ella quería jugar o pasar tiempo juntos. Así que, muchos días, Yui terminaba jugando sola en el jardín, imaginando aventuras que compartía con amigos invisibles.
Un día, mientras Yui caminaba por una calle tranquila cerca de su casa, vio algo que llamó su atención. Era un pequeño perrito, de pelaje marrón y un poco despeinado, sentado solo junto a una banca. El perrito miraba a su alrededor como si también estuviera buscando algo, o quizá alguien, que le hiciera compañía.
Yui se detuvo, curiosa. El perrito la miró con grandes ojos brillantes, y movió su pequeña cola al verla. Parecía feliz de ver a Yui, aunque no la conocía.
—Hola, pequeño —dijo Yui, agachándose para estar más cerca del perrito—. ¿Estás perdido?
El perrito no respondió, claro, pero se acercó a Yui, olisqueando su mano con cautela. Yui sonrió y le dio unas suaves caricias. El perrito era suave y cálido, y en ese momento, Yui sintió que no estaba sola.
—Te llamaré Punpun —dijo Yui, decidiendo darle un nombre al nuevo amigo que acababa de encontrar—. ¿Quieres venir conmigo?
Punpun movió su cola aún más rápido, como si entendiera lo que Yui le había dicho. Entonces, Yui lo tomó en brazos y comenzó a caminar de regreso a casa. No estaba segura de lo que dirían sus padres si veían a Punpun, así que decidió que, por ahora, sería su pequeño secreto.
Cuando llegó a casa, Yui llevó a Punpun a su habitación. Le hizo una cama suave con una manta vieja y le dio un poco de agua en un tazón pequeño. Punpun se acurrucó rápidamente, como si aquel lugar ya fuera su nuevo hogar.
Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, Yui no se sintió sola. Punpun estaba allí con ella, y aunque no podía hablar, su presencia hacía que todo se sintiera mejor. Yui le contaba historias, le susurraba sus pensamientos y, antes de dormirse, le prometió:
—No te preocupes, Punpun. Yo cuidaré de ti, y tú cuidarás de mí. Seremos los mejores amigos.
Los días pasaron, y la amistad entre Yui y Punpun se volvió más fuerte. Todos los días, cuando Yui regresaba de la escuela, corría hacia su habitación para jugar con él. Pasaban horas juntos, corriendo por el jardín, explorando rincones y compartiendo pequeñas aventuras. Yui le enseñaba a Punpun nuevos trucos, como traer una pelota o dar la pata, y Punpun siempre estaba dispuesto a aprender.
Pero un día, algo inesperado sucedió. Mientras Yui jugaba con Punpun en el jardín, su mamá salió al patio para llamarla a cenar. Fue entonces cuando vio al pequeño perro por primera vez.
—¿Qué es esto? —preguntó su mamá, sorprendida.
Yui se detuvo en seco. No sabía cómo explicar que había estado cuidando de Punpun en secreto todo este tiempo. Bajó la cabeza, sintiéndose un poco culpable.
—Es… es Punpun —dijo en voz baja—. Lo encontré en la calle hace unos días, y estaba solo, como yo. Así que lo traje a casa.
Su mamá la miró por un momento, y luego se agachó para acariciar a Punpun, que movía la cola felizmente. Yui observó a su mamá, esperando una respuesta.
—Bueno —dijo su mamá con una sonrisa—, parece que a Punpun le gusta estar aquí. Y tú has hecho un buen trabajo cuidando de él.
Yui se sorprendió al escuchar eso.
—¿De verdad puedo quedarme con él? —preguntó, con los ojos llenos de esperanza.
Su mamá asintió.
—Sí, pero tendremos que llevarlo al veterinario para asegurarnos de que esté sano. Y también tendrás que encargarte de alimentarlo y sacarlo a pasear. Tener un perro es una gran responsabilidad, pero parece que tú ya lo entiendes.
Yui sonrió de oreja a oreja y abrazó a Punpun. Estaba muy feliz de que su mamá entendiera lo importante que era Punpun para ella.
A partir de ese día, Punpun ya no fue un secreto. Ahora, Yui podía compartir su alegría con toda la familia. Y aunque antes se había sentido sola, con Punpun a su lado, nunca más lo estaría. El pequeño perro y la niña se convirtieron en los mejores amigos, compartiendo cada día aventuras nuevas y momentos especiales.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.