En un pequeño pueblo costero, donde las olas saludan cada mañana y el sol brilla con una luz dorada, vivía un niño llamado Marco. Marco tenía el corazón lleno de sueños y la mirada llena de curiosidad. Cada día, al despertar, corría a la ventana para saludar al faro que se erguía majestuosamente en el horizonte, guiando a los barcos hacia la seguridad del puerto.
Un día, sus padres le propusieron una aventura. «Hoy vamos a pasar el día en la playa, frente al mar y al faro. Será un día especial», le dijo su mamá con una sonrisa. Marco, emocionado, saltó de alegría. No solo iba a estar cerca de su amado faro, sino que también llevaría su pelota, su compañera inseparable en horas de juego.
Al llegar a la playa, Marco sintió la arena cálida bajo sus pies y el suave susurro del viento. Sus padres extendieron una manta sobre la arena y se dispusieron a disfrutar de un día maravilloso. Marco, sin perder un segundo, tomó su pelota y comenzó a jugar. La lanzaba lo más alto que podía y corría a atraparla antes de que tocara el suelo. Sus risas llenaban el aire, tan luminosas como el sol sobre el mar.
Después de un rato, su papá se unió al juego, inventando historias de piratas y tesoros ocultos en la arena. Juntos, construyeron un gran castillo de arena, con torres que rozaban el cielo y fosos profundos alrededor. Mamá, por su parte, decoraba el castillo con conchas y piedras, haciéndolo brillar bajo el sol de la tarde.
Mientras el sol comenzaba a descender, tiñendo el cielo de tonos rosados y naranjas, la familia decidió explorar el faro. Caminaron a lo largo de la costa, observando cómo las olas acariciaban la orilla con ternura. Al llegar al faro, se quedaron maravillados ante su imponente presencia. «El faro es como un guardián, protegiendo a todos los que están en el mar», explicó el papá. Marco escuchaba, absorto en la historia, imaginando ser él mismo un valiente guardián del faro.
Al regresar a la playa, decidieron que era el momento perfecto para una pequeña fiesta. Mamá sacó de su cesta una radio portátil y puso una canción alegre. Los tres, de la mano, comenzaron a bailar en la arena, moviéndose al ritmo de la música como las olas del mar. Marco se reía, girando y saltando entre sus padres, sintiendo una felicidad que le llenaba el alma.
El día comenzaba a despedirse, y con él, la aventura llegaba a su fin. Pero Marco sabía que ese día quedaría grabado en su corazón para siempre. No solo había jugado y explorado, sino que había compartido momentos mágicos con sus padres, creando recuerdos que brillarían más fuerte que el faro en la noche.
De regreso en casa, mientras se preparaba para dormir, Marco miró una vez más hacia el faro en la distancia. Ahora, no solo era un símbolo de guía y protección, sino también de aventura y amor. Con una sonrisa, cerró los ojos, soñando con las próximas aventuras que viviría junto a su familia.
Y así, frente al mar y al faro, Marco aprendió que las mayores aventuras no solo se encuentran en los lugares que exploramos, sino en los momentos que compartimos con quienes amamos. Cada risa, cada juego, cada baile, tejía la tela de recuerdos que los uniría para siempre. Porque en el corazón de Marco, sus padres y el faro, el amor era el verdadero tesoro.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.