En un rincón remoto de la selva, donde los árboles se alzaban tan altos que parecía que podían tocar el cielo, vivían dos amigas inseparables: Noa y Abril. Desde pequeñas, habían explorado cada rincón del denso bosque que rodeaba su hogar, descubriendo senderos secretos, arroyos escondidos y animales fascinantes. La aventura corría por sus venas, y no había día en que no estuvieran listas para enfrentarse a lo desconocido.
Noa era intrépida y siempre iba vestida con ropa cómoda, lista para correr, trepar o nadar si era necesario. Su cabello corto y marrón siempre estaba despeinado, como si acabara de regresar de una gran aventura, lo que en realidad solía ser cierto. Abril, por otro lado, tenía el cabello largo y negro, y prefería llevar vestidos sencillos, pero no por ello era menos valiente. Ambas se complementaban a la perfección: donde Noa tenía fuerza, Abril tenía inteligencia; donde Noa se lanzaba sin pensarlo, Abril lo hacía con cautela.
Un día, mientras caminaban cerca de un arroyo, escucharon un sonido peculiar. Era un maullido débil que parecía venir de entre los arbustos. Noa y Abril se miraron con curiosidad y sin decir una palabra, se dirigieron hacia el origen del sonido.
—¿Qué crees que sea? —preguntó Noa mientras apartaba las ramas con sus manos.
—Suena como un gatito —respondió Abril—, pero estamos en medio de la selva. Aquí no suelen haber gatos.
Cuando llegaron al claro, lo vieron: un pequeño gato de aspecto muy peculiar. Tenía un pelaje dorado y unos ojos grandes y brillantes que parecían observarlas con inteligencia. Pero lo más sorprendente era su tamaño; aunque era pequeño, su aspecto majestuoso y elegante les recordó a las imágenes de antiguos gatos egipcios que habían visto en los libros.
—¡Mira eso! —exclamó Noa—. ¡Es un gato egipcio! ¿Qué hace aquí?
El gato, que parecía asustado, intentó retroceder, pero estaba débil. Abril se acercó con cuidado y lo tomó en sus brazos.
—Pobrecito, parece que ha estado perdido durante mucho tiempo. —Abril acarició al pequeño gato mientras este cerraba los ojos, agradecido por el calor y la seguridad que sentía.
—¿Qué deberíamos hacer? —preguntó Noa.
—Primero, llevémoslo a casa. Luego veremos si podemos encontrar de dónde vino —respondió Abril, siempre la más sensata de las dos.
El gato parecía aliviado al estar en los brazos de Abril, pero Noa no podía quitarse de la cabeza una extraña sensación. Algo en el aire se sentía diferente. Algo peligroso.
Mientras caminaban de vuelta hacia su cabaña, la selva comenzó a oscurecerse. Las sombras entre los árboles se alargaban, y el viento susurraba de una manera extraña. Fue entonces cuando escucharon un gruñido grave que hizo eco por todo el bosque.
—¿Qué fue eso? —preguntó Noa, deteniéndose en seco.
Antes de que Abril pudiera responder, una figura imponente emergió entre los árboles. Era un tigre, enorme, con rayas anaranjadas y negras que se camuflaban perfectamente con el entorno. Sus ojos brillaban con una intensidad feroz mientras observaba a las dos niñas, pero su mirada no estaba en ellas. Estaba fija en el gato que Abril sostenía.
—¡Es un tigre! —gritó Abril, apretando a Cuchi con más fuerza.
El gato egipcio, que hasta ese momento había estado tranquilo, comenzó a agitarse. Sus ojos reflejaban miedo, como si conociera perfectamente al gran tigre que estaba frente a ellos.
—Debe querer al gato —dijo Noa, dando un paso adelante, siempre la más dispuesta a enfrentar el peligro—. Pero no lo dejaremos.
El tigre avanzó con paso lento pero seguro, su gruñido profundo resonaba en sus pechos. Parecía un cazador que estaba listo para atacar, pero Noa y Abril no retrocedieron. Sabían que no podían dejar que el gato cayera en las garras del tigre, sin importar cuán grande y peligroso fuera.
—Tenemos que encontrar una forma de distraerlo —susurró Abril, sin quitar los ojos del tigre.
Noa miró a su alrededor. Estaban rodeadas por árboles gigantescos y un sinfín de enredaderas que colgaban como serpientes verdes. Si podían ganar tiempo, tal vez podrían usar el terreno a su favor.
—Abril, corre con el gato. Yo lo distraeré —dijo Noa con firmeza.
—¡No puedes enfrentarte a un tigre sola! —protestó Abril.
—No me enfrentaré. Sólo lo distraeré —dijo Noa con una sonrisa valiente—. Confía en mí.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.