En un canal cristalino, rodeado de frondosas plantas y un cielo azul que se reflejaba en el agua, vivía un pequeño ajolote llamado Ajoloti. Su hogar estaba lleno de maravillas acuáticas, y él disfrutaba cada día de su vida bajo el agua.
Ajoloti tenía una peculiar afición: le encantaba hacer burbujas. Con cada exhalación, creaba pequeñas esferas brillantes que ascendían hacia la superficie, iluminando su camino con destellos de colores. Este juego le divertía mucho, especialmente porque las burbujas parecían tener vida propia, danzando alrededor de él antes de desaparecer en la superficie.
El pequeño ajolote también encontraba gran alegría en las hojas que caían al fondo del canal. Observaba cómo se deslizaban suavemente hacia él, creando un manto multicolor sobre el lecho del canal. Ajoloti nadaba entre ellas, escondiéndose y apareciendo como por arte de magia, lo que le hacía reír a carcajadas.
Durante el día, Ajoloti se alimentaba de renacuajos, que capturaba con destreza entre las plantas. Este era su momento de aventura, donde cada caza era una nueva historia que contar. Y cuando el sol se ocultaba, y el cielo se teñía de estrellas, Ajoloti encontraba un lugar acogedor entre las rocas para descansar. El sueño lo envolvía suavemente, llevándolo a soñar con mundos submarinos llenos de luz y color.
Al amanecer, el pequeño ajolote emergía para tomar aire, saludando al nuevo día con entusiasmo. Era en estos momentos cuando los niños venían a visitarlo. Se asomaban al canal, maravillados por la visión de Ajoloti jugando entre las burbujas y las hojas. Con sus cámaras, capturaban la belleza de este ser mágico, llevando consigo un pedazo de ese mundo acuático para recordar siempre.
Los humanos que vivían cerca del canal cuidaban mucho del hogar de Ajoloti. Se aseguraban de que el agua estuviera limpia y que no faltara comida para él y sus amigos del canal. Ajoloti sabía que era amado y respetado, y eso le llenaba de alegría.
Un día, algo extraordinario sucedió. Ajoloti descubrió que algunas de sus burbujas no estallaban al llegar a la superficie, sino que flotaban, llevadas por el viento. Curioso, el ajolote siguió a una de estas burbujas mágicas en su viaje por el aire. La burbuja lo llevó más allá de lo que Ajoloti jamás había imaginado, mostrándole la belleza del mundo fuera del agua.
Vio montañas que tocaban el cielo, bosques llenos de criaturas que nunca había visto, y ciudades brillantes bajo el sol. La burbuja era como un pequeño milagro, un puente entre su mundo y el de arriba. Ajoloti se sintió agradecido por esta aventura, aunque sabía que su corazón siempre pertenecería al canal.
Cuando la burbuja finalmente estalló, Ajoloti cayó suavemente al agua, donde sus amigos del canal lo recibieron con alegría. Les contó sobre su increíble viaje y las maravillas que había visto. A partir de ese día, Ajoloti no solo jugaba con las burbujas por diversión, sino también como una forma de soñar con los infinitos mundos más allá del suyo.
El pequeño ajolote aprendió que, aunque su hogar era en el agua, la curiosidad y la imaginación no tienen límites. Prometió cuidar siempre de su canal y de los seres que lo habitaban, agradecido por la magia que lo rodeaba.
Y así, entre burbujas mágicas y hojas bailarinas, Ajoloti vivió muchos años, feliz y contento en su mundo acuático. Los niños siguieron visitándolo, llevándose consigo historias de un ajolote que soñaba con burbujas que tocaban el cielo, recordándoles la importancia de cuidar y maravillarse con nuestro planeta.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.