En un rincón muy especial del mundo, donde los árboles susurran cuentos antiguos y las flores danzan al ritmo del viento, vivían tres amigos muy particulares: Emilio el Elefante, Luna la Tortuga y Richard el Conejo.
Emilio, con su enorme tamaño y corazón aún más grande, amaba explorar los vastos espacios del bosque, siempre a la búsqueda de un nuevo juego o aventura. Luna, sabia y serena, prefería tomar las cosas con calma, disfrutando de cada pequeño detalle a su propio ritmo. Richard, ágil y lleno de energía, nunca podía quedarse quieto, siempre saltando de un lado a otro.
Un día soleado, Emilio propuso una nueva aventura. «¡Vamos más profundo en el bosque! Podemos encontrar un lugar nuevo para jugar», sugirió con entusiasmo. Luna, aunque un poco cautelosa, aceptó con una sonrisa, mientras que Richard, como siempre, estaba listo para cualquier cosa que sonara divertida.
Mientras caminaban, Emilio y Richard se adelantaban, riendo y charlando ruidosamente. Luna, sin embargo, se tomaba su tiempo, disfrutando del sol que se filtraba a través de las hojas y del suave murmullo del viento. Fue entonces cuando escuchó un ruido detrás de un arbusto.
«¡Emilio, Richard, esperen!» llamó Luna. Pero Emilio, inmerso en la emoción, no escuchó su llamado y continuó adelante. Intrigada y un poco preocupada, Luna se acercó al arbusto desde donde provenía el sonido.
Con cautela, extendió su cuello y miró detrás de las ramas, y para su sorpresa, encontró a Richard jugando a las escondidas. «¡Richard! Me asustaste», exclamó Luna, aliviada pero también divertida.
Richard, con una sonrisa traviesa, saltó fuera del arbusto. «¡Sorpresa, Luna! Pensé que sería divertido jugar a las escondidas aquí. ¿Te unes a mí?»
Luna, aunque normalmente prefería juegos más tranquilos, decidió que unirse al juego de escondidas podría ser divertido. Así que juntos, llamaron a Emilio, quien se disculpó por no haber escuchado a Luna antes y se unió al juego con gusto.
Los tres amigos jugaron durante horas, escondiéndose detrás de árboles gigantes, en cuevas pequeñas y entre flores coloridas. Emilio, a pesar de su tamaño, demostró ser sorprendentemente bueno en el juego, usando su inteligencia para encontrar los mejores escondites.
A medida que el sol comenzaba a ponerse, decidieron regresar a casa. Caminaron juntos, compartiendo risas y hablando de todos los escondites ingeniosos que habían encontrado. Luna, feliz de haber probado algo nuevo, se sentía agradecida por tener amigos que siempre la hacían sentir incluida.
Al llegar a casa, mientras la noche caía sobre el bosque encantado, Emilio, Luna y Richard prometieron que siempre explorarían juntos, cuidándose mutuamente y asegurándose de que cada aventura fuera tan emocionante como segura.
Así, con el cielo estrellado como testigo, los tres amigos se despidieron con la certeza de que, sin importar qué nuevos juegos o desafíos les esperaran, su amistad sería siempre la mayor aventura de todas.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.