En una escuela llena de colores y risas, tres amigos muy especiales se preparaban para disfrutar de un maravilloso recreo. Samu, un niño de cabello castaño y siempre con una gran sonrisa, llevaba su camiseta verde y pantalones azules. Max, su perro dorado, saltaba alrededor de él con su collar rojo, feliz de estar en la escuela con su mejor amigo. Y Dilam, un pequeño dragón de escamas azules brillantes y alas diminutas, los observaba con alegría desde un rincón del patio de juegos.
Era un día perfecto para salir a jugar. El sol brillaba alto en el cielo, las nubes parecían de algodón y los árboles a su alrededor movían sus hojas al ritmo del viento. El patio de la escuela estaba lleno de niños corriendo, saltando, y jugando a todo lo que podían, pero Samu, Max y Dilam tenían algo especial preparado para ese día.
—¡Vamos a explorar el patio, amigos! —exclamó Samu con entusiasmo.
Max ladró con alegría y Dilam aplaudió sus pequeñas alas. Juntos, comenzaron a caminar hacia el rincón del patio donde nunca antes habían estado. Era un lugar misterioso, lleno de arbustos y flores que nunca antes habían visto. Samu, Max y Dilam se adentraron en ese pequeño paraíso de flores multicolores. Al llegar a un gran árbol, Dilam soltó un rugido suave de emoción.
—¡Miren lo que encontré! —gritó Dilam, señalando con su pequeña garra algo brillante en el suelo.
Samu se acercó y vio que era una piedra que resplandecía bajo el sol. No era una piedra común. Esta parecía tener colores que cambiaban constantemente, como si tuviera vida propia.
—¡Es una piedra mágica! —dijo Samu con los ojos muy abiertos.
Max, curioso, comenzó a olfatear la piedra. Dilam, emocionado, dio un pequeño salto hacia atrás y dijo:
—¡Creo que esta piedra nos llevará a un lugar mágico!
Samu, Max y Dilam miraron la piedra con atención. Sin pensarlo dos veces, Samu tocó la piedra con su dedo. En ese instante, una luz brillante rodeó a los tres amigos y, de repente, el patio de juegos desapareció. Ahora estaban en un lugar totalmente diferente: un bosque lleno de árboles gigantes, flores que brillaban como estrellas y animales que nunca habían visto antes.
—¡Wow! ¡Esto es increíble! —dijo Samu, asombrado.
Max corrió por el nuevo lugar, saltando y correteando entre las flores. Dilam voló un poco, mostrando sus alas brillantes. Samu miró a su alrededor, maravillado.
—¿Cómo llegamos aquí? —preguntó Samu.
Dilam sonrió y dijo:
—La piedra mágica nos trajo a un mundo nuevo. ¡Aquí todo es posible!
Samu, Max y Dilam empezaron a explorar ese lugar misterioso. Pasaron por ríos brillantes, cruzaron puentes hechos de arco iris y caminaron por praderas donde las flores cantaban canciones alegres. Todo era tan mágico que parecía un sueño.
En su aventura, llegaron a un castillo flotante en el aire. Era un castillo hecho de nubes, con torres que llegaban hasta el cielo. Max, siempre curioso, saltó hacia una nube para explorar, pero Samu lo llamó rápidamente:
—¡Cuidado, Max! ¡No sabes qué puede haber allá arriba!
Pero Max no hizo caso y siguió saltando de nube en nube. De repente, una nube gigante apareció y comenzó a girar alrededor de él, llevándolo hacia el cielo. Samu y Dilam miraron con sorpresa, pero Samu no dudó ni un segundo.
—¡Max! ¡Te vamos a rescatar!
Samu saltó de una nube a otra, y Dilam voló con rapidez hacia donde Max estaba atrapado. Finalmente, Samu logró alcanzar a Max, y Dilam usó su fuego mágico para romper la nube que lo atrapaba. Max aterrizó suavemente en los brazos de Samu, quien lo abrazó con alivio.
—¡Gracias, Dilam! —dijo Samu, sonriendo.
Después de esa pequeña aventura, los tres amigos decidieron que era hora de regresar al patio de la escuela. Samu tocó la piedra mágica una vez más, y en un parpadeo, el bosque y el castillo flotante desaparecieron. De nuevo estaban en el patio de juegos, con el sol brillando sobre ellos.
—¡Qué aventura tan increíble! —dijo Samu, mientras Max se sacudía la tierra y Dilam daba vueltas de alegría.
—Sí, ¡pero es hora de seguir jugando! —respondió Dilam, con una sonrisa en su rostro.
Y así, Samu, Max y Dilam continuaron disfrutando del recreo, sabiendo que, con su imaginación y la magia de la piedra, siempre podrían ir a lugares increíbles. Ese día, el recreo fue más que especial, fue una verdadera aventura, llena de magia y amistad.
Al final, Samu miró a sus amigos y dijo:
—Lo mejor de todo es que, con ustedes, siempre hay algo nuevo por descubrir.
Y los tres amigos siguieron jugando, sabiendo que lo más importante no era solo la magia, sino la amistad que los unía.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.