Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de frondosos bosques y colinas altas, cuatro amigos inseparables: Lucas, una chica valiente y soñadora; Marta, una niña curiosa y amante de las aventuras; Tomás, un chico inteligente y un poco despistado, y a veces un poco miedoso; y su nuevo amigo, Max, un perro que siempre estaba dispuesto a seguirles en sus travesuras.
Una mañana, mientras el sol brillaba radiante en el cielo azul, Lucas propuso una idea emocionante. “¿Qué les parece si exploramos el Bosque Encantado?” Dijo con una sonrisa en su rostro.
“¡Oh, sí! He oído que hay un lago mágico en medio del bosque que puede hacer que tus más profundos deseos se hagan realidad,” exclamó Marta, con los ojos llenos de ilusión.
“Pero… ¿y si hay peligros en el camino?” preguntó Tomás, sintiéndose un poco nervioso. Su mente imaginaba criaturas extrañas y sombras acechantes, aunque también sentía un cosquilleo de emoción por la aventura.
“No seas miedoso, Tomás. Además, ¡Max irá con nosotros! Es el mejor perro guardián del mundo,” lo tranquilizó Lucas, acariciando la cabeza de Max, que movía su cola alegremente, como si entendiera cada palabra.
Así, decidieron prepararse. Reunieron provisiones: unas galletas que había hecho la mamá de Marta, agua, una brújula vieja que pertenecía al abuelo de Lucas y una linterna por si se hacía de noche.
Cuando estuvieron listos, emprendieron el camino hacia el Bosque Encantado. El aire estaba fresco y lleno del aroma de los pinos y las flores silvestres. Al principio, todo parecía tranquilo y hermoso. Los animales que habitaban el bosque parecían vivir en perfecta armonía, y los cuatro amigos se sintieron emocionados al descubrir la belleza a su alrededor.
Después de caminar un buen rato, llegaron a un claro. En el centro, había un enorme árbol con un tronco tan grueso que cinco niños de la mano no podrían rodearlo. “¡Wow! ¡Miren ese árbol! Es gigante!” dijo Lucas.
“¿Y qué tal si hacemos un descanso aquí?” sugirió Marta, comenzando a sacar las galletas de su mochila.
Mientras comían, comenzaron a escuchar un suave murmullo que parecía venir del árbol. “¿Escucharon eso?” preguntó Tomás, con una mezcla de temor y curiosidad.
“Sí, parece como si el árbol hablara,” respondió Marta, inclinándose hacia adelante, tratando de escuchar mejor. Justo entonces, el árbol pareció cobrar vida, y una voz profunda y sabia resonó en el aire.
“Hola, queridos niños, soy el Guardián del Bosque. Habéis llegado hasta aquí porque habéis demostrado valentía y curiosidad. Estoy aquí para ofreceros un reto. Si lo aceptáis, descubriréis el secreto del lago mágico.”
Los amigos se miraron entre sí, emocionados. “¡Sí, lo aceptamos!” dijeron al unísono.
El Guardián sonrió. “Para llegar al lago, debéis resolver tres acertijos que pondré en vuestro camino. Recordad, la amistad y la colaboración son la clave para triunfar.”
Los amigos asintieron, listos para el desafío. El Guardián del Bosque les explicó que su primer acertijo sería sobre el tiempo. “¿Qué siempre está corriendo, pero nunca se mueve?” La pregunta dejó a los niños un poco perplejos. Tomás, quien siempre tenía una mente lógica, comenzó a pensar en todas las cosas que podrían encajar.
“¡Ya sé! ¡Es el reloj!” exclamó. Todos se abrazaron emocionados. El árbol tembló y su voz resonó de nuevo. “Correcto, pequeños aventureros. Ahora, aquí está el segundo acertijo: ¿Qué tiene un ojo pero no puede ver?”
“Eso es fácil, ¡es la aguja!” dijo Marta, recordando las clases de costura de su madre. El Guardián sonrió, y el camino hacia el lago se iluminó ante ellos.
“Ahora, el último acertijo: ¿Qué es tan ligero como una pluma, pero ni la persona más fuerte puede sostenerlo durante mucho tiempo?” Los amigos fruncieron el ceño, cada uno pensando. Fue Lucas quien, tras varios intentos, soltó: “¡Es el aliento!” Y justo así, el bosque estalló en luces brillantes, y el camino que llevaban estaba claro y seguro.
Contentos de haber superado los acertijos, los amigos continuaron su viaje. El trayecto estaba lleno de aventuras: encontraron flores raras, escucharon el canto de aves mágicas y vieron criaturas que jamás habían imaginado.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, llegaron al lago. Era deslumbrante. El agua brillaba como diamantes y a su alrededor había unas piedras resplandecientes, como si cada una contara un secreto del bosque. Tomás, que había sido un poco miedoso al principio, ahora se sentía increíblemente emocionado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.