Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de verdes praderas y majestuosas montañas, un pastorcito llamado Pedrito. Pedrito era un niño de apenas 10 años, pero ya era conocido por su habilidad para cuidar a las ovejas de su familia. Aunque su trabajo era duro, lo disfrutaba, pues amaba a sus animales más que a nada en el mundo. Entre ellos, estaban sus favoritos: Cordero, un pequeño y travieso corderito blanco, y Oveja, la oveja más sabia y grande del rebaño. Pasaba sus días pastoreando, acompañado de su fiel perro, que siempre vigilaba atentamente a las ovejas mientras pastaban.
Un día soleado, Pedrito decidió llevar a su rebaño a las laderas de una colina cercana al bosque. El lugar era tranquilo y abundante en pastos frescos, así que pensó que sus ovejas estarían seguras allí. Sin embargo, lo que Pedrito no sabía es que en el interior del bosque vivía un lobo feroz, siempre al acecho de una oportunidad para cazar.
El sol brillaba en lo alto y todo parecía perfecto. Pedrito se sentó bajo un árbol, vigilando a su rebaño mientras las ovejas y Cordero mordisqueaban la hierba. Oveja, como siempre, observaba con ojos atentos, asegurándose de que el rebaño no se dispersara demasiado. El pastorcito se recostó sobre la suave hierba y, poco a poco, fue cerrando los ojos, sintiendo el calor del día y el suave viento que agitaba las hojas de los árboles.
De repente, un crujido en el bosque rompió la tranquilidad del momento. Pedrito abrió los ojos de golpe y, para su horror, vio a lo lejos, entre las sombras de los árboles, la figura del lobo. Era enorme, con ojos brillantes y colmillos afilados que relucían bajo la luz del sol. El lobo se movía sigilosamente, con sus ojos fijos en el rebaño, especialmente en el pequeño Cordero que se había alejado un poco del resto.
—¡Oh no! —exclamó Pedrito, poniéndose de pie de un salto—. ¡El lobo viene por mis ovejas!
Sin perder tiempo, agarró su cayado y corrió hacia el rebaño. Las ovejas, que habían sentido el peligro, comenzaron a moverse nerviosamente, pero Cordero, distraído como siempre, no se dio cuenta de la proximidad del lobo. Pedrito llegó justo a tiempo, interponiéndose entre el lobo y su rebaño.
—¡No te llevarás a mis ovejas, lobo! —gritó Pedrito, alzando su cayado con valentía.
El lobo se detuvo un momento, sorprendido por la determinación del pequeño pastor. Sus ojos, llenos de hambre, se clavaron en Pedrito, pero el niño no retrocedió. Sabía que si mostraba miedo, el lobo atacaría sin dudarlo. Así que, con toda la fuerza que pudo reunir, comenzó a gritar y a agitar su cayado en el aire, intentando asustar al lobo.
Las ovejas comenzaron a agruparse detrás de Pedrito, con Oveja en el centro, protegiendo a Cordero. El lobo gruñó, mostrando sus colmillos, pero no avanzaba. Pedrito, aprovechando ese momento de indecisión, gritó aún más fuerte.
—¡Vete de aquí! ¡No te llevarás a mis ovejas!
El lobo dio un paso hacia atrás, pero aún no estaba listo para rendirse. Sabía que tenía el poder y la ferocidad de su lado, pero también podía sentir la valentía del pequeño pastor. A pesar de su tamaño, Pedrito no parecía dispuesto a dejarse intimidar.
En ese instante, ocurrió algo inesperado. Oveja, la más sabia del rebaño, avanzó unos pasos y se colocó junto a Pedrito. Con una mirada firme y tranquila, comenzó a balar, como si estuviera llamando la atención del lobo. Pedrito miró a Oveja, sorprendido, pero pronto entendió lo que ella intentaba hacer. Si todos juntos mostraban coraje, quizás podrían hacer que el lobo se fuera.
El lobo, desconcertado por el comportamiento de la oveja, titubeó. No esperaba que los animales del rebaño lo enfrentaran de esa manera. En ese momento, más ovejas comenzaron a agruparse, balando en voz alta. El ruido era ensordecedor, y el lobo comenzó a dudar. A su alrededor, el eco de los balidos llenaba el aire, mientras Pedrito seguía agitando su cayado con determinación.
Finalmente, el lobo decidió que no valía la pena arriesgarse más. Con un último gruñido, dio media vuelta y se adentró de nuevo en el bosque, desapareciendo entre las sombras.
Pedrito soltó un suspiro de alivio, bajando su cayado. Oveja se acercó a él y lo miró con ojos sabios, como si estuviera diciendo: “Lo hicimos juntos”. El pastorcito acarició a Oveja y luego fue a buscar a Cordero, que seguía sin entender muy bien lo que había ocurrido.
—Gracias, Oveja —dijo Pedrito con una sonrisa—. Y gracias a todas ustedes por su valentía.
Desde aquel día, Pedrito nunca volvió a subestimar la importancia de su rebaño. Aprendió que no solo él protegía a sus animales, sino que ellos también lo protegían a él. Y aunque el lobo nunca más volvió a aparecer, Pedrito siempre estuvo listo, con su cayado en mano, sabiendo que juntos, él y su rebaño, eran invencibles.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.