Era un soleado día de verano en el pequeño pueblo de Árbol Verde. En ese lugar vivían cinco amigos inseparables: Timur, Anfisa, Yana, Alex y el pequeño Miko, un gato que siempre les acompañaba en sus aventuras. Timur era el líder del grupo, un niño valiente con una gran imaginación. Anfisa, su hermana mayor, era tierna y siempre cuidaba de ellos. Yana tenía un espíritu curioso y le encantaba descubrir cosas nuevas. Alex, el más pequeño, era el soñador del grupo, siempre contando historias fantásticas sobre héroes y criaturas mágicas. Y Miko, el gato, siempre estaba listo para saltar y jugar.
Un día, mientras exploraban el bosque cercano, los amigos se encontraron con un sendero que nunca antes habían visto. Estaba cubierto de flores brillantes y un mar de mariposas danzaban a su alrededor. Intrigados, decidieron seguir el camino, sin imaginar las sorpresas que les esperaba.
«¿Dónde creen que lleva este camino?», preguntó Yana, con los ojos muy abiertos por la emoción.
«No lo sé, pero ¡deberíamos averiguarlo!», respondió Timur con su característica valentía.
Mientras caminaban, el sendero se volvía más y más denso, con árboles que parecían susurrar secretos. De repente, llegaron a un claro donde se alzaba una asombrosa casa hecha completamente de dulces. Las paredes estaban cubiertas de caramelos de todos los colores, techos de galleta y ventanas de azúcar glass. Los niños no podían creer lo que veían.
«¡Miren eso!», gritó Anfisa, señalando la casa. «¡Es increíble!»
Alex se acercó y tocó la puerta dulce. «¿Creen que alguien vive aquí?», preguntó, riendo.
«Solo hay una manera de averiguarlo», dijo Timur mientras empujaba suavemente la puerta, que se abrió con un chirrido.
Adentrándose en la casa, se encontraron en un salón que parecía sacado de un cuento de hadas. Había muebles de chocolate, un gran sofá de malvavisco y una mesa de mazapán. «¡Es un sueño!», exclamó Yana, a los saltos.
Sin embargo, justo cuando estaban disfrutando de este mundo encantado, una profunda voz resonó desde la otra habitación. «¿Quién se atreve a entrar en mi casa?». Era la Bruja de la Tierra Dulce, una mujer de largos cabellos grises y ojos verdes que brillaban como esmeraldas. Ella se encontraba en la cocina, preparando una gran olla llena de un misterioso líquido.
Los amigos dieron un paso atrás, asustados al verla. Pero Timur, siendo valiente, decidió que no podían huir. «¡Hola, señora! Somos solo unos niños que han encontrado su casa. Disculpe si les hemos causado molestias», dijo con respeto.
La bruja los miró con curiosidad. «¿Niños? ¡No había visto visitantes en mucho tiempo! ¿Qué les trae a mi hogar?», preguntó, dejando de lado la cuchara que usaba.
«¡Veníamos a explorar!», dijo Alex, aún sin poder contener su asombro ante la casa. «Nunca habíamos visto nada igual».
La bruja sonrió, lo cual sorprendió a todos. «Bueno, debido a que son tan honestos, les haré una oferta. Si logran ayudarme con una tarea, les dejaré explorar mi casa y también podrán llevarse dulces como recompensa».
«¿Qué tipo de tarea?», preguntó Anfisa, intrigada.
«Hay un pequeño dragón en el bosque que se ha llevado mi escoba mágica. Sin ella, no puedo volar y mis poderes se ven limitados. Si logran devolverme mi escoba, tendrán su recompensa. ¿Qué me dicen?», propuso la bruja.
Los amigos se miraron entre sí, sabiendo que esta podría ser su gran aventura. “¡Nosotros lo haremos!”, exclamó Timur, decidido. Los otros asintieron, llenos de entusiasmo.
La bruja les dio direcciones para encontrar al dragón. «No es un dragón cualquiera; es un pequeño dragón travieso llamado Doko que adora jugar con sus ‘nuevos amigos’. Pero no se dejen engañar por su apariencia; él puede ser algo astuto».
Antes de salir, la bruja les entregó una bolsa de dulces. «Tomen esto y usen los dulces como compensación. A Doko le encantan las golosinas», les aconsejó.
Con la bolsa llena de caramelos, los cinco amigos se adentraron nuevamente en el bosque, siguiendo el sendero que parecía más estrecho y oscuro. Después de un tiempo, escucharon un suave ronroneo y detrás de unos arbustos, apareció el pequeño dragón. Doko era tan pequeño como un perro, con escamas de un brillante color azul y ojos que chisporroteaban de curiosidad.
«¡Hola!», dijo Doko, observándolos con curiosidad. «¿Quiénes son ustedes?».
«¡Hola! Somos amigos de la bruja de la casa de dulces. Nos envió a buscar su escoba mágica», explicó Timur, manteniendo su voz tranquila.
El dragón soltó una risita, «¿Escobar? ¿Por qué debería dársela?».
«Si nos das la escoba, te ofrecemos dulces», sugirió Yana, sacando algunos caramelos de la bolsa.
Doko se relamió los labios. «¿Dulces? ¿Cuáles?». Sus ojos brillaban al ver las golosinas.
«¡Mira estos!», dijo Alex, mostrando un caramelo de fresa brillante.
Doko se acercó lentamente, pero era evidente que también era un poco desconfiado. «¿Me prometen que no me engañarán?», preguntó.
«¡Prometido!», dijeron todos a coro.
Finalmente, el pequeño dragón aceptó el trato. “Pero primero, quiero jugar un juego», dijo Doko, sonriendo traviesamente. «¿Les gusta jugar al escondite?».
Los amigos intercambiaron miradas, pero sabían que sería un buen trato si podían ganar un juego y a la vez ganar la escoba. «¡De acuerdo!», dijeron al unísono.
El dragón voló hacia el centro del claro y les explicó las reglas. «Contaré hasta veinte, y ustedes se esconderán. Cuando termine, los buscaré. ¡Listos, listos, ¡ya!».
Doko comenzó a contar mientras los niños corrían a ocultarse detrás de los árboles y arbustos. Anfisa se escondió detrás de un tronco, mientras que Timur se acurrucó en un arbusto espeso. Alex se arrugó detrás de un gran hongo, y Yana encontró un lugar cerca del río. Miko decidió seguir a Alex, pensando que estaba muy bien oculto.
“¡Diez, once, doce…!” Los niños contenían la respiración, intentando no moverse. Cuando Doko terminó de contar, alzó su cabecita y comenzó a buscarles. “¡Los encontraré!” exclamó con su pequeña vocecita.
Primero, encontró a Anfisa. “¡Te vi!” dijo el dragón, riendo. Ella salió de su escondite, riendo también. Luego, Doko buscó por un rato más. Encontró a Timur y Alex uno tras otro, pero no lograba encontrar a Yana. El dragón se frustró y, justo cuando estaba por rendirse, escuchó un ligero chapoteo proveniente del río.
Con un pequeño alarido, Doko se dirigió hacia el sonido y allí estaba Yana, con medio pie en el agua. “¡Te encontré!” gritó Doko, volando sobre ella con una sonrisa.
Yana se rió y salió del agua. «Eres muy bueno, Doko”.
“¡Ahora yo quiero mi premio!”, dijo el dragón emocionado. Timur, sabiendo que era importante cumplir con su palabra, se adelantó y sacó todos los dulces de la bolsa.
«¡Aquí tienes!», le dijo mientras le entregaba los caramelos, los chocolates y todas las golosinas. Doko sonrió, sus ojos brillando de alegría. «¡Gracias!».
“No hemos olvidado que debes darnos la escoba de la bruja”, recordó Anfisa con energía.
Doko se rió. «Claro, ¿dónde está?… Ah, ya la tengo!” Se lanzó a un lado y salió volando, trayendo la escoba que relucía bajo el sol. “¡Aquí está!”.
Los amigos aplaudieron de alegría. “¡Lo hicimos!” dijo Timur, sintiéndose orgulloso de su equipo.
Una vez que Doko entregó la escoba, los niños rápidamente agradecieron y se despidieron. “Si alguna vez regresan, ¡vengan a jugar!”, les dijo Doko mientras los veía alejarse.
Caminaron de regreso a la casa de la bruja, sintiéndose como verdaderos héroes. Y aunque el día ya estaba terminando, la emoción de la aventura los mantenía alerta y felices.
Al llegar a la casa de la bruja, la encontraron en la misma cocina donde la dejaron, revolviendo su olla mágica. Cuando los niños entraron, la bruja se giró y al ver la escoba en sus manos, sonrió ampliamente. «¡Lo han logrado!”.
“Sí, estuvimos en una aventura con Doko el dragón”, dijo Timur, sintiéndose satisfecho. Los amigos contaron la historia sobre su encuentro, y la bruja se rió de buen humor.
«¡Aquí les doy su recompensa!», dijo mientras les llenaba una bolsa con dulces. «Y, gracias por ayudarme. Ahora puedo volver a volar”.
De repente, una nube de polvo mágico flotó a su alrededor y de un giro impresionante, la bruja tomó su escoba y la llevó al cielo, sonriendo y saludando. «Recuerden, siempre hay magia en el mundo, sólo hay que saber buscarla y mantener el espíritu de la aventura”, les gritó desde las alturas antes de desaparecer tras las nubes.
Los amigos miraron hacia arriba, sintiéndose encantados. «Siempre recordaremos esta aventura», dijo Anfisa, con una sonrisa radiante.
Alex, con su espíritu soñador, agregó: «Y quién sabe qué más aventuras nos esperan”.
«¡Y tenemos un montón de dulces!», exclamó Yana, moviendo la bolsa.
Mientras comenzaban a regresar a casa, Timur y sus amigos se sintieron llenos de alegría. Aquel día no solo habían enfrentado a un dragón, habían hecho un nuevo amigo y vivido una aventura que recordarían para siempre. Sabían que la vida estaba llena de sorpresas y que, aunque a veces encontraran momentos de miedo, siempre habría magia y amistad para superarlos.
Con risas y golosinas, los cinco amigos llegaron de nuevo a su hogar. Esa tarde, mientras compartían dulces y contaban los emocionantes momentos de su aventura, comprendieron que la verdadera magia de la vida estaba en la amistad y el valor de compartir cada experiencia juntos. Y así, aprendieron que cada día era una nueva oportunidad de vivir más aventuras en su pequeño rincón del mundo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.