En una pequeña casa al borde de un gran bosque vivía un niño llamado Leo, cuyo sueño más grande era viajar al espacio y explorar planetas desconocidos. Cada noche, antes de dormir, Leo miraba por su ventana y soñaba con las estrellas, imaginando increíbles aventuras más allá de las nubes.
Un día, mientras paseaba por el bosque, Leo encontró algo que parecía caído del cielo: una pequeña nave espacial del tamaño de su habitación. Era de colores brillantes y tenía un letrero que decía «Para Leo, el explorador del espacio». Sin poder contener su emoción, Leo subió a la nave, apretó un botón que decía «Inicio» y, con un suave zumbido, la nave comenzó a elevarse, llevando a Leo más alto y más alto, hacia el espacio.
El viaje fue más allá de lo que Leo había soñado. Vio estrellas fugaces, cometas brillantes y planetas de todos los colores y tamaños. Después de un rato, la nave aterrizó suavemente en un planeta que parecía pintado con todos los colores del arcoíris. Había montañas rojas, ríos azules y árboles que cambiaban de color.
Leo salió de la nave y se encontró con pequeñas criaturas que parecían flores caminantes. Eran amigables y curiosas, y zumbaban alrededor de Leo como si le dieran la bienvenida. Una de las criaturas, que tenía pétalos multicolores y ojos brillantes, se acercó a Leo y le tocó la mano con una de sus hojas. De repente, Leo pudo entender lo que decían.
«¡Bienvenido, Leo! Este es el Planeta de los Colores, donde todo es posible», zumbó la criatura con una voz melodiosa. Leo estaba maravillado. Pasó el día explorando el planeta con sus nuevos amigos, quienes le mostraron cómo las plantas podían cambiar de color con música y cómo los ríos cantaban melodías suaves.
Al caer la noche, Leo se dio cuenta de que debía regresar a casa. Las criaturas del Planeta de los Colores lo despidieron con una fiesta de luces y colores que iluminaron el cielo nocturno del planeta. «Vuelve cuando quieras, Leo. Este también es tu hogar», dijo la criatura de pétalos multicolores mientras le entregaba un pequeño cristal que brillaba con todos los colores vistos ese día.
Con el corazón lleno de alegría y asombro, Leo regresó a su nave y volvió a la Tierra. Aterrizó suavemente en el mismo lugar del bosque donde había comenzado su aventura. Corrió a casa, ansioso por contarle a sus padres sobre su increíble viaje y los nuevos amigos que había hecho.
Desde entonces, Leo miraba las estrellas no solo para soñar, sino también para recordar su aventura en el Planeta de los Colores. Guardó el cristal multicolor en su habitación, y cada vez que lo miraba, los recuerdos de aquel día llenaban su habitación de colores y melodías.
Y así, Leo aprendió que el universo estaba lleno de maravillas y que, a veces, los sueños más fantásticos pueden convertirse en realidad. Cada noche, antes de dormir, Leo planeaba su próxima aventura, sabiendo que el espacio siempre estaría esperándolo con más secretos por descubrir.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.