En una acogedora casa en las afueras de la ciudad vivían tres inseparables amigos: Jamon, un gato anaranjado y juguetón; Queso, una gata de pelaje blanco y gris, siempre tranquila y observadora; y Max, un perro grande y bonachón que había sido recogido de un refugio por su dueño. Aunque sus nombres parecían extraños, les quedaban perfectos, y su amistad era tan fuerte como la unión entre los tres.
Un día, mientras Max dormía plácidamente en su cojín favorito, Jamon y Queso estaban discutiendo una de sus nuevas ideas.
—¿Sabes qué, Queso? —dijo Jamon mientras jugaba con un ovillo de lana—. He estado pensando… ¿por qué no hacemos algo emocionante? Algo como… ¡una aventura fuera de casa!
Queso, que estaba medio dormida en su sillón, entrecerró los ojos y lo miró con una sonrisa tranquila.
—¿Aventura? —repitió, bostezando—. ¿Qué tipo de aventura tienes en mente, Jamon?
—¡Podemos salir al jardín trasero! —exclamó Jamon, emocionado—. Pero no solo para tomar el sol, ¡quiero explorar más allá! Max siempre nos habla de todo lo que vio antes de que lo trajeran aquí. ¿Por qué no hacemos lo mismo?
Max, al escuchar su nombre, abrió un ojo y asintió con entusiasmo. Aunque el perro disfrutaba de la comodidad de su nuevo hogar, a veces extrañaba sus días de libertad, cuando corría por los campos sin preocuparse por nada.
—Es cierto —dijo Max con su voz grave pero amigable—. Allá fuera hay mucho por descubrir. Pero también hay peligros, como las cercas y… los autos.
Queso frunció el ceño, siempre siendo la más sensata del grupo.
—Sabes que no debemos alejarnos demasiado —dijo con cautela—. Pero… una pequeña aventura en el jardín no suena tan mal.
Con un plan decidido, los tres amigos se dispusieron a explorar el jardín. Salieron por la pequeña puerta para mascotas, y el aire fresco del exterior les dio la bienvenida. El jardín trasero era amplio y lleno de rincones interesantes: arbustos altos, árboles que brindaban sombra y, por supuesto, muchos insectos que revoloteaban por todas partes.
Jamon, siempre el más inquieto, corrió directamente hacia un grupo de mariposas que revoloteaban entre las flores.
—¡Miren esto! —gritó mientras daba saltos en el aire intentando atrapar alguna—. ¡Es como un juego!
Queso, sin embargo, prefirió mantenerse al margen, observando desde una distancia segura. Max, con su gran tamaño, troteaba detrás de Jamon, asegurándose de que el pequeño gato no se metiera en problemas.
Pero la verdadera aventura comenzó cuando Jamon, en su afán por seguir una de las mariposas, encontró un pequeño agujero en la cerca. Era lo suficientemente grande como para que él y Queso pudieran pasar, pero no tanto para Max.
—¡Miren lo que he encontrado! —dijo Jamon emocionado—. ¡Vamos a ver qué hay del otro lado!
Queso, aunque intrigada, dudaba.
—No sé, Jamon —dijo—. Max no podrá pasar, y no debemos alejarnos tanto. Además, podría ser peligroso.
—No te preocupes, solo será un vistazo rápido —insistió Jamon, ya metiéndose por el agujero.
Max, al ver que Jamon cruzaba al otro lado, comenzó a ladrar suavemente.
—Cuidado, Jamon —dijo—. No sabemos qué hay ahí.
A pesar de las advertencias, Jamon cruzó y, con un solo vistazo, se dio cuenta de que estaba en un terreno nuevo: un jardín vecino mucho más grande, lleno de plantas y rincones que parecían salidos de un cuento. Sin embargo, lo que no esperaba era encontrar un gran charco de agua… y antes de que pudiera detenerse, ¡plaf! Jamon cayó directamente en él, empapándose por completo.
Desde el otro lado de la cerca, Queso y Max escucharon el chapoteo y los gritos de sorpresa de Jamon.
—¡Estoy bien! —gritó, aunque un poco avergonzado—. Solo… solo un pequeño resbalón.
Queso no pudo evitar reírse, y Max movió la cola, aliviado de que su amigo estuviera bien. Después de secarse como pudo, Jamon regresó por el agujero, esta vez más cuidadoso.
—Creo que la aventura en el jardín es suficiente por hoy —admitió Jamon, con una sonrisa de disculpa—. Quizás deberíamos explorar más… pero mañana.
Queso asintió, feliz de que Jamon finalmente hubiera aprendido la lección, y Max, siempre el protector, lamió la cabeza del gato para asegurarse de que todo estaba en orden.
De vuelta en la casa, los tres amigos se acomodaron en sus lugares favoritos, agotados pero contentos por su pequeña aventura. Aunque la exploración había sido más corta de lo planeado, sabían que siempre habría tiempo para más aventuras… pero siempre juntos, como la gran familia que eran.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.