Cuentos de Aventura

David y sus Grandes Aventuras

Lectura para 2 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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David era un niño muy especial. Tenía solo 3 años, pero ya era muy aventurero. Le gustaba trepar, explorar, y descubrir todo lo que el mundo le ofrecía. A veces, David corría por la casa con su colección de carritos, otras veces se sentaba con su mamá, Gina, para ayudarla en la cocina. Siempre había algo emocionante por hacer.

David tenía una familia muy amorosa. Su hermano mayor, Matías, siempre estaba dispuesto a jugar con él. A veces jugaban con el Nintendo, regaban el pasto juntos o se lanzaban chapuzones en la piscina. Pero lo que más le gustaba a David era cuando ayudaba a su papá, Christian, a lavar el coche. David se ponía muy contento cuando podía frotar las llantas con el agua y el jabón.

Un día, David se levantó temprano. Saltó de la cama con mucha energía. —¡Hoy va a ser un gran día! —dijo, mientras buscaba sus carritos para comenzar la mañana. Matías, su hermano, estaba todavía en su cuarto, medio dormido, pero David no podía esperar más. Colocó todos sus carritos en fila y empezó a rodarlos por el suelo. Cada uno tenía una historia diferente: uno era un coche de carreras superrápido, otro era un camión gigante que podía escalar montañas, y otro más era una grúa que rescataba autos atrapados.

—¡Ruuum, ruuum! —hacía David con su boca, mientras los coches iban de un lado a otro.

Cuando Matías finalmente salió de su cuarto, vio a David jugando con todos sus carritos. —¡Buenos días, campeón! —le dijo con una sonrisa. Matías se agachó para unirse a la diversión—. ¿Hoy también vamos a lavar el coche con papá?

—¡Sí! —respondió David, emocionado—. Pero primero voy a ayudar a mamá en la cocina.

David corrió hacia la cocina, donde su mamá, Gina, estaba preparando el desayuno. Ella siempre estaba contenta de tener a David como su ayudante. —Buenos días, mi amor —dijo Gina, inclinándose para darle un beso en la cabeza—. ¿Quieres ayudarme a poner la mesa?

—¡Sí, mami! —dijo David, mientras agarraba los platos con cuidado.

David era muy bueno en la cocina. Sabía cómo cortar las cebollas con mucho cuidado (aunque las lágrimas le hacían reír a veces) y le gustaba agregar la sal a los platos justo cuando su mamá se lo pedía. Siempre estaba atento y con una sonrisa en la cara cuando ayudaba.

—Hoy vamos a hacer ensalada de frutas para el almuerzo —le dijo Gina, mientras le pasaba una manzana.

David sonrió aún más. Las frutas eran su comida favorita. Le encantaba la dulzura de las fresas, el sabor refrescante de las manzanas y la textura crujiente de las nueces que a veces le ponían en los platos.

Después de ayudar a su mamá, David corrió de nuevo al patio, donde su papá Christian ya estaba preparando las esponjas y el balde de agua. ¡Era hora de lavar el coche! David se puso su pequeño delantal para no mojarse demasiado y se unió a su papá en la divertida tarea.

—¡Aquí tienes, David! —dijo su papá, pasándole una esponja llena de espuma.

David frotaba las llantas con entusiasmo. El coche siempre quedaba brillante después de que terminaban de lavarlo. Su papá le sonreía y lo felicitaba por ser tan buen ayudante. David disfrutaba cada minuto, y siempre encontraba la manera de hacer reír a su papá con alguna tontería o chiste.

—Papá, ¡mira cómo las llantas están más limpias que nunca! —decía David, orgulloso de su trabajo.

Cuando terminaban de lavar el coche, David solía correr hacia la piscina, donde Matías lo esperaba. A los dos les encantaba nadar y hacer carreras de chapuzones. Matías siempre dejaba que David ganara, aunque él también era muy rápido. Jugar en el agua era uno de sus momentos favoritos del día.

—¡Soy un pez! —gritaba David, salpicando agua por todas partes.

—Y yo soy un tiburón que te va a atrapar —respondía Matías, nadando detrás de él.

Después de nadar y jugar por un buen rato, era hora de descansar un poco. David siempre encontraba un lugar tranquilo cuando se sentía un poco cansado o triste. Le gustaba tener su espacio para estar solo y pensar en sus aventuras. A veces, cuando estaba molesto, prefería irse a un rincón tranquilo hasta que se sentía mejor. Y cuando el mal humor se le pasaba, corría hacia su mamá o su papá, pidiendo un abrazo y diciendo con su vocecita dulce: —Ya estoy bien. ¿Me abrazas?

Los abrazos siempre lo hacían sentir mejor. Con un gran abrazo de su mamá o su papá, todo volvía a ser perfecto.

Al final del día, cuando la familia se reunía para cenar, David siempre contaba todo lo que había hecho. —Hoy lavé el coche con papá, nadé con Matías y ayudé a mamá en la cocina —decía, mientras todos lo escuchaban con atención.

—Eres el mejor ayudante del mundo, David —le decía su papá, dándole una palmada en la espalda.

—Y el mejor hermano —añadía Matías, sonriendo.

Antes de irse a dormir, David siempre tenía un último deseo: jugar un ratito más con sus carritos. Su mamá y papá lo dejaban jugar un poco, y después lo llevaban a su cama, arropándolo con cariño.

—Buenas noches, mi amor —le decía Gina, dándole un beso en la frente.

—Duerme bien, campeón —le decía Christian, apagando la luz.

David se quedaba dormido rápidamente, soñando con las aventuras que tendría al día siguiente. Sabía que cada día era una nueva oportunidad para jugar, explorar y, sobre todo, pasar tiempo con su familia, que tanto lo quería.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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