Lola era una elegante gatita que vivía en la bulliciosa ciudad. Con su brillante pelaje negro y su elegante sombrero, era una figura conocida en las calles llenas de edificios altos y ruido constante. Pero últimamente, Lola se sentía cansada del ajetreo urbano. El ruido de los coches, la contaminación y la falta de naturaleza la hacían desear un cambio. Decidió que era el momento de visitar a su prima Alana, quien vivía en una tranquila aldea en el campo.
El día del viaje, Lola se despertó con una sonrisa en el rostro. Los primeros rayos del sol brillaban a través de su ventana, pero ella, acostumbrada a las luces de la ciudad, encendió todas las lámparas de su casa. Quería verse guapa para su viaje, así que decidió tomar un baño relajante. Preparó su tina con mucha espuma y se sumergió, disfrutando de la calidez del agua y el aroma del jabón. Después del baño, se dirigió a su armario para elegir la ropa más elegante que tenía.
Una vez vestida, Lola comenzó a preparar su equipaje. Metió en su maleta varios vestidos elegantes, su sombrero favorito y algunos libros. Luego fue a la cocina a tomar el desayuno. Observó que quedaba algo de comida que no iba a alcanzar a comerse antes de partir, así que decidió tirarla a la basura. Con todo listo, fue al baño a lavarse los dientes, pero mientras lo hacía, se puso a pensar en las historias que le contaría a su prima Alana. Sin darse cuenta, dejó el agua de la llave corriendo durante un largo rato.
Finalmente, Lola estaba lista para partir. Subió a su coche y comenzó el viaje hacia la Aldea Maravilla, donde vivía Alana. A medida que conducía, su coche iba soltando humo negro, un recordatorio de la contaminación de la ciudad. Pero Lola estaba demasiado emocionada por el viaje como para preocuparse por eso.
Después de unas horas de viaje, Lola llegó a la casa de Alana. La aldea era todo lo contrario a la ciudad: tranquila, con flores silvestres y huertos por todas partes. Alana, con su sencillo vestido de campo, salió a recibir a Lola. Ambas se abrazaron con cariño, felices de reencontrarse después de tanto tiempo.
—¡Lola, qué alegría verte! —exclamó Alana—. ¿Cómo estuvo el viaje?
—Fue largo, pero estoy feliz de estar aquí —respondió Lola—. Este lugar es hermoso.
Alana sonrió y le mostró a Lola todo el campo. Los huertos estaban llenos de verduras frescas, y las flores silvestres coloreaban el paisaje con tonos vivos. Lola no podía creer lo diferente que era todo comparado con la ciudad.
—Aquí todo es tan tranquilo y limpio —dijo Lola mientras observaba el entorno—. No sé cómo aguantas la ciudad, Alana. Este lugar es un paraíso.
—Tiene sus encantos —respondió Alana—. Pero sé que la ciudad también tiene cosas buenas. Por eso es tan especial que estés aquí, para que puedas disfrutar de lo mejor de ambos mundos.
Durante los siguientes días, Lola y Alana disfrutaron de muchas aventuras juntas. Pasearon por el campo, exploraron los bosques cercanos y recolectaron frutas frescas de los árboles. Lola, que estaba acostumbrada a la vida rápida de la ciudad, aprendió a apreciar la tranquilidad y la belleza del campo.
Una mañana, Alana llevó a Lola a un pequeño arroyo que corría cerca de su casa. Se sentaron en la orilla, observando el agua clara y escuchando el canto de los pájaros.
—Es tan pacífico aquí —dijo Lola, sintiendo una profunda sensación de calma.
—Lo es —respondió Alana—. Este lugar me ha enseñado a valorar las pequeñas cosas. La naturaleza tiene una manera de recordarnos lo que realmente importa.
Lola asintió, comprendiendo las palabras de su prima. Comenzó a darse cuenta de cuánto malgastaba en la ciudad: la electricidad, el agua, incluso la comida. En el campo, todo parecía más valioso y digno de ser cuidado.
Esa noche, mientras se preparaban para dormir, Lola le contó a Alana sobre su vida en la ciudad. Le habló del tráfico, del ruido constante y de cómo a veces se sentía abrumada por todo.
—Tal vez necesites encontrar un equilibrio —sugirió Alana—. La ciudad y el campo tienen mucho que ofrecer. Puedes aprender a disfrutar de ambos sin dejar que uno te consuma.
Lola pensó en las palabras de Alana y decidió que tenía razón. Al día siguiente, se despidió de su prima, prometiendo regresar pronto. Durante el viaje de regreso a la ciudad, Lola reflexionó sobre todo lo que había aprendido. Cuando llegó a casa, empezó a hacer pequeños cambios en su vida: apagaba las luces cuando no las necesitaba, usaba menos agua y se aseguraba de no desperdiciar comida.
Con el tiempo, Lola encontró un equilibrio entre la vida en la ciudad y las lecciones que había aprendido en el campo. Visitaba a Alana con frecuencia, disfrutando de la paz del campo y llevando consigo un poco de esa tranquilidad a la bulliciosa ciudad.
Y así, Lola vivió feliz, apreciando lo mejor de ambos mundos, y recordando siempre que la verdadera belleza y tranquilidad se encuentran en las pequeñas cosas y en el cuidado de nuestro entorno.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.