Había una vez una niña llamada Luz que adoraba dibujar y pintar. Todos los días, después de la escuela, se sentaba en su rincón favorito con su cuaderno y sus crayones para llenar las hojas con sus dibujos coloridos. Dibujaba árboles grandes, casas bonitas, flores brillantes y animales increíbles. Pero un día, al sacar su caja de crayones, Luz se dio cuenta de que algo extraño había sucedido: ¡faltaban muchos colores! Sus crayones no tenían los colores vivos como siempre. Estaban apagados, y algunos ni siquiera estaban ahí.
Luz se puso muy triste porque sin sus colores no podía dibujar todo lo que imaginaba. Intentó mezclar los colores que tenía, pero nada salía como ella quería. De repente, mientras trataba de entender qué había pasado, apareció ante ella un conejo muy especial. El conejo era blanco, pero tenía un moñito con muchos colores brillantes en sus orejas, mucho más vivos que cualquier crayón.
—¡Hola, Luz! —dijo el conejo con una voz dulce—. Soy el Conejo de los Colores y he venido para ayudarte.
Luz se sorprendió pero también se alegró mucho porque, por primera vez, alguien podría ayudarla con su problema.
—¿Por qué mis crayones están sin colores? —preguntó Luz con curiosidad.
El conejo movió su moñito de colores y le explicó:
—Tus crayones han perdido sus colores porque esos colores no están completos. Para que regresen, debemos encontrar tres colores especiales que se esconden en el mundo, y que tú tienes que traer de vuelta. Cada color tiene un significado muy importante, Luz: el rojo es un abrazo, el amarillo es compartir y el verde es cuidar de la naturaleza.
Luz se puso de pie, llena de emoción.
—¿Vamos a ir a buscar esos colores? —preguntó.
—Sí, ese será nuestro viaje. Vamos a recuperar tus colores perdidos y así tus dibujos volverán a brillar —contestó el conejo con una sonrisa.
Los dos comenzaron su aventura. Primero llegaron a un bosque lleno de árboles preciosos y flores de muchos tonos. Allí encontraron a Tomás, un niño que estaba triste porque se sentía solo. Luz y el conejo se acercaron y Luz le dio un gran abrazo. En ese momento, del moñito del conejo salió un resplandor rojo intenso.
—¡Mira! —exclamó Luz—. El color rojo volvió gracias a un abrazo.
Tomás se sonrió y se unió a ellos para continuar el viaje. Siguieron caminando y llegaron a un parque donde había muchos niños jugando con una pelota, pero uno de ellos no tenía ninguna y se sentaba solo. Luz tomó su caja de crayones y compartió los que le quedaban con ese niño, ofreciéndole dibujar juntos.
—Compartir es importante —dijo el conejo mientras un rayito amarillo brillaba en su moñito—. Por eso el color amarillo regresa a tu caja.
Luz se sintió feliz y vio cómo su colección de crayones empezaba a cambiar de nuevo con más vida, con colores que volvían poco a poco.
Después, siguieron su camino hasta un jardín donde había plantas marchitas y hojas secas. Luz recordó las historias que su mamá le contaba sobre cuidar a las plantas y a los árboles. Ella y Tomás regaron con mucho cuidado las flores, y recogieron basura que encontraron en el suelo para dejar el jardín limpito.
El conejo giró su moñito y de repente el verde apareció brillando fuerte y hermoso.
—Cuidar de la naturaleza es cuidar la vida —dijo el conejo—. Gracias a ti, Luz, el verde volvió.
Luz miró su caja de crayones, que ya tenía tres de sus colores más importantes. Estaba muy contenta, pero sabía que todavía faltaban otros colores por encontrar. Así que, sin perder tiempo, siguieron con su aventura.
—Ahora vamos por los colores que están más allá —dijo el conejo—. El azul, que es la paz; el naranja, que es la creatividad; y el violeta, que es el amor propio.
Primero llegaron a la orilla de un tranquilo lago donde el agua brillaba como espejo. Allí encontraron a Sofía, una niña que estaba muy nerviosa porque sus amigos discutían y nadie se ponía de acuerdo. Luz quiso ayudar y se sentó en medio con todos para que conversaran, hablaran con calma y se entendieran. Poco a poco, las sonrisas volvieron y los niños se abrazaron.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.