Cuentos de Animales

Los Cuatro Amigos de la Selva

Lectura para 2 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En lo más profundo de la selva, donde los árboles son tan altos que parecen tocar el cielo y las flores son de todos los colores que puedas imaginar, vivían tres amigos muy especiales. El primero de ellos era Leo, el león. Leo tenía una melena grande y esponjosa que siempre estaba peinada y brillante. Era el más fuerte de todos los animales en la selva, y con solo un rugido, podía hacer temblar las ramas de los árboles.

El segundo amigo era Milo, el mono. Milo era el más travieso de los tres. Le encantaba saltar de árbol en árbol y colgarse de las ramas con su cola larga y flexible. Siempre estaba haciendo reír a los demás animales con sus bromas y travesuras.

Y el tercer amigo era Tino, el tigre. Tino no solo era fuerte, sino que también era muy sabio. Le gustaba sentarse bajo los árboles y pensar en las cosas, siempre con una mirada tranquila y serena. Los otros animales de la selva siempre iban a él cuando tenían algún problema, porque sabían que Tino siempre encontraba la solución correcta.

A pesar de ser tan diferentes, Leo, Milo y Tino se llevaban de maravilla. Pasaban los días jugando juntos y explorando cada rincón de la selva. Un día, decidieron jugar a las escondidas, su juego favorito. Milo, siendo el más rápido, se subió a la copa de un árbol alto, mientras Leo se escondía detrás de un gran arbusto y Tino se camuflaba entre las hojas secas del suelo.

Mientras jugaban, de repente escucharon un sonido extraño. Era un suave llanto que venía de la orilla del río. Los tres amigos dejaron de jugar y corrieron hacia el sonido. Cuando llegaron al río, vieron algo que los preocupó mucho: un pequeño elefante, llamado Pepe, estaba atrapado en el barro. Pepe era muy joven y pequeño, y aunque había intentado salir, cada vez que se movía, se hundía más en el lodo.

«¡Oh no! ¡Pobrecito!» exclamó Milo, mirando a Pepe con preocupación. «¡Tenemos que ayudarlo!»

Leo, que siempre era el primero en actuar, se acercó a Pepe y trató de usar su fuerza para sacarlo del barro. «¡No te preocupes, Pepe! ¡Te sacaré de ahí!» rugió Leo con determinación. Pero, por más que empujaba y tiraba, el barro era demasiado espeso y resbaladizo. De hecho, cuanto más intentaba ayudar a Pepe, más empezaba él mismo a hundirse.

Milo, que no podía quedarse quieto, decidió que él también intentaría ayudar. «¡Voy a saltar sobre el barro para agarrar la trompa de Pepe y jalarlo hacia fuera!» dijo con entusiasmo. Pero cuando Milo intentó saltar, el barro estaba tan resbaladizo que terminó cayendo y cubriéndose de lodo desde la cabeza hasta la cola. Ahora no solo Pepe y Leo estaban atrapados, sino también Milo.

Tino, que había estado observando tranquilamente desde el borde del río, se dio cuenta de que la situación era más complicada de lo que parecía. Sabía que no bastaba con ser fuerte o rápido para sacar a Pepe del barro; necesitaban pensar en una solución más inteligente. Se acercó lentamente y dijo: «Amigos, escuchen. Si seguimos intentando de esta manera, todos terminaremos atrapados en el barro. Pero, si trabajamos juntos y usamos las ramas de esos árboles, podemos hacer un puente para que Pepe salga solo.»

Leo y Milo miraron a Tino con asombro. La idea era tan simple, pero tan brillante. Los tres amigos se pusieron manos a la obra. Leo usó su fuerza para derribar unas ramas grandes, mientras Milo trepaba rápidamente a los árboles para cortar otras ramas más finas. Tino, con su calma habitual, colocó cuidadosamente las ramas sobre el barro, formando un camino seguro para Pepe.

«¡Vamos, Pepe! Puedes hacerlo, sigue el puente,» le dijo Tino con una voz suave y alentadora.

Pepe, aunque aún asustado, confió en sus nuevos amigos y, con mucho cuidado, empezó a caminar sobre el puente de ramas. Con cada paso, se sentía más seguro, hasta que finalmente llegó a tierra firme, donde Leo, Milo y Tino lo recibieron con abrazos y sonrisas.

Pepe, que estaba cubierto de barro pero muy feliz, les dio las gracias. «¡Gracias, amigos! ¡Pensé que nunca podría salir de ahí!»

Leo, que también estaba cubierto de barro pero feliz, le dijo: «No te preocupes, Pepe. ¡Siempre estaremos aquí para ayudarte!»

Milo, que ya había comenzado a sacudir el barro de su pelaje, agregó: «¡Sí, Pepe! ¡Siempre que necesites ayuda, puedes contar con nosotros!»

Tino, siempre sabio, concluyó: «Hoy hemos aprendido que cuando trabajamos juntos y usamos nuestras habilidades, podemos superar cualquier problema. No importa lo difícil que sea, siempre encontraremos una solución si nos apoyamos unos a otros.»

Desde ese día, Pepe, el pequeño elefante, se unió al grupo de amigos. Juntos, exploraban la selva, jugaban y, lo más importante, siempre estaban listos para ayudar a quien lo necesitara. Los animales de la selva comenzaron a llamarlos los héroes de la selva, porque no había problema demasiado grande para ellos.

Y así, en lo más profundo de la selva, donde los árboles tocan el cielo y las flores son de todos los colores, vivían cuatro amigos inseparables: Leo el león, Milo el mono, Tino el tigre y Pepe el elefante. Y todos sabían que, mientras estuvieran juntos, no había nada que no pudieran hacer.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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