Había una vez en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, tres amigos inseparables llamados Luana, Margaret y Omar. Los tres habían crecido juntos, compartiendo aventuras, risas y secretos en un lugar especial: un jardín lleno de flores coloridas y árboles altos que parecían tocar el cielo. A ese lugar lo llamaban «El Jardín de las Emociones» porque, en medio de la belleza natural, también se despertaban los sentimientos más profundos.
Luana era una niña con el cabello oscuro y largo, y unos ojos llenos de pensamientos. Era inteligente y siempre estaba buscando algo nuevo que aprender. Margaret, en cambio, tenía el cabello rubio y brillante, recogido en una coleta alta, y sus ojos azules reflejaban su espíritu alegre y abierto. Omar, el amigo de ambas, era un chico amable y siempre dispuesto a ayudar. Tenía el cabello castaño y una sonrisa que hacía sentir bien a cualquiera que estuviera a su alrededor.
Desde pequeños, los tres jugaban juntos en el jardín, corriendo entre las flores, trepando a los árboles y construyendo pequeños refugios con ramas. Pero con el tiempo, Luana y Margaret comenzaron a notar algo más en su relación con Omar. Ya no solo era su amigo, sino que también empezaron a verlo de una manera diferente, sintiendo algo especial cuando estaban cerca de él.
Un día, mientras estaban sentados bajo un árbol en el jardín, Omar les propuso un juego. «Vamos a hacer coronas de flores,» dijo con entusiasmo. «Cada uno puede hacer la suya y luego las intercambiamos.»
Luana y Margaret aceptaron con una sonrisa, pero mientras recogían las flores, Luana no podía dejar de mirar cómo Margaret reía y conversaba con Omar. Cada vez que Omar decía algo, Margaret reía de una manera tan alegre que hacía que todo el jardín pareciera más brillante. Luana, en cambio, se sentía diferente. Empezó a notar que cada vez que Omar prestaba más atención a Margaret, un sentimiento extraño crecía dentro de ella. Era algo que nunca había sentido antes: una mezcla de tristeza y enojo que la hacía querer alejarse.
Mientras continuaban con el juego, Luana intentaba concentrarse en su corona de flores, pero su mente no dejaba de darle vueltas a lo que estaba sintiendo. «¿Por qué me siento así?» se preguntaba. «Margaret es mi amiga, pero… ¿Por qué Omar le presta más atención a ella?»
Los días pasaron, y Luana no podía dejar de pensar en la amistad entre Omar y Margaret. Aunque intentaba ser amable y sonreír como siempre, cada vez que veía a Margaret y Omar juntos, sentía un pequeño pinchazo en el corazón. No quería sentirse así, pero no podía evitarlo. En el fondo, Luana sabía que lo que sentía era envidia, pero no sabía cómo manejarlo.
Una tarde, mientras los tres amigos estaban en el jardín, Omar se acercó a Luana con una sonrisa. «Luana, ¿quieres venir conmigo a ver las mariposas en el otro lado del jardín?» le preguntó.
Luana se sorprendió por la invitación y, por un momento, sintió una chispa de alegría. «¡Claro, Omar!» respondió, tratando de sonar entusiasmada.
Caminando juntos, llegaron a un rincón del jardín donde las flores eran más altas y las mariposas revoloteaban en grandes grupos. Omar le señaló a una mariposa con alas azules que se posaba suavemente sobre una flor. «Mira, Luana, esa mariposa es tan hermosa como tú cuando sonríes.»
El comentario de Omar hizo que Luana se sonrojara, pero también la hizo sentir un poco incómoda. «Gracias, Omar,» dijo, sin saber muy bien qué más decir. Aunque le gustaba la atención de Omar, no podía evitar pensar en Margaret y en cómo siempre parecía tan segura y feliz.
Después de ese día, Luana comenzó a sentirse cada vez más distante. No quería admitirlo, pero cada vez que Omar estaba cerca de Margaret, sentía una especie de resentimiento hacia su amiga. En lugar de disfrutar de su tiempo juntos, se encontraba comparándose con Margaret, preguntándose si alguna vez podría ser tan alegre y encantadora como ella.
Margaret, por su parte, no se daba cuenta de lo que estaba pasando en el corazón de Luana. Para ella, todo seguía igual: los tres eran grandes amigos y compartían cada momento en el jardín. Pero Omar, que siempre había sido atento a los sentimientos de los demás, comenzó a notar el cambio en Luana. Veía cómo sus sonrisas ya no eran tan genuinas y cómo a veces se quedaba en silencio, como si estuviera perdida en sus propios pensamientos.
Un día, mientras estaban recogiendo flores, Omar decidió hablar con Luana a solas. «Luana, he notado que últimamente estás un poco triste. ¿Hay algo que te preocupe?» le preguntó con suavidad.
Luana se quedó callada por un momento, sintiendo un nudo en la garganta. No quería hablar sobre lo que sentía, pero al mismo tiempo sabía que no podía seguir guardándolo dentro. Finalmente, con una voz temblorosa, le dijo a Omar: «Es solo que… a veces siento que tú y Margaret tienen una conexión especial, y eso me hace sentir que no soy tan importante para ti.»
Omar la miró con sorpresa, pero también con compasión. «Luana, tú siempre has sido importante para mí. Eres una gran amiga, y no quiero que te sientas de esa manera. Pero también quiero ser honesto contigo. Margaret y yo hemos pasado mucho tiempo juntos, y creo que lo que siento por ella es más que una simple amistad.»
Las palabras de Omar cayeron como una pesada carga sobre los hombros de Luana. Aunque en el fondo lo había sospechado, escucharlo de los labios de Omar hizo que sus sentimientos se hicieran más reales. «Entiendo,» dijo Luana, tratando de mantener la compostura. «Solo quiero que seas feliz, Omar.»
Omar sonrió, agradecido por la comprensión de Luana. «Gracias, Luana. Y espero que nuestra amistad siga siendo tan fuerte como siempre. Eres alguien muy especial para mí.»
Con el tiempo, Luana comenzó a aceptar la situación. Aunque todavía sentía un poco de tristeza y envidia, empezó a darse cuenta de que esos sentimientos no la definían. Aprendió que la amistad verdadera implica querer lo mejor para las personas que amas, incluso si a veces duele un poco.
Margaret, que había estado ajena a todo lo que sucedía, notó el cambio en Luana y se acercó a ella. «Luana, me he dado cuenta de que has estado un poco distante últimamente. ¿He hecho algo que te haya molestado?»
Luana dudó por un momento, pero luego decidió ser sincera con su amiga. «No es que hayas hecho algo mal, Margaret. Es solo que he estado luchando con algunos sentimientos que no entendía bien. Pero no quiero que eso se interponga entre nosotras.»
Margaret, con su habitual alegría, abrazó a Luana. «¡Nada se interpondrá entre nosotras! Siempre seremos amigas, pase lo que pase.»
Con el tiempo, Luana encontró la manera de superar sus sentimientos de envidia y tristeza. Descubrió que había cosas en ella que la hacían única y especial, y aprendió a valorar esas cualidades. Aunque la relación entre Omar y Margaret floreció en algo más profundo, Luana no se sintió excluida, sino que encontró su propio camino hacia la felicidad.
El Jardín de las Emociones siguió siendo su lugar especial, un lugar donde no solo compartían risas y juegos, sino también donde aprendieron sobre el amor, la amistad y cómo manejar los sentimientos complicados que a veces surgen en el corazón. Luana, Omar y Margaret continuaron siendo amigos, y cada uno de ellos creció un poco más sabio gracias a la experiencia.
Al final, Luana entendió que el amor y la amistad son sentimientos que pueden coexistir, y que la verdadera fortaleza reside en aceptar los cambios con el corazón abierto. El Jardín de las Emociones se convirtió en un símbolo de todo lo que habían aprendido juntos, un lugar donde siempre podían regresar para recordar que, aunque la vida a veces presenta desafíos, el amor y la amistad siempre encuentran la manera de florecer.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.