En una pequeña ciudad donde los atardeceres pintan el cielo de colores imposibles, vivían Wendy y Belén, dos almas destinadas a encontrarse entre la cotidianidad de los días. Wendy, con sus veintidós años, era una joven soñadora que encontraba en los libros y en la naturaleza un refugio para su espíritu libre. Belén, por otro lado, apenas rozaba los dieciséis, llevaba la rebeldía en la mirada y la curiosidad en sus pasos, siempre dispuesta a desafiar al mundo con su innata valentía.
A primera vista, nada parecía unir a estas dos personas tan distintas. Wendy, dedicada a sus estudios de biología, pasaba las tardes entre plantas y flores en el jardín botánico de la ciudad, un lugar que consideraba su santuario personal. Belén, estudiante de secundaria, con un grupo de amigos tan variopinto como ella, veía en cada esquina una aventura esperando ser descubierta.
Un día, como guiadas por el caprichoso destino, sus caminos se cruzaron en ese jardín botánico. Wendy, absorta en su mundo, dibujaba en su cuaderno la estructura de una peculiar flor, cuando Belén, en una de sus escapadas cotidianas, irrumpió en el lugar, rompiendo la serenidad del momento. La sorpresa fue mutua; Wendy levantó la vista, encontrándose con esos ojos llenos de vida que la miraban con una mezcla de disculpa y curiosidad.
«Lo siento, no quería interrumpir», dijo Belén, con un tono que buscaba ser firme, pero que la delataba una suave timidez. Wendy, recuperando la compostura, le ofreció una sonrisa. «No te preocupes, este jardín es de todos».
Aquellas primeras palabras marcaron el inicio de una serie de encuentros casuales que, poco a poco, se convirtieron en citas intencionadas. Descubrieron que, más allá de las edades y las diferencias, compartían un amor profundo por la naturaleza y una pasión por las historias que hablaban de mundos lejanos y tiempos pasados.
Las tardes en el jardín se llenaron de risas y confidencias. Wendy enseñó a Belén el nombre de cada flor, el canto de los pájaros que visitaban el lugar, y juntas exploraron cada rincón de ese pequeño paraíso terrenal. Belén, por su parte, compartió con Wendy su música, sus sueños de viajes y aventuras, y la inocente sabiduría de quien aún cree que todo es posible.
Un día, mientras el sol se despedía con su habitual espectáculo de luz y color, Wendy, impulsada por un sentimiento que había crecido en silencio, extendió su mano hacia Belén, ofreciéndole una flor. «Para ti», dijo, con una voz que apenas lograba ocultar el torbellino de emociones que sentía. Belén, con una sonrisa que iluminaba su rostro, aceptó el regalo, y en ese instante, sus manos se tocaron.
Fue un momento mágico, suspendido en el tiempo, donde todo lo demás perdió importancia. Se miraron, y en los ojos de la otra, cada una vio reflejado todo lo que había estado buscando sin saberlo. Un simple beso selló el inicio de su historia de amor, un amor que las enseñó que las diferencias pueden unir tanto como separar, y que el verdadero amor no conoce de edades ni de mundos distintos.
Con el tiempo, Wendy y Belén aprendieron a ser ellas mismas, a liberarse de las inseguridades y a descubrir, día a día, la profundidad del amor verdadero. Juntas enfrentaron los retos que la vida les presentó, siempre apoyándose mutuamente, siempre recordando ese primer encuentro en el jardín que las vio enamorarse.
Y así, en medio de locuras y ocurrencias compartidas, en un jardín que fue testigo de su amor, Wendy y Belén encontraron no solo el amor verdadero, sino también a sí mismas. Aprendieron que amar es aceptar, es descubrir en el otro un reflejo de nosotros mismos y es, sobre todo, la promesa silenciosa de estar, sin importar qué, una al lado de la otra.
El jardín de los encuentros, como comenzaron a llamar a ese lugar mágico, se convirtió en el símbolo de su amor, un amor que floreció contra todo pronóstico, demostrando que cuando dos almas están destinadas a encontrarse, ni el tiempo ni la distancia pueden impedir su unión. Y en cada flor, en cada atardecer compartido, Wendy y Belén encontraron la certeza de que, mientras estuvieran juntas, todo sería posible.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.