En el reino de Alaria, donde las colinas se vestían de verde esmeralda y las flores perfumaban el aire con sus dulces aromas, vivía una joven princesa llamada Rosita. Su belleza era tan conocida como su reticencia al amor, pues Rosita, a pesar de las muchas propuestas y galantes que buscaban su mano, no había encontrado aún a alguien que realmente hiciera vibrar su corazón.
Criss, un joven príncipe del reino vecino, había conocido a Rosita durante un baile de primavera. Desde ese momento, quedó cautivado no solo por su belleza, sino por su ingenio y su espíritu indomable. Criss, decidido a ganarse su corazón, sabía que no sería tarea fácil. Rosita no era una princesa que se conformara con regalos y halagos superficiales; buscaba algo más profundo, un amor verdadero que pudiera compartir con alguien que realmente la entendiera.
Así, Criss comenzó su labor de conquista, no con joyas o promesas de riquezas, sino con gestos sinceros y detalles que mostraban su comprensión y respeto hacia ella. Organizó paseos por los jardines del castillo donde le mostraba las diferentes plantas y flores, explicándole sus nombres y orígenes, pues sabía que Rosita adoraba la naturaleza. Cada encuentro estaba lleno de conversaciones que duraban horas, donde compartían sueños y risas, tejiendo poco a poco un vínculo fuerte entre ambos.
Un día, Criss invitó a Rosita a un paseo a caballo por el bosque que rodeaba su castillo. Durante el paseo, se detuvieron en un claro donde Criss había preparado una sorpresa: un pequeño picnic bajo los árboles, con una manta extendida y una cesta repleta de delicias que a ambos les encantaban. Rosita, sorprendida y emocionada, no pudo evitar sentir cómo su corazón se abría un poco más hacia Criss.
Sin embargo, el gesto que realmente tocó el corazón de Rosita ocurrió un día lluvioso, cuando Criss llegó al castillo no con un carruaje, sino con un simple paraguas. Juntos, caminaron bajo la lluvia, charlando y riendo mientras las gotas caían a su alrededor. Fue entonces cuando Criss, mirando a Rosita a los ojos, le confesó su amor no con grandilocuencia, sino con palabras simples y sinceras. Le dijo que no deseaba solo su mano, sino ser su compañero, alguien con quien compartir tanto los días soleados como los nublados.
Rosita, cuya guardia siempre había estado alta, se encontró a sí misma enamorándose de Criss, no por su título o su apariencia, sino por su corazón y su genuina disposición a entenderla y amarla tal como era. En ese momento bajo la lluvia, Rosita supo que había encontrado su verdadero amor, el príncipe que no solo deseaba su mano, sino que anhelaba su felicidad y su compañía.
Los días pasaron y el amor entre Rosita y Criss solo creció. Finalmente, en una tarde dorada de otoño, frente a los jardines del castillo donde se habían conocido, Criss propuso matrimonio a Rosita, y ella, con lágrimas de felicidad en sus ojos, aceptó.
El día de su boda, todo el reino celebró. Rosita y Criss prometieron amarse y respetarse, en la alegría y en la tristeza, en la riqueza y en la pobreza, todos los días de su vida. La fiesta duró hasta el amanecer, y todos en Alaria hablaban de la hermosa pareja que, contra todas las expectativas, había encontrado el verdadero amor.
Y así, Rosita y Criss vivieron felices para siempre, demostrando que el amor verdadero no se basa en regalos o promesas vacías, sino en el respeto mutuo, la comprensión y la disposición a caminar juntos, tanto bajo el sol como bajo la lluvia.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.