Toñy y Alfonso eran dos hermanos que vivían en una casa cálida y acogedora, rodeados de árboles y flores. Toñy, el mayor, tenía once años y siempre había sido un niño curioso y observador, mientras que Alfonso, de diez años, era alegre y enérgica, siempre buscando nuevas aventuras. A pesar de sus personalidades diferentes, compartían una misma ilusión: tener una mascota.
Durante años, habían pedido a sus padres un perro, alguien que pudiera acompañarlos en sus travesuras y compartir momentos de alegría. Sin embargo, la familia había sido cautelosa, asegurándose de que los niños entendieran la responsabilidad que implicaba cuidar de un animal. A pesar de las largas conversaciones y promesas, parecía que ese sueño se alejaba con cada día que pasaba.
Un fin de semana, todo cambió.
Era una mañana soleada de domingo cuando Toñy y Alfonso se despertaron con la emoción en el aire. Sus padres les habían prometido una sorpresa, pero no habían dado pistas de lo que podría ser. Desayunaron rápidamente, ansiosos por descubrir el secreto.
—Hoy es el día en que nuestra familia crecerá un poco más —dijo su madre con una sonrisa misteriosa.
Los niños intercambiaron miradas curiosas. ¿Qué significaba eso? Su padre se levantó de la mesa, tomó las llaves del coche y dijo:
—Vamos, no querrán perderse esto.
El trayecto fue corto, y pronto llegaron a un refugio de animales. Toñy y Alfonso no podían creer lo que veían: decenas de perros ladrando, moviendo sus colas y mirándolos con ojos llenos de esperanza. Su corazón dio un vuelco de alegría.
—Hoy, ustedes elegirán a su nuevo amigo —dijo su madre, dándoles la libertad de explorar.
Los hermanos caminaron por el refugio, observando cada uno de los perros. Algunos eran grandes y ruidosos, otros pequeños y tímidos. Pero ninguno había capturado realmente su atención… hasta que llegaron al final de la fila. Allí, en una esquina tranquila, vieron a una pequeña perrita de pelaje marrón claro. Tenía ojos grandes y brillantes, y aunque su tamaño era pequeño, su energía parecía desbordante. Al ver a los niños, la perrita se levantó de inmediato, meneando la cola y brincando con entusiasmo.
—¡Mira, Toñy! —gritó Alfonso—. ¡Es perfecta!
Toñy se agachó para acariciar a la perrita, quien le lamió la mano con afecto inmediato.
—Creo que ella nos ha elegido a nosotros —dijo Toñy con una sonrisa.
Los padres de los niños se acercaron y sonrieron, sabiendo que la conexión había sido instantánea. La pequeña perrita no había dejado de saltar de un lado a otro, como si supiera que había encontrado su hogar.
—La llamaremos Idunn —dijo Alfonso de repente, inspirada por uno de los cuentos de mitología nórdica que había leído en la escuela. Idunn era la diosa que cuidaba de las manzanas de la inmortalidad, y pensó que el nombre sería perfecto para una perrita tan especial.
Así, Idunn fue adoptada y llevada a casa. Desde el primer día, se convirtió en parte de la familia. Toñy y Alfonso se turnaban para alimentarla, sacarla a pasear y jugar con ella. A pesar de ser pequeña, Idunn tenía una energía inagotable. Saltaba, corría y perseguía su pelota por toda la casa, llenando cada rincón con su alegría contagiosa.
Sin embargo, cuidar de Idunn no siempre fue fácil. A veces, la perrita mordisqueaba los zapatos o cavaba agujeros en el jardín. Pero, a pesar de los pequeños problemas, Toñy y Alfonso la querían con todo su corazón. Sabían que ser responsables con ella significaba aprender a ser pacientes y cuidadosos.
Un día, algo inesperado sucedió. Era una tarde de primavera, y los niños decidieron llevar a Idunn al parque cercano a su casa. El parque estaba lleno de otros perros y personas disfrutando del buen clima. Toñy y Alfonso soltaban a Idunn para que corriera libremente por el césped, pero de repente, un sonido fuerte de una moto asustó a la pequeña perrita. Sin previo aviso, Idunn comenzó a correr en dirección contraria, alejándose rápidamente del parque y adentrándose en las calles cercanas.
—¡Idunn! —gritó Alfonso con desesperación.
Ambos niños comenzaron a correr tras ella, pero la perrita era rápida y ya estaba fuera de su vista. Toñy sintió un nudo en el estómago. La habían cuidado tanto, ¿cómo podían haber dejado que algo así sucediera?
Durante lo que pareció una eternidad, los dos hermanos la buscaron por todas partes, llamando su nombre y preguntando a las personas que encontraban si la habían visto. La angustia crecía a cada paso. Pero justo cuando pensaban que todo estaba perdido, escucharon un leve ladrido en la distancia.
Corrieron hacia el sonido y, para su alivio, allí estaba Idunn. La perrita estaba temblando y atrapada detrás de una reja, asustada pero ilesa.
—Idunn, aquí estamos —susurró Toñy, acercándose con cuidado para no asustarla más.
Con un poco de esfuerzo, lograron sacarla de su escondite y abrazarla fuertemente. Idunn, aún asustada, comenzó a lamerles la cara, como si estuviera pidiendo perdón por haber huido.
—No te preocupes, Idunn —dijo Alfonso mientras la acariciaba—. Todos cometemos errores.
Ese día, los niños aprendieron una valiosa lección sobre la importancia de cuidar a quienes amas, y también sobre la paciencia y el perdón. Idunn, por su parte, parecía entender que siempre estaría a salvo con Toñy y Alfonso, quienes, a pesar de ser solo niños, demostraban una responsabilidad y un amor enormes hacia ella.
Con el tiempo, Idunn creció, y aunque ya no era la pequeña cachorra que habían adoptado, seguía siendo el alma juguetona y amorosa de la familia. Los años pasaron y, cada día, la conexión entre los hermanos y su perrita se fortaleció. Idunn les enseñó muchas cosas, no solo sobre cómo cuidar de un animal, sino también sobre el valor de la amistad, la lealtad y la alegría que trae compartir la vida con alguien tan especial.
Y así, la familia continuó sus días, sabiendo que habían tomado la mejor decisión al adoptar a Idunn. Porque, a pesar de los desafíos, no había mayor recompensa que el amor incondicional de una mascota. Idunn, Toñy y Alfonso, unidos por el destino, vivieron muchas más aventuras, siempre juntos, siempre cuidándose los unos a los otros.
FIN.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.