En el frío y sombrío castillo de Elsinore, dos guardias mantenían su vigilia nocturna. La luna llena iluminaba tenuemente los muros de piedra, proyectando sombras alargadas que parecían danzar con el viento helado. El guardia 1, un hombre robusto y de expresión seria, se ajustaba su capa para protegerse del frío. El guardia 2, un joven más delgado pero con mirada aguda, observaba atentamente el entorno.
—¿Has visto algo? —preguntó el guardia 1, rompiendo el silencio de la noche.
—Nada, todo tranquilo —respondió el guardia 2, aunque su voz denotaba una ligera inquietud.
El castillo, que durante el día era un hervidero de actividad, se tornaba en un lugar casi fantasmal durante la noche. Los rumores de que el espíritu del rey muerto rondaba por los pasillos no hacían más que aumentar el nerviosismo entre los guardias.
De repente, una figura etérea apareció ante ellos. Era alta y majestuosa, vestida con ropajes regios que brillaban con una luz propia. Ambos guardias se quedaron petrificados, sus ojos abiertos como platos.
—¡Mira! ¿Es ese el rey muerto? —exclamó el guardia 1, señalando con el dedo tembloroso hacia la aparición.
—¡Parece él! —respondió el guardia 2, con la voz entrecortada—. ¡Mejor avisar a Hamlet!
Sin perder tiempo, los guardias corrieron por los pasillos hasta la cámara del joven príncipe. Hamlet, un joven de mirada profunda y semblante pensativo, se encontraba en su habitación, sumido en sus pensamientos sobre la reciente muerte de su padre y el rápido matrimonio de su madre con su tío Claudio.
—Mi señor, debemos hablar con urgencia —dijo el guardia 1, aún recuperando el aliento.
—¿Qué ocurre? —preguntó Hamlet, levantándose de su silla.
—Tu padre se apareció como un fantasma —respondió el guardia 2, sus ojos reflejando la seriedad de sus palabras.
—¿En serio? —Hamlet no podía creer lo que oía, pero una chispa de esperanza y miedo se encendió en su interior—. Tengo que verlo.
Aquella noche, Hamlet se dirigió al lugar donde los guardias habían visto al fantasma. La luna continuaba brillando, y el silencio era interrumpido solo por el susurro del viento. Hamlet caminaba de un lado a otro, su mente llena de preguntas y su corazón latiendo con fuerza.
—Espero que aparezca… —pensó Hamlet, mientras sus ojos escudriñaban la oscuridad.
Finalmente, la figura fantasmal se materializó frente a él. El joven príncipe contuvo la respiración al ver la cara de su padre, el difunto rey, ahora un espectro luminoso.
—Soy el espíritu de tu padre —dijo el fantasma con una voz que resonaba en los muros del castillo—. ¡Claudio me mató! Venga mi muerte.
Hamlet sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. La revelación fue como un rayo que atravesó su alma. Sabía que no podía ignorar esta petición.
—Voy a descubrir la verdad, ¡Lo haré! —respondió Hamlet con determinación, sus ojos brillando con una mezcla de ira y tristeza.
El espectro asintió y desapareció en el aire, dejando a Hamlet solo con sus pensamientos y una misión que cumplir. A partir de ese momento, el joven príncipe comenzó a idear un plan para desenmascarar a Claudio y vengar la muerte de su padre. Sabía que no sería una tarea fácil, pero el amor y la lealtad hacia su padre le daban la fuerza necesaria para enfrentar cualquier obstáculo.
Con el paso de los días, Hamlet se comportaba de manera extraña, fingiendo locura para confundir a sus enemigos y poder investigar sin levantar sospechas. Observaba cada movimiento de Claudio, cada gesto, cada palabra. Sabía que debía ser cauteloso, pues cualquier error podría costarle la vida.
Una noche, Hamlet decidió organizar una obra de teatro que representaría el asesinato de su padre. Invitaría a toda la corte, incluyendo a Claudio y su madre, la reina Gertrudis. La obra, titulada «La Ratonera», sería su herramienta para revelar la verdad. Si Claudio reaccionaba de manera sospechosa, tendría la confirmación que necesitaba.
El día de la representación, el gran salón del castillo se llenó de nobles y cortesanos. Hamlet observaba atentamente a Claudio mientras los actores representaban la traición y el asesinato del rey. Al llegar a la escena del envenenamiento, Claudio se levantó abruptamente, pálido y tembloroso.
—¡Detengan esta obra! —gritó, antes de salir apresuradamente de la sala.
Hamlet lo siguió con la mirada, sabiendo que sus sospechas eran ciertas. Había desenmascarado al asesino de su padre, pero aún quedaba mucho por hacer. Decidió confrontar a su madre, esperando que ella también conociera la verdad y se uniera a su causa.
—Madre, debo hablar contigo —dijo Hamlet, entrando en la cámara de la reina.
—¿Qué ocurre, hijo mío? —preguntó Gertrudis, preocupada por la agitación en el rostro de Hamlet.
—Claudio es el asesino de mi padre. El fantasma de mi padre me lo reveló, y hoy lo he confirmado —dijo Hamlet, su voz firme y llena de convicción.
Gertrudis, impactada por las palabras de su hijo, comenzó a llorar. Sabía que Hamlet no mentiría sobre algo tan serio.
—Si esto es verdad, debemos hacer justicia —dijo la reina, secándose las lágrimas—. No puedo permitir que el asesino de tu padre siga reinando.
Con el apoyo de su madre, Hamlet comenzó a preparar el desenlace final. Reunió a los pocos aliados en la corte que aún eran leales a su familia y trazó un plan para derrocar a Claudio. La confrontación final se llevó a cabo en el gran salón del castillo, donde Hamlet y sus aliados se enfrentaron a Claudio y sus guardias.
En un duelo feroz, Hamlet finalmente logró vencer a Claudio, quien confesó sus crímenes antes de morir. La justicia se había cumplido, pero el costo había sido alto. El castillo de Elsinore había sido testigo de una tragedia, pero también de la valentía y la lealtad de un hijo hacia su padre.
Con Claudio muerto, Hamlet fue proclamado rey. Su primera acción como monarca fue ordenar un funeral digno para su padre, honrando su memoria y restaurando el orden en el reino. Aunque la tristeza nunca abandonaría su corazón, Hamlet encontró consuelo en saber que había cumplido con su deber y había vengado la muerte de su padre.
Y así, el castillo de Elsinore, aunque aún lleno de sombras y recuerdos dolorosos, volvió a ser un lugar de esperanza y justicia bajo el reinado de Hamlet, el príncipe que se convirtió en rey.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.