Había una vez una perrita muy simpática llamada Muñeca. Muñeca era una perrita pug, pequeña, de ojos grandes y brillantes, con una colita que se movía sin parar cuando estaba feliz. A Muñeca le encantaba salir a pasear por el parque, donde podía correr, olfatear flores y ver a otros animales.
Un día, como todos los días, Muñeca salió al parque con su dueña. El sol brillaba en el cielo, y el parque estaba lleno de colores. Había flores de todos los tipos y mariposas volando por todas partes. Muñeca corría de un lado a otro, disfrutando del aire fresco y de la libertad de estar al aire libre.
Mientras exploraba el parque, algo llamó su atención. A lo lejos, entre los árboles, vio una pequeña ardilla. La ardilla era rápida y se movía de rama en rama con mucha agilidad. Sus ojos brillaban curiosos y tenía una cola esponjosa que se movía al compás de sus saltos.
Muñeca, emocionada, decidió correr hacia la ardilla para conocerla.
—¡Hola! —ladró Muñeca con su voz alegre—. ¡Quiero jugar contigo!
Pero la ardilla, al ver que Muñeca se acercaba corriendo tan rápido, se asustó. Sin pensarlo dos veces, la ardilla subió rápidamente a lo alto de un árbol, donde se sentía a salvo.
—¡No te vayas! —gritó Muñeca desde abajo—. No quiero asustarte. Solo quiero ser tu amiga.
La ardillita, desde la seguridad de la rama más alta, miraba a Muñeca con desconfianza. No estaba segura de si esa perrita quería jugar o si era peligroso bajar. Pero Muñeca seguía allí, mirando con sus grandes ojos llenos de ternura y moviendo su colita con alegría.
—¿De verdad no me harás daño? —preguntó la ardillita desde el árbol.
—¡Claro que no! —dijo Muñeca—. Solo quiero jugar y ser tu amiga. Me llamo Muñeca, ¿y tú?
La ardilla se quedó pensando un momento. Miró a Muñeca y vio que parecía sincera. Además, Muñeca no dejaba de sonreír y mover su colita. Finalmente, la ardillita decidió bajar un poco, aunque aún estaba un poco nerviosa.
—Me llamo Ardillita —dijo tímidamente—. No estoy acostumbrada a jugar con perritos.
Muñeca, emocionada, dio unos saltitos en el lugar. —¡No te preocupes, Ardillita! Te prometo que solo queremos divertirnos. ¡Ven, bajemos y jugamos juntas!
Ardillita bajó un poco más, hasta llegar a una rama más baja. Desde allí, miró a Muñeca, que seguía feliz y emocionada. Poco a poco, la confianza de Ardillita fue creciendo. Finalmente, decidió dar un salto y aterrizar suavemente en el suelo, junto a Muñeca.
—¡Bien! —exclamó Muñeca—. ¡Ahora podemos jugar! ¿Te gusta correr?
Ardillita asintió. Aunque todavía estaba un poco nerviosa, comenzó a correr junto a Muñeca. Corrieron por el parque, dando vueltas entre los árboles y saltando sobre las flores. Cada vez que Ardillita se subía a un árbol, Muñeca la seguía corriendo debajo, ladrando de alegría. Se estaban divirtiendo mucho.
Después de un rato, las dos nuevas amigas se detuvieron para descansar bajo la sombra de un gran árbol. Muñeca se tumbó en la hierba, jadeando con una gran sonrisa en su cara, mientras Ardillita se sentaba a su lado, comiendo una pequeña nuez que había encontrado.
—Eres muy rápida, Ardillita —dijo Muñeca, riendo—. Nunca había corrido tanto en mi vida.
—Tú también eres muy divertida, Muñeca —respondió Ardillita, sonriendo—. Me alegra haberte conocido.
A partir de ese día, Muñeca y Ardillita se hicieron inseparables. Cada vez que Muñeca iba al parque, Ardillita bajaba de su árbol para jugar con ella. Correteaban juntas, compartían historias y, a veces, solo se sentaban bajo los árboles a disfrutar de la brisa del parque.
Muñeca le contó a Ardillita sobre los paseos que daba con su dueña, sobre su cama cómoda en casa y lo mucho que le gustaban las galletas para perros. Ardillita, por su parte, le hablaba sobre sus aventuras en los árboles, sobre cómo saltaba de rama en rama y lo difícil que era encontrar nueces a veces.
Un día, mientras jugaban en el parque, Ardillita le hizo una pregunta a Muñeca.
—Muñeca, ¿tú siempre eres tan amigable con todos? —preguntó Ardillita, un poco curiosa.
—¡Claro! —respondió Muñeca, moviendo su colita—. Me encanta hacer amigos. ¡Todos merecen una amiga como tú!
Ardillita sonrió. Se dio cuenta de que Muñeca no solo era divertida, sino también muy amable. Y en ese momento, Ardillita supo que había encontrado una amiga para toda la vida.
Y así, Muñeca y Ardillita continuaron disfrutando de sus días en el parque. Jugaron, rieron y compartieron muchos momentos felices. Aunque eran muy diferentes —una era una perrita y la otra una ardilla—, descubrieron que la amistad no tiene límites. Juntas, podían hacer que cada día fuera una nueva aventura.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.