En un mundo lejano, donde el tiempo corría de manera diferente y los seres mágicos caminaban junto a los humanos, vivía un joven llamado Evgeny. A sus 11 años, tenía un espíritu curioso y soñador, siempre buscando aventuras y secretos ocultos en el reino de Eryndor. Su hogar estaba en un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes, pero su lugar favorito era el gran árbol de cerezo que se encontraba en lo alto de una colina. Ese árbol tenía siglos de historia y se decía que al caer la noche, su brillo plateado podía iluminar los corazones de aquellos que lo contemplaran.
Una tarde, mientras Evgeny paseaba por el bosque cercano a la colina, encontró algo inusual. A la sombra del gran cerezo, había alguien sentado, inmóvil, como si estuviera esperando algo o a alguien. Era una figura imponente, alta, con una túnica oscura que parecía moverse por sí sola, como si fuera parte del viento. Al acercarse, Evgeny vio que esa figura no era un humano común. Era Kronos, el titán del tiempo.
Kronos, a diferencia de lo que los cuentos antiguos contaban, no era una figura temible. En realidad, su rostro mostraba una tristeza profunda, como si cargara el peso de mil años en sus hombros. Sin embargo, cuando levantó la vista y sus ojos dorados se encontraron con los de Evgeny, algo cambió. El titán esbozó una pequeña sonrisa, como si ver al joven lo llenara de una nueva esperanza.
Evgeny, aunque sorprendido, no sintió miedo. Había escuchado historias sobre los titanes y su poder sobre el mundo, pero Kronos parecía diferente. El joven se acercó con cautela y se sentó a su lado bajo las ramas del cerezo. Los pétalos rosados caían suavemente a su alrededor, creando una atmósfera mágica bajo el cielo nocturno que comenzaba a llenarse de estrellas.
«¿Por qué estás aquí?» preguntó Evgeny con curiosidad. «Este árbol es especial para mí, pero nunca imaginé que alguien como tú lo visitara.»
Kronos lo miró con ojos sabios y serenos, como si cada segundo que pasaba fuera una eternidad para él. «Este árbol también es especial para mí», respondió con una voz profunda que resonaba en el aire. «Hace siglos, aquí conocí a alguien a quien amé profundamente. Pero con el paso del tiempo, aprendí que el amor y el tiempo no siempre van de la mano.»
Evgeny no entendió del todo lo que quería decir, pero sentía la tristeza en sus palabras. «¿Qué pasó con esa persona?» preguntó, intrigado por la historia del titán.
Kronos cerró los ojos por un momento, como si recordara algo muy lejano. «Ella era una criatura de la luz, un ser tan efímero como el mismo tiempo que controlo. Aunque vivíamos juntos momentos felices bajo este mismo cerezo, el tiempo inevitablemente la alejó de mí. Y desde entonces, vengo aquí cada noche, esperando que el brillo de las estrellas y los pétalos de cerezo me devuelvan esos recuerdos perdidos.»
Evgeny miró el cielo, preguntándose cómo sería amar a alguien y perderlo de esa manera. Pero en su corazón, algo le decía que el amor de Kronos no se había desvanecido, que aún quedaba algo de esa conexión.
«Si tanto la amabas, ¿por qué no usaste tu poder para detener el tiempo y mantenerla contigo?» preguntó Evgeny, fascinado por la idea de que un titán pudiera cambiar el curso de las cosas.
Kronos suspiró, su voz reflejando la sabiduría de los siglos. «No se puede detener el tiempo para el amor, joven Evgeny. El amor verdadero no necesita ser atrapado ni forzado. Debe ser libre, como los pétalos de este árbol que caen sin resistencia, aceptando el curso del viento.»
En ese momento, algo mágico ocurrió. Las flores de cerezo comenzaron a brillar intensamente, iluminando el cielo con un resplandor plateado que envolvía todo a su alrededor. Evgeny y Kronos se quedaron en silencio, contemplando la belleza del momento. Era como si el árbol, al conocer los deseos más profundos de Kronos, respondiera con su propia magia.
De repente, Evgeny sintió una conexión especial con el titán. Aunque solo era un niño, entendió que el amor no era solo algo que se encontraba en los cuentos de hadas. Era algo que podía ser poderoso y eterno, incluso si no siempre tenía un final feliz. Pero sobre todo, entendió que el amor no tenía barreras de tiempo ni de poder.
Kronos, al ver la comprensión en los ojos de Evgeny, se levantó lentamente y extendió su mano. «Gracias, joven. Tu presencia aquí me ha recordado que el amor no se olvida, solo se transforma con el paso del tiempo. Te dejo este lugar, que ahora también es parte de ti.»
Con un último vistazo al árbol de cerezo y al niño que había traído un poco de luz a su corazón, Kronos se desvaneció en el aire, como un susurro del viento.
Evgeny se quedó solo bajo el cerezo, pero no se sintió triste. Había aprendido una lección invaluable sobre el amor y el tiempo, y sabía que siempre que volviera a ese árbol, las flores le recordarían la historia de Kronos y su amor perdido. Cada pétalo caído era una promesa de que, aunque el tiempo pasara, el amor verdadero siempre permanecería en algún rincón del mundo, esperando ser recordado.
Conclusión:
Esa noche, bajo el brillo plateado de las estrellas y el resplandor de las flores de cerezo, Evgeny entendió que el amor, aunque a veces difícil y doloroso, es lo que hace que el mundo gire. Y aunque Kronos ya no estaba allí, su historia siempre viviría en ese árbol, como un eco en el tiempo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.