El mundo había cambiado. Lo que antes eran ciudades bulliciosas, llenas de vida y sonidos, ahora eran lugares desolados, donde el silencio reinaba como una pesada niebla. Nayla caminaba entre los restos de lo que alguna vez fue una metrópolis brillante, observando los edificios caídos y las pantallas apagadas. Era difícil imaginar que, hace solo unos años, todo estaba lleno de personas y risas. Ahora, todo lo que quedaba eran ecos distantes, susurros de un pasado perdido.
Nayla tenía 14 años, pero se sentía mucho mayor. Desde que tenía memoria, su vida había sido una mezcla de sobrevivir y recordar. Sus padres solían contarle historias sobre cómo el mundo solía ser ruidoso, con el zumbido de los coches voladores, las conversaciones de las personas en las calles, y el ritmo constante de la tecnología que lo conectaba todo. Pero eso cambió cuando llegaron «Los Silencios».
Los Silencios no eran solo la ausencia de sonido. Eran algo más profundo. Algo que apagaba no solo los ruidos, sino también las emociones. Nadie sabía de dónde venían o cómo funcionaban, pero un día, el mundo simplemente se quedó callado. Las máquinas dejaron de funcionar, la música se desvaneció, y las palabras comenzaron a perder su significado. La gente dejó de hablar, no porque no quisieran, sino porque no podían. Parecía que algo en el aire absorbía todo el sonido.
Los que intentaban gritar sentían como si el aire mismo les robara las palabras de la garganta. La tecnología también se detuvo, como si dependiera del sonido para funcionar. Los aviones cayeron del cielo, los autos se detuvieron en seco, y las luces de las ciudades se apagaron una a una. Lo llamaron «La era de los silencios».
Nayla era muy pequeña cuando todo comenzó, y no entendía del todo lo que pasaba. Lo único que sabía era que, poco a poco, la gente a su alrededor empezó a cambiar. Sus padres, que antes reían y contaban historias, comenzaron a comunicarse solo con miradas tristes. No había nada más que decir. Las escuelas cerraron, y los pocos que quedaban se escondían en sus casas, esperando que los Silencios se fueran, pero nunca lo hicieron.
La misión de Nayla
Nayla era diferente. Desde que era niña, había notado que, a diferencia de los demás, podía escuchar cosas que otros no podían. Pequeños sonidos. El viento moviendo las hojas, el crujido de sus zapatos sobre el pavimento, y a veces, incluso sus propios pensamientos resonaban en su cabeza. Era como si los Silencios no la afectaran por completo. Pero Nayla sabía que no podía hablar de esto con nadie. Aquellos que parecían escapar de los efectos de los Silencios siempre desaparecían misteriosamente.
A lo largo de los años, Nayla había aprendido a vivir en este nuevo mundo. Exploraba las ruinas de las ciudades en busca de algo, cualquier cosa que le diera una pista sobre lo que había pasado o cómo arreglarlo. Pero siempre volvía con las manos vacías. Hasta que un día, mientras caminaba por los restos de un centro tecnológico abandonado, algo cambió.
Mientras removía algunos escombros, encontró un dispositivo extraño. Era pequeño, del tamaño de una pelota, y brillaba débilmente con un resplandor azul. Nayla lo sostuvo en sus manos, notando cómo emitía un suave zumbido, casi imperceptible. Era la primera máquina que encontraba que todavía funcionaba desde que los Silencios comenzaron.
Llevó el dispositivo a su refugio, un antiguo edificio donde vivía sola desde que sus padres desaparecieron. A través de una serie de símbolos en la esfera, descubrió algo que la llenó de esperanza: este dispositivo parecía ser una especie de llave para activar otras máquinas. Nayla supo en ese momento que había encontrado algo importante. Quizás, solo quizás, había una forma de detener a los Silencios.
El secreto de los Silencios
Durante las semanas siguientes, Nayla dedicó todo su tiempo a investigar la esfera. Pronto descubrió que el dispositivo no solo podía activar máquinas, sino que también emitía una señal que repelía a los Silencios. Con cada paso que daba, los sonidos comenzaban a regresar: el murmullo del viento, el canto lejano de un pájaro, el crujido de la madera bajo sus pies. Era como si el mundo estuviera despertando poco a poco de un largo sueño.
Pero Nayla también sabía que su misión no sería fácil. Los Silencios no eran solo una ausencia de sonido, eran una fuerza consciente, algo que controlaba el mundo de una manera que aún no comprendía del todo. Al activar la esfera, sintió que algo la estaba observando, algo oscuro que no quería que el mundo volviera a ser como antes.
Con el dispositivo en mano, Nayla decidió que debía viajar al corazón de la ciudad más grande y tecnológicamente avanzada antes del desastre: Nexus City. Se rumoreaba que en ese lugar estaba el origen de los Silencios, y si alguien sabía cómo detenerlos, sería allí.
El viaje a Nexus City
El viaje fue largo y peligroso. Las ciudades desiertas estaban llenas de edificios derrumbados, y aunque Nayla no lo sabía con certeza, había oído historias sobre otros sobrevivientes que no eran tan amistosos como ella. Mientras avanzaba, los sonidos a su alrededor aumentaban gradualmente, gracias al poder de la esfera. Pero también sentía que los Silencios no se rendían fácilmente. A veces, mientras dormía, tenía pesadillas donde el mundo se sumía en una oscuridad absoluta, sin luz ni sonido, solo el vacío.
Finalmente, después de semanas de caminata, llegó a Nexus City. Lo que una vez fue una metrópolis resplandeciente ahora era una jungla de metal y hormigón. Los rascacielos, ennegrecidos por la falta de energía, se inclinaban peligrosamente, y las calles estaban vacías, como si todo hubiera sido congelado en el tiempo.
Nayla caminó hacia el centro de la ciudad, guiada por un instinto que no podía explicar. Allí, en una plaza, encontró lo que había estado buscando: una enorme torre que se elevaba hacia el cielo. En su cima, había una estructura brillante, rodeada de antenas y dispositivos que parecían enviar ondas hacia el cielo. Este, pensó Nayla, debía ser el origen de los Silencios.
La torre estaba protegida por un campo de energía que Nayla no podía atravesar. Pero sabía que la esfera que había encontrado era la clave. Con cuidado, la sostuvo frente al campo, y vio cómo las ondas de energía comenzaron a desvanecerse lentamente. Lentamente, el campo se disolvió y Nayla pudo entrar.
El enfrentamiento final
Dentro de la torre, Nayla descubrió un enorme sistema de máquinas interconectadas. Pero lo que más la sorprendió fue lo que vio en el centro: una figura humanoide, envuelta en un traje de tecnología avanzada, con cables que salían de su espalda y se conectaban a las paredes. Sus ojos brillaban con una luz fría y vacía. Este ser, que había estado dormido por mucho tiempo, ahora se despertaba.
—Has venido a detenerme —dijo la figura con una voz que resonaba en la mente de Nayla más que en sus oídos—. Los humanos siempre piensan que pueden controlar lo que no comprenden.
Nayla dio un paso adelante, sosteniendo la esfera firmemente. Sabía que no podía retroceder ahora.
—Los Silencios no nos pertenecen. Nos has quitado el derecho a vivir, a sentir. Eso no es control, es esclavitud.
La figura se acercó lentamente, su mirada fija en Nayla.
—Los Silencios fueron la única forma de salvar este mundo de su propia destrucción. El ruido, la guerra, el caos… todo era inevitable. Solo en el silencio hay paz.
Nayla negó con la cabeza.
—El silencio no es paz. Nos has robado nuestras voces, pero no nuestras almas. Hoy todo cambiará.
Con esas palabras, Nayla lanzó la esfera hacia la máquina central. Al hacerlo, un destello de luz envolvió la sala. La figura humanoide soltó un grito de furia, y las máquinas comenzaron a desconectarse. El sonido, el verdadero sonido, empezó a regresar al mundo.
Un nuevo comienzo
Cuando Nayla salió de la torre, el mundo ya no estaba sumido en silencio. Los pájaros cantaban, el viento susurraba y, por primera vez en años, Nayla escuchó el sonido de su propio corazón latiendo. Los Silencios habían terminado, y aunque sabía que el mundo tardaría en sanar, había esperanza.
Nayla había enfrentado lo desconocido, había restaurado lo que fue robado y ahora, junto con los demás sobrevivientes, tendría la oportunidad de construir un nuevo futuro, uno lleno de vida, sonido y posibilidades.
Colorín colorado, este cuento ha terminado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.