Un día soleado, Maite y Leah, dos hermanas muy unidas, decidieron que querían salir a explorar el bosque que estaba cerca de su casa. Maite, la hermana mayor, siempre llevaba consigo un pequeño mapa que su abuela le había regalado, mientras que Leah, la más pequeña, no paraba de saltar de emoción porque cada rincón del bosque era para ella un mundo nuevo por descubrir.
—¡Vamos, Maite! —dijo Leah, tirando suavemente de la mano de su hermana—. ¡Quiero ver a los animalitos y las flores!
Maite sonrió y le mostró el mapa a Leah.
—Mira, aquí dice que hay un lugar especial con muchas mariposas —explicó Maite señalando un punto en el mapa—. Si seguimos este camino, lo encontraremos.
Leah aplaudió de alegría. Le encantaban las mariposas, y la idea de ver muchas juntas la hacía muy feliz.
Las dos hermanas comenzaron a caminar, cantando una canción que su mamá les había enseñado. El bosque estaba lleno de árboles altos y flores de colores. A medida que caminaban, escuchaban el canto de los pajaritos y el suave murmullo del viento entre las hojas.
Después de un rato, llegaron a un pequeño puente de madera que cruzaba un riachuelo. Maite, siempre precavida, miró hacia abajo.
—Leah, debemos cruzar con cuidado —dijo Maite—. El puente es un poco resbaloso.
Leah asintió y, tomando la mano de su hermana, cruzaron juntas el puente, riendo cada vez que el agua hacía un ruido divertido al pasar por debajo.
Cuando llegaron al otro lado, Leah señaló un árbol que tenía algo brillante en sus ramas.
—¡Mira, Maite! ¿Qué es eso? —preguntó, curiosa.
Maite se acercó al árbol y se dio cuenta de que lo que brillaba eran pequeñas gotitas de rocío que colgaban de las hojas. El sol las iluminaba, haciéndolas parecer pequeños diamantes.
—¡Es el rocío de la mañana! —explicó Maite—. Aún está fresco porque el sol no lo ha secado del todo.
Leah observó maravillada las gotitas, y luego siguieron caminando. Pero no habían avanzado mucho cuando escucharon un suave sonido, como un susurro. Leah fue la primera en detenerse.
—¿Escuchas eso? —preguntó, mirando a su hermana.
Maite inclinó la cabeza y también lo oyó. Era un sonido suave, como si alguien estuviera llamándolas desde lejos.
—Parece que alguien necesita nuestra ayuda —dijo Maite—. Vamos a investigar.
Siguiendo el sonido, las dos hermanas caminaron hasta que llegaron a un pequeño claro en el bosque. Allí encontraron a un conejito blanco atrapado entre unos arbustos. Sus pequeñas patas estaban enredadas en las ramas, y no podía moverse.
—¡Oh, pobrecito! —exclamó Leah—. ¡Tenemos que ayudarlo!
Maite, siempre lista para resolver problemas, se acercó con cuidado.
—Tranquilo, conejito, te vamos a ayudar —le dijo suavemente, para que el animalito no se asustara.
Con mucho cuidado, Maite y Leah comenzaron a desenredar las ramas. Maite se encargaba de las más grandes, mientras que Leah, con sus pequeñas manos, apartaba las ramitas más finas. En poco tiempo, el conejito estaba libre. Saltó feliz alrededor de ellas, agradecido por su ayuda.
—¡Lo logramos, Maite! —dijo Leah, dando saltitos de alegría.
—Sí, Leah, lo hicimos juntas —respondió Maite, sonriendo—. Ahora el conejito puede volver a su casa.
El conejito, como si entendiera lo que decían, dio un último salto y desapareció entre los arbustos. Las dos hermanas siguieron su camino, felices de haber ayudado a un nuevo amigo.
Después de caminar un poco más, llegaron al lugar que Maite había visto en el mapa. Era un pequeño jardín lleno de flores de todos los colores, y en el aire volaban muchas mariposas. Leah se quedó con los ojos bien abiertos de la emoción.
—¡Es tan bonito, Maite! —dijo, corriendo detrás de las mariposas, tratando de tocarlas suavemente sin hacerles daño.
Maite también se sentía muy feliz. Sabía que habían vivido una gran aventura juntas, resolviendo problemas y descubriendo cosas maravillosas en el bosque. Se sentaron un rato bajo un árbol, mirando las mariposas volar.
—Hoy fue un día muy especial, ¿verdad? —preguntó Maite.
—¡Sí! —respondió Leah, con una gran sonrisa—. Ayudamos al conejito y encontramos el jardín de mariposas.
Las dos hermanas se abrazaron, sabiendo que, aunque fueran pequeñas, podían hacer grandes cosas juntas. Y mientras el sol comenzaba a bajar en el horizonte, Maite y Leah empezaron a caminar de regreso a casa, sabiendo que siempre tendrían nuevas aventuras por delante.
El día había sido largo, pero estaba lleno de momentos especiales que nunca olvidarían.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.