Cuentos de Amor

El hilo que une corazones

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En una ciudad olvidada por el tiempo, donde las calles dormían bajo la luz de la luna y las ventanas de las tiendas permanecían cubiertas de polvo, existía una juguetería abandonada. No era una juguetería cualquiera; aquí, los juguetes dormían durante el día, esperando con ansias la llegada de la noche, cuando la magia les daba vida. En ese pequeño mundo de peluches deshilachados, robots oxidados y muñecas rotas, había dos personajes que destacaban entre el caos: Val y Fabys.

Val era una muñeca de trapo, una de esas muñecas que alguna vez fue la favorita de una niña. Sin embargo, el tiempo no había sido amable con ella. Su pecho tenía un rasguño que nunca lograba sanar, y uno de los botones que hacía de ojo había desaparecido, dejando un hueco vacío que sólo resaltaba su tristeza. Aun así, cada noche, cuando el reloj marcaba la medianoche, Val se despertaba y trataba de seguir con su vida en esa juguetería.

Por otro lado, Fabys era también una muñeca de trapo, pero su apariencia era un poco más cuidada. Llevaba un vestido azul impecable, con costuras firmes y un lazo en su espalda que parecía recién hecho. A pesar de vivir en una juguetería olvidada, Fabys mantenía una esperanza brillante en sus ojos, como si siempre estuviera esperando que algo maravilloso sucediera.

Una noche, bajo el suave resplandor de la luna que se filtraba por las ventanas polvorientas, Val intentaba, una vez más, coser el rasguño de su pecho. Usaba una pequeña aguja oxidada y un hilo que había encontrado en la tienda, pero cada vez que lograba cerrar la herida, esta se volvía a abrir. El hilo se rompía, la tela se desgarraba de nuevo, y Val terminaba resignada a su destino. Sin embargo, esa noche fue diferente, porque Fabys estaba observando desde un rincón oscuro de la tienda.

—Hola —dijo Fabys, acercándose con pasos suaves, casi como si no quisiera interrumpir a Val—. ¿Te puedo ayudar?

Val levantó la mirada sorprendida. No estaba acostumbrada a que alguien se le acercara, menos aún a ofrecerle ayuda. La mayoría de los juguetes en la tienda estaban demasiado ocupados en sus propios problemas como para preocuparse por los demás. Val siempre había sido independiente, aunque eso significara soportar el dolor de su rasguño sola.

—No necesito ayuda —respondió Val secamente, volviendo a concentrarse en su intento de coser—. Puedo hacerlo sola.

Fabys se agachó junto a Val y la observó en silencio por un momento. Luego, sin decir nada, tomó un hilo de su propio vestido azul. Era un hilo fino pero fuerte, y Fabys sabía que sería lo suficientemente resistente para arreglar la herida de Val. Pero no quería forzar la situación. Quería que Val confiara en ella.

—Sé que puedes hacerlo sola —dijo Fabys suavemente—, pero tal vez si lo hacemos juntas, podría durar más tiempo.

Val la miró de nuevo, esta vez con curiosidad. No estaba acostumbrada a que alguien le ofreciera ese tipo de bondad. El rasguño en su pecho le dolía no solo físicamente, sino también en su corazón. Era un recordatorio constante de que no era perfecta, de que había sido abandonada y olvidada en esa tienda.

—¿Por qué quieres ayudarme? —preguntó Val, con una mezcla de desconfianza y vulnerabilidad.

Fabys sonrió con ternura, inclinándose hacia Val para mostrarle el hilo que sostenía.

—Porque creo que todos merecemos estar completos, de alguna manera —respondió—. Y si te ayudo a sanar, tal vez puedas ayudarme a mí también algún día.

Val se quedó en silencio por un momento, considerando las palabras de Fabys. Finalmente, con un leve asentimiento, aceptó la ayuda. Fabys, con manos delicadas pero firmes, empezó a coser el rasguño de Val, usando el hilo de su vestido azul. A cada puntada, Val sentía una calidez nueva, una sensación de bienestar que nunca había experimentado antes. No era solo que su herida física estaba siendo cerrada; algo más profundo estaba sanando también.

Cuando Fabys terminó, el rasguño de Val estaba perfectamente cerrado, y aunque su botón seguía faltando, Val se sentía diferente. Había algo en esa noche que la hacía sentir más completa, como si la amistad que había comenzado a florecer entre ellas fuera el verdadero remedio para su dolor.

Las noches pasaron, y Val y Fabys se hicieron inseparables. Cada noche, compartían historias, se reían juntas y exploraban los rincones más oscuros de la tienda. Para Val, la vida en la juguetería ya no era solitaria ni triste. Fabys había traído luz a su mundo, y poco a poco, Val se dio cuenta de que los sentimientos que tenía por Fabys iban más allá de la amistad.

Una noche, mientras estaban sentadas en la repisa de una ventana rota, observando las estrellas, Val tomó el valor para hablar.

—Fabys, creo que te quiero —dijo Val, su voz temblando ligeramente.

Fabys la miró con una sonrisa suave, como si ya supiera lo que Val estaba por decir.

—Yo también te quiero, Val —respondió Fabys—. Desde el momento en que te vi, supe que teníamos un lazo especial.

Pero el amanecer no siempre trae felicidad en una juguetería abandonada. Un día, la dueña de la tienda decidió hacer una limpieza, cansada de ver el polvo acumulado. Mientras barría y revisaba los viejos juguetes, se dio cuenta de que Val estaba muy desgastada. El rasguño en su pecho, aunque reparado, aún mostraba signos de debilidad. Sin pensarlo dos veces, la dueña de la tienda la tiró a la basura sin piedad.

Fabys, que observaba desde una estantería cercana, sintió cómo su corazón de trapo se rompía en mil pedazos al ver a su amiga ser arrojada fuera de la tienda. Quiso gritar, correr tras ella, pero era solo una muñeca de trapo, incapaz de detener lo inevitable.

La dueña, sin embargo, decidió regalar a Fabys a su nieta, una niña pequeña que había venido de visita. Así fue como Fabys terminó en una casa nueva, con una familia nueva, pero sin Val a su lado.

Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Val, mientras tanto, había pasado por varios lugares, desde el vertedero hasta las calles de la ciudad. Pero algo dentro de ella, una fuerza invisible, la empujaba a seguir adelante. Val no sabía cómo, pero estaba segura de que algún día volvería a encontrarse con Fabys.

Un día, después de mucho vagar, Val llegó a una casa que le resultaba familiar. Aunque su cuerpo estaba desgastado y su vestido descolorido, algo en su corazón de trapo le decía que debía estar cerca de Fabys.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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