En un acogedor barrio de Granada, vivía una niña llamada Rocío. Tenía el pelo ondulado y castaño, y una sonrisa que iluminaba su rostro. A pesar de su discapacidad física, que le dificultaba caminar, Rocío nunca dejaba que nada le impidiera disfrutar de sus pasiones. Con la ayuda de sus aparatos ortopédicos y su inseparable perrita Cuki, una labradora cariñosa y leal, Rocío estaba lista para enfrentar cualquier aventura.
Cada sábado por la mañana, Rocío y Cuki se dirigían a la pequeña librería del barrio, justo debajo de su casa. La lectura era su mayor afición, y juntas se perdían entre páginas llenas de misterios y aventuras.
Un día, mientras exploraban los pasillos repletos de libros, Cuki se detuvo frente a una estantería y comenzó a olfatear uno de los estantes inferiores. Rocío, intrigada, se acercó lentamente. Entre los libros, uno en particular captó su atención. Extendió su brazo derecho, lo tomó y, para su sorpresa, la estantería cedió, abriéndose lentamente y revelando una puerta secreta.
Al cruzar el umbral, Rocío y Cuki se encontraron en un mundo mágico. Estaban rodeadas de una exuberante vegetación y paisajes que cautivaron a Rocío con su belleza. Lo más sorprendente era que, en este mundo, Rocío podía moverse libremente, sin la necesidad de sus aparatos. Una gran montaña se alzaba majestuosa en la distancia, y la sensación de libertad embargaba a Rocío.
Mientras exploraban este nuevo mundo, se encontraron con un chico de 9 años llamado Juan. Tenía el pelo oscuro, ojos grandes y brillantes de color verde esmeralda, y llevaba unas pequeñas gafas metálicas de color azul. Juan parecía preocupado y, al ver a Rocío, se acercó rápidamente.
«¿Podrías ayudarme a buscar un objeto muy valioso para mí?», preguntó con una voz llena de esperanza. «Es una cámara de fotos antigua y un álbum de fotos que me regaló mi abuelo. Tiene un valor personal muy especial para mí, y lo he perdido».
Rocío, conmovida por su historia, se ofreció a ayudar. Juan les explicó que la última vez que vio el álbum fue en su casa, al otro lado de un puente de madera. Después de cruzar el puente, se había dormido bajo la copa de un árbol en un bosque cercano, y al despertar, el álbum había desaparecido.
Decididos a encontrar el álbum perdido, Rocío, Cuki y Juan se adentraron en el bosque. El lugar era vasto y misterioso, con árboles tan altos que parecían tocar el cielo. Mientras caminaban, Rocío pensaba en cómo podrían encontrar el álbum en un bosque tan grande.
De repente, Cuki comenzó a ladrar y corrió hacia un arbusto cercano. Al acercarse, encontraron una pequeña caja de madera medio enterrada bajo las hojas. Dentro de la caja, había una serie de objetos curiosos: una brújula, una lupa y un viejo mapa del bosque. Rocío pensó que estos objetos podrían ser útiles para su búsqueda.
Siguiendo el mapa, el trío se adentró aún más en el bosque. El sol se filtraba a través de las ramas, creando un mosaico de luz y sombra en el suelo del bosque. De repente, Juan se detuvo frente a un árbol que le resultaba familiar.
«¡Aquí fue donde me dormí!», exclamó señalando una rama baja. Al inspeccionar el área, Rocío encontró huellas que parecían llevar hacia un camino oculto entre los árboles. Decidieron seguir las huellas, con la esperanza de que los llevaran al álbum perdido.
El camino los llevó a una pequeña cueva oculta tras una cascada. La entrada estaba adornada con piedras brillantes y musgo que cubría las paredes. Con cautela, entraron en la cueva, guiados por la luz de la linterna de Juan.
Dentro de la cueva, descubrieron una sala llena de tesoros y reliquias. Había joyas brillantes, monedas de oro, y en un rincón, sobre un pedestal de piedra, estaba el álbum de fotos y la cámara de Juan.
Justo cuando estaban a punto de tomar el álbum, una voz profunda y resonante llenó la cueva. «¿Quiénes son ustedes y qué hacen en mi cueva?», preguntó una figura imponente que apareció de entre las sombras. Era un anciano con una larga barba blanca y una túnica azul. Tenía una mirada sabia y un aire misterioso.
Juan, con valentía, explicó la situación y le pidió al anciano que le devolviera el álbum y la cámara. El anciano, después de escuchar atentamente, asintió con la cabeza.
«Este álbum contiene recuerdos muy valiosos, y veo que son importantes para ti», dijo el anciano. «Pero antes de devolvértelos, debes prometerme que siempre valorarás estos recuerdos y los compartirás con aquellos a quienes amas».
Juan asintió con entusiasmo, y el anciano le entregó el álbum y la cámara. Rocío y Cuki observaban con una sonrisa, felices de haber ayudado a su nuevo amigo.
Al salir de la cueva, Juan les agradeció por su ayuda y amistad. Rocío se sintió feliz y realizada, sabiendo que había hecho una gran diferencia en la vida de alguien.
Mientras caminaban de regreso a la puerta secreta, Rocío reflexionaba sobre la aventura. Había descubierto que, a pesar de sus limitaciones físicas, era capaz de grandes cosas. Había encontrado un nuevo amigo en Juan y había ayudado a salvar recuerdos preciosos.
Al cruzar de nuevo la puerta secreta y regresar a la librería, Rocío y Cuki se despidieron de Juan, prometiendo volver a visitar ese mundo mágico algún día.
El sol comenzaba a ponerse mientras Rocío y Cuki salían de la librería. Con una sonrisa en su rostro y el corazón lleno de alegría, Rocío se dio cuenta de que las verdaderas aventuras y los tesoros más valiosos se encuentran en la amistad y en los momentos compartidos.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.