Era una noche tranquila y clara, con la luna llena brillando en lo alto del cielo. Desde la ventana de su habitación, Santiago miraba fijamente el enorme y brillante círculo que parecía estar tan cerca, como si pudiera alcanzarlo con la mano. Tenía 8 años, y su imaginación estaba llena de sueños y aventuras. A su lado, su papá, Joan, le sonreía.
—Papá —dijo Santiago—, ¿cómo sería viajar a la luna?
Joan se rascó la barbilla, fingiendo que estaba pensando profundamente.
—Hmm, buena pregunta. Yo creo que sería una gran aventura. Pero, ¿sabes qué? No hace falta una nave espacial para ir hasta allí. Podemos viajar con nuestra imaginación.
Santiago abrió los ojos con asombro.
—¿De verdad? ¿Cómo lo hacemos?
—Muy fácil —dijo Joan, guiñándole un ojo—. Primero, necesitamos ponernos nuestros cascos de astronautas. ¡Aquí están! —Joan tomó dos cascos imaginarios y se los puso a él y a su hijo—. ¡Listo! Ahora solo necesitamos nuestra nave espacial.
Santiago miró alrededor de la habitación y señaló una caja grande de cartón.
—¡Esa puede ser nuestra nave! —exclamó.
Joan asintió.
—¡Perfecto! —dijo, ayudando a Santiago a subirse a la «nave».— Ahora ajustemos nuestros cinturones de seguridad y contemos hasta diez. Cuando lleguemos a cero, estaremos volando hacia la luna.
Santiago se sentó dentro de la caja y, junto a su papá, comenzó a contar:
—¡Diez, nueve, ocho…! —Ambos contaban emocionados—. ¡Tres, dos, uno… cero! ¡Despegamos!
Con los brazos levantados como si fueran alas de cohetes, Joan y Santiago se balancearon de un lado a otro, simulando que su nave surcaba el espacio. Las estrellas imaginarias brillaban a su alrededor, y la Tierra se hacía más pequeña a medida que se acercaban a la luna.
—¡Mira, papá! —gritó Santiago—. ¡Ya casi estamos allí!
Frente a ellos, la luna se veía gigantesca y llena de cráteres. Joan hizo el ruido de los motores aterrizando:
—Psshhhh… ¡Hemos llegado a la luna, Santiago! Ahora, ponte el traje espacial.
Ambos se «pusieron» trajes espaciales invisibles y saltaron fuera de la nave. Santiago fingió flotar, levantando los brazos y dando pequeños saltos como si la gravedad fuera muy baja. Joan lo imitó, dando grandes pasos y saltando alto en el aire.
—¡Guau, papá! ¡Esto es increíble! —dijo Santiago, riendo mientras rebotaba por la habitación, que ahora era la superficie lunar.
—Mira esas huellas que estamos dejando en el suelo polvoriento —dijo Joan, señalando las marcas imaginarias que sus botas espaciales dejaban en el suelo lunar—. ¡Nadie más ha estado aquí!
Santiago, emocionado, corrió hacia un cráter gigante que había descubierto.
—¡Papá, ven rápido! —gritó—. ¡Hay algo dentro de este cráter!
Joan se acercó, fingiendo estar asombrado.
—¡Oh, no! ¿Qué será?
—Es… ¡una bandera de otro planeta! —dijo Santiago, levantando una bandera imaginaria que ondeaba en el viento lunar—. ¡Debemos investigar!
Los dos se agacharon junto al cráter, haciendo preguntas sobre quién podría haber puesto la bandera allí. Joan aprovechó la oportunidad para enseñar a Santiago sobre los planetas y las estrellas, hablando de cómo los astronautas reales viajaron a la luna.
—¿Sabías que los humanos ya caminaron en la luna, Santiago? —preguntó Joan.
Santiago asintió, entusiasmado.
—Sí, pero ahora somos los primeros en encontrar esta bandera. ¡Somos los nuevos exploradores!
Después de mucho tiempo de saltar y explorar en su luna imaginaria, Joan miró hacia el cielo oscuro lleno de estrellas.
—Es hora de regresar a la Tierra, pequeño astronauta. Pero no te preocupes, siempre podemos volver a la luna cuando queramos.
—¿De verdad? —preguntó Santiago con los ojos muy abiertos—. ¿Podremos volver cuando queramos?
Joan le sonrió y le dio una palmadita en la cabeza.
—Con nuestra imaginación, podemos ir a donde queramos, siempre que lo soñemos juntos.
Santiago abrazó a su papá, feliz de saber que siempre habría más aventuras esperando por ellos.
—Gracias, papá. ¡La luna es increíble!
—Y lo mejor de todo es que aún hay muchos más planetas por descubrir, Santiago —dijo Joan, mientras ambos se subían nuevamente a su «nave espacial» y regresaban a la Tierra.
—¡Cinco, cuatro, tres, dos, uno… aterrizamos! —gritaron los dos al unísono.
Cuando aterrizaron en la «Tierra», se quitaron sus cascos imaginarios y se dejaron caer en la cama, riendo y recordando cada momento de su gran aventura lunar.
Y así, esa noche, mientras la luna brillaba en lo alto, Joan y Santiago soñaron con más viajes al espacio, sabiendo que su imaginación no tenía límites.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.