Había una vez en un hogar lleno de risas y un poco de caos, una familia que siempre estaba unida. En esta familia vivían Jesús, un niño de doce años, su hermana Maribel, su hermano Anderson, su perrita llamada Vale y, por supuesto, sus papás. Aunque eran una familia muy unida, siempre había un poco de desorden en su casa. Jesús era conocido por su amor por las manualidades. A él le encantaba hacer cosas con sus manos, pero a veces dejaba todo desordenado. Papá y mamá siempre decían que era como un pequeño tornado, ¡y a veces tenían razón!
Maribel, la hermana mayor, era la más responsable. Ella siempre estaba pendiente de que todo estuviera en su lugar. Cuando veía a Jesús rodeado de papel de colores, tijeras y pegamento, fruncía el ceño. «¡Jesús, no puedes hacer manualidades en la sala! ¡Mira el desastre que dejas!» decía, mientras recogía algunos trozos de papel. Pero, a pesar de sus regaños, Jesús sabía que su hermana solo quería ayudar. Ella era como una pequeña mamá para él y Anderson.
Anderson, el hermano del medio, era muy diferente a sus hermanos. Le encantaba ver televisión. Pasaba horas en el sofá, riendo con sus programas favoritos, mientras Jesús y Maribel discutían sobre quién tenía razón en los juegos que inventaban. A veces, las peleas entre hermanos eran graciosas. Se peleaban por las cosas más pequeñas: quién había tomado el último dulce, quién podía usar el control remoto primero, o incluso quién tenía la mejor idea para un juego. Pero a pesar de las peleas, siempre se reconciliaban rápidamente. Sabían que eran hermanos y que siempre estarían ahí el uno para el otro.
Vale, la perrita, era una parte especial de la familia. Siempre estaba correteando de un lado a otro, saltando sobre Jesús cuando estaba en el suelo haciendo manualidades, o ladrando felizmente cuando Maribel entraba con una merienda. Ella era la alegría de la casa, siempre lista para jugar o para acurrucarse en el sofá junto a Anderson mientras veía su programa favorito.
Un día, mientras Jesús estaba en medio de una gran obra de arte hecha con papel de colores, Maribel decidió que era hora de hacer algo diferente. «¡Vamos a tener un día de actividades! Podemos hacer manualidades, jugar y hasta preparar algo rico de comer», sugirió. Jesús, emocionado, se puso a trabajar en su proyecto. «¡Sí! ¡Voy a hacer una gran casa para Vale!», exclamó.
Maribel se rió y le dijo: «¡Eso suena genial! Pero recuerda, primero debes recoger todo el desorden que hiciste la última vez.» Así que, mientras Jesús empezaba su manualidad, Maribel se encargó de organizar el lugar. Anderson, desde el sofá, miró a sus hermanos y decidió que también quería ser parte de la diversión. «¿Puedo ayudar a hacer la casa de Vale?», preguntó.
«Claro que sí, ven y ayúdame», respondió Jesús, feliz de tener a su hermano con él. Anderson se levantó y se unió a la mesa, comenzando a cortar piezas de cartón. Maribel, satisfecha de que sus hermanos trabajaran juntos, sonrió y les trajo un poco de jugo para que tuvieran energía. «¡Así me gusta verlos trabajar en equipo!», dijo.
Mientras trabajaban, la casa comenzó a tomar forma. Hicieron ventanas, una puerta y decoraron con colores brillantes. Vale, viendo toda la actividad, correteaba por la sala, ladrando alegremente como si supiera que la casa era para ella. Después de varias horas, la casa estaba lista.
«¡Mira, Vale, tu nueva casa!», dijo Jesús con una gran sonrisa. Vale se metió en la casa de cartón, moviendo su cola de felicidad. «¡Es perfecta!», exclamó Anderson. «¡Nunca había visto algo tan genial!», añadió Maribel.
Al caer la tarde, decidieron que era hora de preparar una merienda. Cada uno eligió algo para ayudar. Jesús eligió hacer galletas de chocolate, Maribel se encargó de la ensalada de frutas, y Anderson, aunque no era muy bueno en la cocina, decidió ayudar a su hermana a mezclar. «¡Hoy no solo hacemos manualidades, también cocinamos juntos!», dijo con una gran sonrisa.
Cuando todo estuvo listo, se sentaron a la mesa, disfrutando de la merienda que habían preparado juntos. «¡Esto es lo mejor de ser hermanos!», dijo Jesús mientras mordía una galleta. Maribel sonrió y dijo: «Y lo mejor de todo es que, a pesar de nuestras peleas, siempre encontramos la manera de ayudarnos». Anderson asintió, «Sí, somos un buen equipo».
Al final del día, cuando se despidieron de la tarde, Jesús miró a sus hermanos y a Vale, y se dio cuenta de que, a pesar del desorden, las peleas y las diferencias, su familia era un lugar donde siempre había amor y diversión. «No importa cuántas veces discutamos, siempre seremos hermanos», dijo Jesús, y todos estuvieron de acuerdo.
Así, con sus corazones llenos de alegría y el estómago lleno de galletas, se fueron a dormir, soñando con nuevas aventuras y más manualidades por venir.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.