Había una vez una pequeña niña llamada Yeilianys. Ella era muy alegre y le encantaba jugar con su juguete favorito, un osito de peluche. Un día, mientras jugaba en casa, el osito se cayó y una de sus patas se rompió. Yeilianys miró a su juguete con tristeza, con lágrimas en los ojos. «Oh no, mi osito está roto», dijo mientras lo abrazaba con cuidado.
Al escuchar a su hija, la mamá de Yeilianys entró en la sala y vio lo que había sucedido. Se acercó y le dio un abrazo. «No te preocupes, Yeilianys, podemos arreglarlo más tarde. ¿Qué te parece si vamos al parque a jugar? Seguro que eso te hará sentir mejor».
Yeilianys levantó la vista con una pequeña sonrisa. Le encantaba el parque, así que aceptó la idea. «¡Sí, mamá! ¡Vamos al parque!»
Juntas, Yeilianys y su mamá caminaron hasta el parque cercano. Al llegar, Yeilianys se sorprendió muchísimo al ver que su amiga María estaba allí. María era su mejor amiga, y siempre se divertían mucho cuando jugaban juntas. Al ver a María, Yeilianys olvidó por completo lo que había pasado con su osito roto.
«¡María!» gritó Yeilianys emocionada, corriendo hacia ella.
«¡Yeilianys!» respondió María con una gran sonrisa, corriendo también para encontrarse con su amiga.
Las dos niñas comenzaron a correr y saltar por todo el parque. Subieron al tobogán, se columpiaron en los columpios y corrieron por el césped, riendo y jugando sin parar. Estaban tan felices que ni siquiera notaron cuando el cielo comenzó a oscurecerse y las primeras gotas de lluvia cayeron suavemente sobre sus cabezas.
De repente, empezó a llover más fuerte. Yeilianys miró hacia el cielo y luego a su amiga María con preocupación. «Oh no, ahora no podremos seguir jugando», dijo con tristeza, sintiendo que las lágrimas empezaban a llenar sus ojos.
María, al ver que su amiga estaba triste, se acercó y la abrazó fuerte. «Todo estará bien, Yeilianys. Solo es un poco de lluvia. Podemos esperar aquí bajo el árbol hasta que pare.»
Yeilianys abrazó a María y comenzó a sentirse un poco mejor. Juntas, corrieron hacia un árbol grande que estaba cerca, donde también estaba la mamá de Yeilianys, esperándolas con una sonrisa tranquila. Las tres se sentaron bajo el árbol, escuchando cómo las gotas de lluvia caían sobre las hojas.
Mientras esperaban que la lluvia pasara, escucharon un ruido detrás de los árboles. Era un sonido suave pero extraño, como un pequeño revoloteo. Yeilianys se asustó un poco y se agarró fuerte a su mamá.
«Mamá, ¿qué es ese ruido?» preguntó con voz temblorosa.
La mamá de Yeilianys miró con calma hacia los árboles. «No te preocupes, cariño, vamos a ver qué es».
Las tres miraron atentamente y, para su sorpresa, vieron que eran unos pequeños pajaritos. Los pajaritos estaban buscando refugio de la lluvia, igual que ellas. Las aves revoloteaban de un lado a otro, escondiéndose bajo las ramas de los árboles para no mojarse.
Yeilianys soltó un suspiro de alivio y sonrió. «No pasa nada, mamá. Solo son pajaritos buscando dónde esconderse.»
La mamá de Yeilianys sonrió y acarició el cabello de su hija. «Exactamente, Yeilianys. Los pajaritos también necesitan un lugar para estar a salvo de la lluvia, igual que nosotros.»
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.