Cuentos de Brujas

La Casa de Dulces y el Bosque de la Bruja: Una Aventura de Hermanos

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Era un soleado día de verano en el pequeño pueblo de Árbol Verde. En ese lugar vivían cinco amigos inseparables: Timur, Anfisa, Yana, Alex y el pequeño Miko, un gato que siempre les acompañaba en sus aventuras. Timur era el líder del grupo, un niño valiente con una gran imaginación. Anfisa, su hermana mayor, era tierna y siempre cuidaba de ellos. Yana tenía un espíritu curioso y le encantaba descubrir cosas nuevas. Alex, el más pequeño, era el soñador del grupo, siempre contando historias fantásticas sobre héroes y criaturas mágicas. Y Miko, el gato, siempre estaba listo para saltar y jugar.

Un día, mientras exploraban el bosque cercano, los amigos se encontraron con un sendero que nunca antes habían visto. Estaba cubierto de flores brillantes y un mar de mariposas danzaban a su alrededor. Intrigados, decidieron seguir el camino, sin imaginar las sorpresas que les esperaba.

«¿Dónde creen que lleva este camino?», preguntó Yana, con los ojos muy abiertos por la emoción.

«No lo sé, pero ¡deberíamos averiguarlo!», respondió Timur con su característica valentía.

Mientras caminaban, el sendero se volvía más y más denso, con árboles que parecían susurrar secretos. De repente, llegaron a un claro donde se alzaba una asombrosa casa hecha completamente de dulces. Las paredes estaban cubiertas de caramelos de todos los colores, techos de galleta y ventanas de azúcar glass. Los niños no podían creer lo que veían.

«¡Miren eso!», gritó Anfisa, señalando la casa. «¡Es increíble!»

Alex se acercó y tocó la puerta dulce. «¿Creen que alguien vive aquí?», preguntó, riendo.

«Solo hay una manera de averiguarlo», dijo Timur mientras empujaba suavemente la puerta, que se abrió con un chirrido.

Adentrándose en la casa, se encontraron en un salón que parecía sacado de un cuento de hadas. Había muebles de chocolate, un gran sofá de malvavisco y una mesa de mazapán. «¡Es un sueño!», exclamó Yana, a los saltos.

Sin embargo, justo cuando estaban disfrutando de este mundo encantado, una profunda voz resonó desde la otra habitación. «¿Quién se atreve a entrar en mi casa?». Era la Bruja de la Tierra Dulce, una mujer de largos cabellos grises y ojos verdes que brillaban como esmeraldas. Ella se encontraba en la cocina, preparando una gran olla llena de un misterioso líquido.

Los amigos dieron un paso atrás, asustados al verla. Pero Timur, siendo valiente, decidió que no podían huir. «¡Hola, señora! Somos solo unos niños que han encontrado su casa. Disculpe si les hemos causado molestias», dijo con respeto.

La bruja los miró con curiosidad. «¿Niños? ¡No había visto visitantes en mucho tiempo! ¿Qué les trae a mi hogar?», preguntó, dejando de lado la cuchara que usaba.

«¡Veníamos a explorar!», dijo Alex, aún sin poder contener su asombro ante la casa. «Nunca habíamos visto nada igual».

La bruja sonrió, lo cual sorprendió a todos. «Bueno, debido a que son tan honestos, les haré una oferta. Si logran ayudarme con una tarea, les dejaré explorar mi casa y también podrán llevarse dulces como recompensa».

«¿Qué tipo de tarea?», preguntó Anfisa, intrigada.

«Hay un pequeño dragón en el bosque que se ha llevado mi escoba mágica. Sin ella, no puedo volar y mis poderes se ven limitados. Si logran devolverme mi escoba, tendrán su recompensa. ¿Qué me dicen?», propuso la bruja.

Los amigos se miraron entre sí, sabiendo que esta podría ser su gran aventura. “¡Nosotros lo haremos!”, exclamó Timur, decidido. Los otros asintieron, llenos de entusiasmo.

La bruja les dio direcciones para encontrar al dragón. «No es un dragón cualquiera; es un pequeño dragón travieso llamado Doko que adora jugar con sus ‘nuevos amigos’. Pero no se dejen engañar por su apariencia; él puede ser algo astuto».

Antes de salir, la bruja les entregó una bolsa de dulces. «Tomen esto y usen los dulces como compensación. A Doko le encantan las golosinas», les aconsejó.

Con la bolsa llena de caramelos, los cinco amigos se adentraron nuevamente en el bosque, siguiendo el sendero que parecía más estrecho y oscuro. Después de un tiempo, escucharon un suave ronroneo y detrás de unos arbustos, apareció el pequeño dragón. Doko era tan pequeño como un perro, con escamas de un brillante color azul y ojos que chisporroteaban de curiosidad.

«¡Hola!», dijo Doko, observándolos con curiosidad. «¿Quiénes son ustedes?».

«¡Hola! Somos amigos de la bruja de la casa de dulces. Nos envió a buscar su escoba mágica», explicó Timur, manteniendo su voz tranquila.

El dragón soltó una risita, «¿Escobar? ¿Por qué debería dársela?».

«Si nos das la escoba, te ofrecemos dulces», sugirió Yana, sacando algunos caramelos de la bolsa.

Doko se relamió los labios. «¿Dulces? ¿Cuáles?». Sus ojos brillaban al ver las golosinas.

«¡Mira estos!», dijo Alex, mostrando un caramelo de fresa brillante.

Doko se acercó lentamente, pero era evidente que también era un poco desconfiado. «¿Me prometen que no me engañarán?», preguntó.

«¡Prometido!», dijeron todos a coro.

Finalmente, el pequeño dragón aceptó el trato. “Pero primero, quiero jugar un juego», dijo Doko, sonriendo traviesamente. «¿Les gusta jugar al escondite?».

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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